No hay dinero para test pero sí ‘pellones’ para perroflautas en Dubái

Eduardo Inda
Eduardo Inda

Una Exposición Mundial, que es como Fitur pero a lo bestia y en versión cosmopolita, se organiza al menos cada cinco años. Sobra decir que estos acontecimientos son siempre una magnífica oportunidad para vender, contar y cantar las excelencias de un país. Claro que también representan un momento que ni pintado para trincar pasta a lo bestia, como se vio en la por otra parte maravillosa Expo de Sevilla de 1992 cuyo gran leit motiv fue el Descubrimiento de América. En aquellos años se hizo famosa una ficticia moneda bautizada como “los pellones” en referencia a las supuestas comisiones cobradas por la cúpula del evento dirigida por Jacinto Pellón. Mordidas que probablemente existieron por cuanto sus presupuestos fueron las cuentas de El Gran Capitán, pero que no se pudieron demostrar por la sencilla razón de que los salvajes modificados de obra jamás se investigaron judicialmente.

Lo primero que hay que subrayar es que la que montó Felipe González a la par que los Juegos Olímpicos en ese memorable 1992 no tiene nada que envidiar a la fastuosísima que ha organizado el integrante más aperturista de los siete Emiratos Árabes. Es más, yo apostillaría que la organizada con motivo de los cinco siglos del Descubrimiento de América era mejor. Lo digo con conocimiento de causa porque, a pesar de ser un chaval, estuve allí. Vamos, que no me lo han contado. Y eso que el nivel de la Dubái, con sus 18.000 millones de dólares de inversión, no es moco de pavo. Nuestros 1.100 millones son infinitamente menos dinero por mucho que los traduzcamos a euros constantes incorporando la inflación de estos 30 años.

Llegar a la Expo de Dubái es pasar del desierto al siglo XXII sin solución de continuidad. Todo es modernidad, fastuosidad, nuevas tecnologías, metaversos y demás inventos de inteligencia artificial. Con todo, el pabellón que más impacta, el más bestia de largo, es el de Arabia Saudí sufragado por la mayor petrolera del mundo, Aramco, y diseñado por un arquitecto checo radicado en Sevilla, Boris Micka. Eso sí que es nivel y lo demás, tonterías. Comparar el continente y el contenido de la embajada de la nación de ese contemporáneo destripador que es Mohamed Bin Salman con la nuestra es mejor no hacerlo so pena de pasarte llorando de aquí al día del juicio final.

En Dubái no sólo transmitimos la sensación de ser una nación de pandereta sino que, además, hacemos el payaso de mala manera 

Nuestro pabellón es un monumento al paletismo progre y bulero. Lo preside una suerte de murales con leyendas filopodemitas entre las cuales sobresale la frase preferida del presidente del Gobierno: “Todos y todas”. Da vergüenza ajena. Si esto es lo que tenemos que vender al mundo, apaga y vámonos. No sólo transmitimos la sensación de ser una nación de pandereta sino que, además, hacemos el payaso de mala manera por cuanto hay un sinfín de estados más modernos y avanzados en materia social: desde los tres escandinavos hasta el Benelux, pasando por Alemania, Francia, Suiza, Austria, Canadá, los Estados Unidos o Corea del Sur.

Al visitante se le ponen los pelos como escarpias cuando certifica que los conos que sobrevuelan el pabellón son de color naranja y amarillo, naturalmente para evitar los colores rojigualda de nuestra bandera. Un ridículo como otro cualquiera que demuestra lo patéticos que somos, máxime si tenemos en cuenta que los demás recintos están presididos por la enseña nacional respectiva. O por un porrón de ellas como en el caso del de Estados Unidos o Italia.

El segundo bofetón visual se lo lleva uno al toparse con el primero de una larga lista de carteles progres. Ése en el que se da a entender que poco menos que el ajedrez fue un invento español. Una boutade llevada a cabo por una empresa con sede en el paraíso fiscal de Gibraltar. Manda huevos. Me dicen que el ideólogo de todo esto es el gran Leontxo García, el tipo que más sabe de este deporte en 5.000 kilómetros a nuestro alrededor. No me lo puedo creer. Sea como fuere, todo un disparate, más que nada, porque esta actividad a caballo de un juego de mesa y el deporte se originó en la antigua Persia.

