¡Que alguien pare a Guardiola!
Vaya por delante que negar la existencia de la violencia machista es como desmentir que yo me llamo Eduardo, que vivimos en un país todavía llamado España o que Adolf Putin es un genocida al que espero le queden los mismos telediarios que al jefe de los asesinos de Wagner, el tal Prigozhin. José María Llanos, el número 2 de Vox en Valencia, homónimo del jesuita rojo de Vallecas, no es un piernas al uso de los que se estilan en la política española sino profesor titular de Derecho de la universidad de su ciudad. Resulta incomprensible que alguien tan instruido pueda refutar algo tan perogrullesco desde que Adán y Eva se trincaron la manzana del pecado: cuando un ser humano ostenta superioridad física sobre otro, en este caso el hombre sobre la mujer, tiende a implementarla en busca del sometimiento. Cosa bien distinta, y desde luego cuestionable, es que una agresión tenga diferente sanción penal si la víctima es un hombre o una mujer.
Cuando entre 40 y 50 mujeres mueren todos los años a manos de sus parejas relativizar o negar la existencia de la violencia de género, siquiera por cuestiones nominales, es un descomunal error, entre otras razones porque las formas opacan el fondo. No está de más subrayar que Vox plantea penas más altas que ningún otro partido para los hombres que agreden a mujeres. Como tampoco es de recibo situar de número 1 en las listas de las autonómicas a un catedrático de Derecho Constitucional, Carlos Flores, que fue condenado por violencia psíquica continuada sobre su ex mujer. La sentencia fue promulgada por Isabel Sifres, que no es una apóstol del Derecho alternativo sino una de las magistradas —con acrisolado prestigio en la carrera— que archivaron la causa abierta a Francisco Camps por la visita del Papa y que igualmente rechazó imputar al PP como persona jurídica por un caso, el del pitufeo, en el que asimismo ha exonerado a la mayoría de los concejales y asesores de Rita Barberá. Vamos, que no es una de esas juezas podemitas que van a piñón fijo sentenciando inocencia perpetua para los suyos y culpabilidad eterna para los que no comulgan con sus ideas.
Los progres son así, cuando ellos emplean una terminología es maravillosa, molona, pero cuando lo hace Vox ya no mola tanto
Claro que llama poderosamente la atención que medios filosocialistas como el diario Levante, que están poniendo a parir a Carlos Mazón por su entente con un partido como el de Abascal que habla de «violencia intrafamiliar» y no de «violencia de género», titulara en 2001, cuando se produjo la sanción penal a Flores, de la siguiente y no menos elocuente manera: «Condenado a 1 año de cárcel un profesor universitario por violencia familiar». Así son los progres, cuando ellos emplean una terminología es maravillosa, molona, pero cuando lo hace Vox ya no mola tanto porque naturalmente son una panda de fascistas maltratadores.
Dicho todo lo cual no quiero hablar esencialmente de Vox, tampoco de la violencia de género, sino más bien de esa lianta que es María Guardiola, la persona que ha montado un pollo de padre y muy señor mío poniendo en riesgo la consecución de esa mayoría que necesita España para echar de una puñetera vez al autócrata de Moncloa. Una política ensoberbecida que ha olvidado que para negociar en cualquier orden de la vida es necesario, si no respetar al que se sienta al otro lado de la mesa, sí al menos no increparle o menospreciarlo.
Su rueda de prensa de esta semana, tras regalar la Presidencia de la Asamblea de Extremadura al PSOE, degeneró en un esperpento que haría las delicias de Don Ramón María. Puso a parir al partido verde echando mano de una catarata de hipérboles acusatorias que cualquiera diría que habían salido de la boca de Irene Montero, Arnaldo Otegi o Gabriel Rufián y no de una dirigente del PP: «No puedo dejar entrar en el Gobierno [Extremadura] a aquéllos que niegan la violencia machista, deshumanizan a los inmigrantes o despliegan una lona para tirar a la basura la bandera LGTBI». Ya me gustaría que se hubiera comportado con la misma contundencia con un Pedro Sánchez y una Irene Montero que han puesto en libertad o rebajado la condena de 1.200 violadores, pederastas y abusadores. Todo lo contrario: es una habitual en la loa a las locoides campañas de la ministra de Igualdad.
Guardiola ha olvidado que para negociar es necesario, si no respetar al que se sienta al otro lado de la mesa, sí al menos no menospreciarlo
El cristo estaba servido. La reacción de los gerifaltes de la calle Bambú, sede nacional de Vox, no se hizo esperar: «Si hay nuevas elecciones y Guardiola nos necesita para gobernar Extremadura, no la votaremos, nos ha faltado al respeto». El problema práctico no es sólo el ataque indiscriminado a Vox, que también, sino el lugar en el que deja a Carlos Mazón, Jorge Azcón, Marga Prohens y Alfonso Fernández Mañueco. ¡Bueno y a los 140 alcaldes de su partido que han cerrado acuerdos con los verdes en otros tantos ayuntamientos a lo largo y ancho de la geografía nacional! La implícita y no demasiado exagerada moraleja que se extrae de la perorata de la presidenta del PP extremeño es que tanto el futuro presidente de la Comunidad Valenciana, como su igual aragonés, como su homóloga balear, además de por supuesto el castellanoleonés, son unos pringaos en el mejor de los casos y unos fachas irredentos, unos maltratadores en potencia, unos lamentables homófobos y unos racistas y xenófobos de tres pares de narices en el peor de los escenarios.
