La ‘ópera prima’ de los indultos

La ‘ópera prima’ de los indultos

Por fin, en función de gala en el Gran Teatro del Liceo primero, y  en el Consejo de Ministros a continuación, se autoindulta el Gobierno. Tras la adecuada preparación artillera durante estas últimas semanas en forma de bombardeo de informaciones y apoyos entusiastas para convencernos de que Sánchez va a realizar un gesto de «magnanimidad y concordia» encomiable que le honra, va a conceder finalmente unos autoindultos en la persona de los «presos políticos» de formaciones con cuyo apoyo accedió a la presidencia del Gobierno, pese a disponer de una exigua minoría absoluta de 84 diputados, y a los que necesita para seguir instalado en el poder.

No hay precedentes en el actual régimen constitucional de una desviación de poder como la practicada por el Gobierno en el caso que nos ocupa, y que la propia Sala 2ª del Tribunal Supremo como tribunal juzgador y por unanimidad, relata  en su informe no vinculante pero preceptivo. Por ello, no cabe más conclusión que calificar como de indigna e inmoral cacicada la practicada por Sánchez y su Gobierno. Ni el Govern de la Generalitat lo hubiera hecho mejor para sus intereses, indultando a quienes blasonan de lo que hicieron. Algunos llegan incluso en su escrito, no sólo a no expresar una mínima voluntad de enmienda, sino a afirmar que no tienen nada de lo que arrepentirse, porque lo que hicieron fue «un mero ejercicio de  su derecho de opinión y de libertad de expresión», tomando a los jueces y a los españoles en general por estúpidos.

Que sea además el Rey el que deba expedir los Reales Decretos de indulto, es una ofensa añadida en la persona del Jefe del Estado, a los que los «presos políticos» continuamente desprecian e insultan de palabra y obra. En los libros de Historia contemporánea de España se estudiará la actuación de un Gobierno dispuesto a vender la dignidad y el honor de España por un plato de lentejas, en  forma de unos miserables votos para seguir en el poder. Es un insulto a los españoles atreverse a hablar de «concordia y magnanimidad» ante unos escritos como los que han dirigido al Tribunal.

Es imposible que ningún dignatario extranjero de una mínima relevancia y autoestima respete a unos gobernantes que indultan a unos dirigentes políticos que, desde el poder, urdieron un auténtico golpe contra la Constitución, dinamitando su mismo fundamento para conseguir su objetivo secesionista. Cuando estén en libertad plena y sigan adelante sintiéndose más fuertes con sus planes, ¿quién les hará frente? ¿Alguien puede sorprenderse de que Biden no contestara la llamada telefónica de Sánchez de enero pasado, y cinco meses después le prestara toda la atención que hemos visto…? Jamás España había sido ninguneada como lo es en la actualidad: en el interior por los separatistas, por el sur por nuestros vecinos, y en occidente por los Estados Unidos.

Y el triste colofón de este vergonzoso episodio es que la patronal y los obispos catalanes lo aplaudan, pretendiendo hacer creer que a los opositores les guía un afán de revancha o de venganza, al no ser partidarios de la reconciliación y del perdón, apostando por el diálogo para alejar el «conflicto político creado en Cataluña». A ellos hay que preguntarles si es un «conflicto político» saltarse todo el ordenamiento jurídico de un Estado democrático y de derecho para conseguir lo que desean unos políticos que no se arrepienten de sus actos y alardean de volverlos a repetir tan pronto puedan. A ellos se les debe preguntar: ¿Y quién ha creado ese supuesto «conflicto»?, ¿la mitad de los ciudadanos catalanes y españoles que cumplen la ley? Con su apoyo al mantenimiento de un tripartito gubernamental de socialistas sanchistas, comunistas y secesionistas, habrá que exigirles responsabilidades cuando su acción de gobierno siga en la senda de una balcanizacion de España, como la historia nos enseña.

En 2002 la CEE hizo pública una carta pastoral defendiendo el bien moral de la unidad de España como un valor a preservar. Lo hizo, además, siguiendo el ejemplo trazado por san Juan Pablo II en Italia, ante los intentos secesionistas de políticos  nacionalistas insolidarios con tintes xenófobos que pretendían lo mismo que los «presos políticos» catalanes que odian España. Los opositores siguen su ejemplo.

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