El dinero público está para que extramuros nos perciban como un pedazo de nación, no para que parezcamos unos bufones 

Otra cosa que no entiendo es cómo este bicho ha podido costar “32 millones de euros”, tal y como consta en una respuesta parlamentaria a una pregunta de Vox. ¿Dónde han metido el parné?, me pregunto yo al certificar que todo se resume a una colección de carteles progres y poco más. Ese poco más es la obra de Daniel Canogar, hijísimo del mítico artista del grupo El Paso (Rafael), que preside el pabellón: Dinamo. Una creación vulgar que, además, demuestra que los hijos no siempre salen a los padres.

El dinero público de Exteriores, salvo a Albares porque esto lo organizó la inempeorable González Laya, está para que extramuros nos perciban como un pedazo de nación. Para que seamos, o al menos, parezcamos, los campeones del mundo-mundial. No para que los ciudadanos del resto del mundo salgan con la convicción de que somos unos bufones. Hasta Abundio llegaría a esa conclusión. Lo lógico hubiera sido fardar allí de Nadal, de Valentí Fuster, de Amancio Ortega, del Real Madrid, de la Selección Española, de Ferran Adrià o cualquiera de los otros grandes de la cocina como Dabiz Muñoz o el eterno Arzak, de nuestro Rey, de Cervantes, de Goya, de Picasso, de Barceló o del turismo.

Por cierto: ni una puñetera referencia a Formentera, Ibiza, Mallorca o Menorca, a las Islas Canarias, a la Costa del Sol, a la Costa Brava, al litoral valenciano o a esas joyas histórico-artísticas que presiden el centro de Sevilla, Córdoba o Granada. Y del Descubrimiento de América, lo mejor que hemos hecho nunca jamás, más bien poquito y tergiversadito no vaya a ser que transgredamos esa falsaria Leyenda Negra que tan cachondo pone a este Gobierno. De la mejor obra literaria en castellano mejor ni hablamos. Junto a un retrato de El Quijote aparece la vomitiva palabreja que tanto mola a Pedro Sánchez: “Resiliente”. Hace falta ser muy gilipollas para colgarle este adjetivo al personaje de Cervantes.

Lo del Belén satánico es para irrumpir en el pabellón de España en la Expo de Dubái cual Jesucristo en el templo de los mercaderes

El primero de nuestros más excelsos representantes en La Expo es un transformista asturiano, un tal Rodrigo Cuevas que al parecer es muy famoso en el Principado, que naturalmente pertenece a la ultraizquierda más furibunda y casposa y que da la murga permanentemente con esa otra mamarrachada que es convertir el bable en lengua oficial. ¡Ah! y que acostumbra a actuar en calzoncillos negros fardando de paquetillo. En Dubái, claro está, no hubo redaños para repetir la jugada. Los otros, tal y como certificarán ustedes mañana lunes, son unos perroflautas que perpetran unas actuaciones que invitan a cambiarse de nacionalidad ipso facto o a rogar asilo político en los cercanos pabellones de Alemania o Italia.

Lo del Belén satánico es para irrumpir en el pabellón de España cual Jesucristo en el templo de los mercaderes. Servidor, que no es precisamente un meapilas, flipó cuando contempló al Niño Jesús, a la Virgen María y a San José representados por muñecos de vudú. Se puede ser más hijoputa pero no más irreverente. ¿Por qué no hicieron lo propio con Mahoma o Alá? Básicamente, porque allí no se andan con chiquitas con quienes insultan al profeta o a su dios y porque corres el riesgo de que cualquier fanático haga saltar por los aires el pabellón.

Federico Jiménez Losantos me trazó el otro día una analogía que casa cual anillo al dedo en toda esta polémica bufa soportada con nuestros impuestos: “No hay dinero para test pero sí para estas mamarrachadas”. Más allá del ridículo universal, del asco ético y moral que nos provoca todo esto, hay que incidir en un asunto que no es precisamente menor en un país en el que no sobra el dinero y en el que la deuda sobrepasa ya el 120% del PIB: ¿cómo carajo ha podido costar esta porquería 32 millones? Una porquería más propia de un estado del Tercer Mundo que de uno de los 14 más ricos y teóricamente avanzados del mundo. Hay que recordar que se inundó durante las primeras lluvias que caían sobre Dubái en meses. Tal vez es que no costó 32.000.000, quizá es que en la aclaración parlamentaria a Vox se les escapó un cero, no lo sé, el caso es que esta chapuza no cuesta lo que dicen que ha costado. ¿Cuántos pellones se han llevado? ¿Quién o quiénes los han trincado? No afirmo, simplemente, pregunto.

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