Sobra enfatizar que el cabreo de Mazón, Azcón, Prohens y Mañueco con Guardiola es cósmico. Y que Feijóo, hombre templado donde los haya, poco dado a la grandilocuencia y a la ira, está también que trina. Por cierto, no sé si María Guardiola lo sabe pero yo se lo recuerdo: Carlos Flores, el condenado por maltrato psicológico que forjó el acuerdo con Mazón en la Comunidad Valenciana, fue hasta hace dos meses miembro del Consejo de Transparencia de la Generalitat ¡¡¡a propuesta del PP!!! Llevaba en el cargo desde 2015.
De locos. En política, cuando tienes que forjar una entente con alguien, es recomendable no ciscarte en su calavera. Y si de lo que se trata es de asegurarte el poder has de lavar los trapos sucios en privado, no en prime time y con todos los focos apuntándote, y centrando el debate más en la delimitación de la tarta a repartir que en la ideología. Lo que toda la vida de dios se ha llamado ser pragmático. Máxime en una tierra con necesidades perentorias que atender: dar la vuelta a su paupérrima economía, acabar con el drama que supone ser la primera región de España en paro y subsanar de una vez por todas unas comunicaciones tercermundistas con ese AVE que circula a 80 kilómetros por hora como epítome del histórico pitorreo que le han dispensado los respectivos gobiernos centrales. Y esforzarte más en priorizar lo que te une a tus potenciales socios que lo que te separa. Es decir, dedicarte a pulir el programa consensuado con ellos: jibarización del impuesto de Donaciones, del que grava a los muertos, rebaja del tramo autonómico del IRPF, ampliación de la vida útil de la central nuclear de Almaraz, derogación de la Ley de Memoria Histórica e implantación del discutible pin parental.
El problema de Guardiola es que hiperventila más de la cuenta en un oficio, el de la cosa pública, en el que se debe ser frío como un témpano
La salida de pata de banco de Guardiola la comprendemos mejor si atendemos a la identidad de su spin doctor. Su gran consejero áulico es Santiago Martínez-Vares, al que conozco bien toda vez que compartimos algunos meses tertulia en La Sexta Noche. Buen chico pero acomplejadete. Cada vez que intervenía gentuza de extremísima izquierda como el fondoncillo Antonio Maestre, la antítesis de Miguel Ángel Rodríguez repetía la misma frase en la réplica: «Antonio tiene razón…». Es como si estás en una trinchera y el teórico compañero salta de ella en dirección al enemigo y, de repente, se da la vuelta y te mete una balacera que te deja tieso.
Un estalinista como Maestre, que si estuviéramos en otros tiempos nos daría el paseíllo a todos los demócratas, jamás puede tener razón. Vares es uno de esos personajes que ponen cachondísimos a los medios de izquierda o extrema izquierda porque se dejan emplear como coartada para dar sensación de pluralidad apelando a su supuesto derechismo. Mentira: es contertulio habitual de La Sexta y de ese diario orgánico que es el socialista El Plural. Haría bien Guardiola en hacer caso al sabio refranero: «Dime con quién vas y te diré quién eres». Pues eso.
María Guardiola es muy lista, estajanovista y gran oradora. Y posee esa simpatía esencial para triunfar en una realidad hipertelevisada. El problema es que hiperventila más de la cuenta en un oficio, el de la cosa pública, en el que el primer mandamiento de la ley del diablo aconseja ser frío como un témpano. Aún está a tiempo de deshacer el cristo que ha montado. Pero para ello deberá soltar lastre, pedir perdón al enemigo y tal vez entonces los suyos y los que antaño eran los suyos, las huestes de Vox, le den una salida. Si no, se quedará compuesta y sin el sueño de su vida. Y no estaría de más que alguien le explique cómo es el electorado de derechas, el que le entregó su confianza el 28-M y el que la mantendrá en el poder dentro de cuatro años si antes no se ha suicidado definitivamente. Los votantes del PP no ven a Vox como el enemigo, por muchas casposidades que protagonicen, sino como a ese hijo pródigo que se fue y de momento no ha vuelto. Y que no deje de reparar en otro nada insignificante hecho: la derecha sociológica castiga sistemáticamente el fratricidio quedándose en casa cuando toca cita con las urnas.
Tal vez es que Guardiola no ha resultado tan espabilada como se nos antojaba, quizá es que no nació para la estrategia o quién sabe si las dos cosas a la vez. Si fuera un poco más pausada y escuchase más, llegaría a la elemental conclusión de que todas las coaliciones autonómicas terminaron siempre a las segundas o terceras de cambio con mayoría absoluta para el pez grande, que se comió al chico. Que se lo cuente Zaplana, que engulló a Unión Valenciana, Juanma Moreno, que hizo lo propio con Ciudadanos, Almeida, que ya no tiene que depender de Villacís ni soportar a Ortega Smith, o Isabel Díaz Ayuso, que mandó al paro al traidorzuelo de Ignacio Aguado. ¡Ah y, de paso, que tenga en cuenta que el importante en este momento es Feijóo, no ella!