Podemos se embaraza

Podemos se embaraza

Irene Montero está preñada. O embarazada. O encinta, que diría el pedante pedestre. En el catecismo podemés aún hay espacio para el imaginario semántico de su neolenguaje, que adecúa la realidad a sus creaciones postcoito. Se entiende así que un proceso consustancial a la naturaleza llamado parir se convierta por arte de Facebook en un vómito de sonetos desencadenados, una loa cursi contra la evolución. Facebook es el Hola de los millenials, donde se dan noticias a golpe de teletipo, solo que ésta no es fake. La futura parturienta portavoza sabe que el foco mediático dura lo que dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Necesitamos más followers, dijeron. Y se pusieron al lío. Que Pablo e Irene sean papás y mamás es una gran noticia para la España de natalidad involutiva, necesitada de menos políticas de Estado y más acuerdos de edredón, porque si no quién coño va a pagar las pensiones. Y encima anuncian mellizas, que viene a ser el castigo patriarcal que el Zeus de la Tuerka hace a su Pimpinela de escaño.

Las emociones regurgitadas por el futuro alumbramiento no harán a Podemos mejor partido, ni a ellos insignes servidores públicos. Porque Montero nunca será una política de Estado. Sólo será durante unos meses una política que está en estado, pero nada más. Sí quedará para la historia la aportación melosa y pomposa de doña Irene, quien, a falta de Romeo en el balcón, tira de red social para dar a conocer al mundo la buena nueva. Ahora Iglesias, que es un hombre leído, recordará a Pascal cuando dijo que la desgracia de los hombres se basa en una cosa: no ser capaces de quedarse quietos en una habitación.

Podemos, que paradójicamente es un partido proaborto, define la futura vida como un proceso de emociones compartidas. Nótese la distancia con el lenguaje habitual que todo hombre de Dios tiene a bien usar. Ellos son más de adorno, en lo estético y en lo filosófico. Una composición cacofónica que evita hablar como la casta. Porque ellos son la gente, y la gente habla así, con rima asonante. Apuestan, en su cruzada contra la vida, porque el Estado regule el vientre de la mujer incluso en semanas avanzadas de gestación. Defienden Pablo e Irene el derecho de la mujer a hacer con su cuerpo lo que quiera, aunque lo que quiera pase por la ilógica irresponsable del exterminio del nasciturus. Pero ahora que tendrán una responsabilidad compartida, la vida volverá a ser sagrada. Al menos durante nueve meses.

En el partido de Iglesias tocaron a rebato cuando vieron la caída en las últimas encuestas y, a golpe de corneta, se dedicaron a levantarlas por el noble arte de la consumación carnal. La estrategia es clara: hay que hacer niños podemitas para que en dos generaciones al PP no le queden votantes. España será nuestra, claman los machos alfas mientras afilan sus cuchillos. Igual con tanto trajín se olvidan de que cuando sus criaturas tengan edad de votar, Podemos puede convertirse, simplemente, en el recuerdo de una mala noche de verano. La política es un parto, como me dijo una vez un ministro ya retirado. Un constante proceso de mareos, náuseas y responsabilidades negociadas. Y este será retransmitido como las novelas de antiguo: por folletines. Tiene narices que el nuevo baby boom lo represente el club de amigos de Herodes. Curiosamente, las mellizas Iglesias-Montero se beneficiarían de los seiscientos euros que Cifuentes dará por cada hijo que se tenga en 2018. De igual forma, Pablo podría acogerse a más semanas de paternidad en cuanto se aprueben los Presupuestos, por obra y gracia de Ciudadanos. Que son antiliberales, pero no gilipollas.

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