No hagan caso: Page es un Tartufo
Molière no podía haber hallado un ejemplo más actual para su Tartufo, una auténtica genialidad literaria y teatral, que un personaje en esta España que atiende por Page, aunque este sea su apellido adosado más eufónico, desde luego, que el paternal y extendido García. Es Page un discípulo privilegiado de otro político, dicen que también socialista, José Bono que, a base de construirse una inventada personalidad ajena a su auténtica raigambre, logró durante años emborronar la mente de miles de castellanos y manchegos, incluidos en la cesta hasta un cardenal de la Iglesia que no pasaba precisamente por ser un progre.
Page aprendió de su maestro ciruela (ya se sabe, el que puso una escuela y no sabía leer) a practicar la política del disimulo consistente en formular sublimes declaraciones con destino a todo quisque, también a la derecha más estúpida, y a la postre hacer exactamente lo contrario a la propuesta anterior, seguir en el machito y, sin sindéresis alguna, comportarse en la dirección opuesta a su retórica manifestación. El cronista pensaba exactamente en esto cuando hace sólo unos días Page formuló una declaración pomposa para disfrazar lo evidente, o sea, que su jefe político, Pedro Sánchez y Pérez Castejón (no olviden para la historia de la felonía estos apellidos) está disponible para pactar con los barreneros de la España Constitucional una Ley de Amnistía que enaltezca a los golpistas del 17 y un referéndum que, definitivamente, cuartee el país hasta hacerlo en la práctica desaparecer como tal.
La manifestación que está en todas las hemerotecas decía en boca de Page exactamente lo siguiente: «En lo último que se podía estar imaginando a la hora de votar es que esta legislatura lo fuera con mando a distancia, tan distante que el mando está fuera de España». No hay que ser un entomólogo de la interpretación para adivinar que Page se estaba refiriendo con esta cita al forajido Puigdemont, un fugado de la Justicia al que Sánchez pretende, sin disimulo alguno, ofrecer la llave y clave de su gobernación próxima, Hasta ahora este tipo de trapisondas dialécticas le han saldo muy bien a Page. Ya hemos dicho que, siguiendo la estela de su maestro, ha conseguido engatusar a sus votantes e incluso al arzobispo de Toledo, que ya es es engañar.
Hasta ahora tampoco nadie le ha hecho pagar por sus altisonantes avisos o sus rechazos artificiales al mando de Zapatero en primer lugar y al de Sánchez en este momento. En su partido, en la sede nacional, se han tolerado las demasías con un desdeñoso: «¡Bah, son las cosas de Emiliano!» y entre los electores tampoco se ha tomado en cuenta su cinismo porque, al fin: «Page no se mete demasiado con nosotros».
Por esto se permite a Page estar al pan y a las tajadas. Al pan para solaz de los que encuentran en ese PSOE un antídoto retórico, más que otra cosa, de Sánchez, y a las tajadas para, en resumidas cuentas no llevar sus advertencias a la práctica. O sea: ¿se entiende que el fautor de una acusación como la que acabamos de transcribir no haga nada para impedir que el citado Puigdemont se convierta en el árbitro de la política española y, es más, en el instigador de la ruptura de la Nación? Como decía Franco (a veces, aquel general decía cosas inteligibles) «se entiende demasiado bien».
Page lanza el medido exabrupto y a continuación se va de cañas con la derecha por Talavera, la derecha que, encima, le ríe las gracias. Corre estos días por los cenáculos de Madrid (en los que a veces se venden especies ciertas) un rumor extendido. Según parece, esta misma semana una buena parte del PSOE antiguo, los que se acogen al Grupo “Fernando de los Ríos”, han cavilado la posibilidad de que, si Sánchez llega a la investidura con los votos de los separatistas y filoetarras, algún o algunos porque harían falta varios, de los ocho parlamentarios que ha sentado Castilla-La Mancha en el Congreso de los Diputados perpetren una suerte de tamayazo, pagetazo se llamaría aquí, que estorbara a su progenitor político candidato a la Moncloa, para su fin de conseguir la reedición de sus fechorías. La especie, como tal rumor, ha estado corriendo buena suerte, sobre todo porque se acompaña a una adenda; la certeza de que, La Moncloa y Ferraz, enterados ambas de la maniobra, llamaron directamente a Page para abortar la intentona. ¿Qué ocurrió? Pues que Page, como no podía ser de otra forma, hizo solemnes juramentos de que nunca, nunca, atendería a esos nefandos requerimientos.
Es decir: que si en algún momento en el PP piensan en una vía similar para evitar la investidura del rival que vayan pensando en otra cosa aunque, de aquí a la presumible oportunidad parlamentaria de Sánchez, Page se permita el lujo, que le saldría nuevamente gratis, de inflar un globo que él mismo pinchará a continuación. Y no nos confundamos: cuando se rebusca en el PSOE-de-toda-la-vida y se encuentra una voz disonante con todo lo que representa el actual secretario general, no debe cometerse el error de comparar los postizos reparos de Page con la acerba crítica del sorprendente Alfonso Guerra, cuya última denuncia al sanchismo es, en román paladino: una bomba atómica. Page, con otra pirueta más y para no quedarse sin micrófono, ha recordado textualmente que «no es tolerable pactar con delincuentes su propia condena”, algo que ha llenado de gozo a los bienpensantes que aún esperan del presidente regional el encabezamiento de una Operación Valquiria, a lo contra Hitler más o menos.
A lo mejor, Page no alcanza la categoría del Tartufo de Molière; sin embargo es muy justo adjudicarle, como si hoy fuera ayer, alguna de las sentencias que el autor coloca como responsabilidad de su impostor. Una se le quedó grabada al cronista de la versión de Enrique Llovet y Adolfo Marsillach: “Tartufo, conociendo la debilidad del dueño de la casa, saca provecho de todo”. Realmente como anillo al dedo. Si creyéramos, que se nota que no, en la decencia intelectual y política de Emiliano García Page, pensaríamos que todas sus últimas declaraciones de confrontación expresa con Sánchez las va a convertir en una estrategia de acoso y derribo para acabar con esta pesadilla nacional. Nada que hacer. De fracasar la intentona de Feijóo los facinerosos golpistas del 17 van a dirigir nuestro consorcio nacional. Esto es lo que puede suceder: Page es un patriota de salón para damas aburridas y periodistas glotones, pero ni está, ni se le espera para otros menesteres. Desde luego no para dos cosas correlativas: la primera, para liquidar a este felón; la segunda, para evitar en consecuencia que España, la nación más antigua de Europa, se vaya definitivamente al garete.
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