El momento de los halcones y del dolor

Hasta hace un mes y medio, un buen grupo de economistas y de profesionales de los mercados pensaba que la intensa desaceleración económica que afecta a casi todos los países tendría el efecto de aplacar la inflación y que éste suavizaría la inclinación de los bancos centrales por subir agresivamente los tipos de interés. Pero este escenario ya no cuenta. Ha quedado completamente desfasado. Todo apunta a que la inflación va a seguir tan elevada como persistente en el tiempo. Que ha venido para quedarse con nosotros durante una larga temporada.
Irónicamente, estamos en ese momento en el que la gente ha asumido y se ha acostumbrado a que los precios suban, y esta circunstancia, como si se tratase de una profecía auto cumplida, hace que los precios suban más. Las empresas dejan de preocuparse por el cliente, viéndolo resignado a los acontecimientos, y aprovechan para repercutir directamente todos sus costes sin temor momentáneo a perder mercado. Esta coyuntura es, sin embargo, crítica. Que se anclen las expectativas desfavorables es letal para la economía, y la única manera de combatir este fenómeno complejo y pernicioso es frenar la demanda. La única fórmula conocida, probada y exitosa es subir los tipos de interés, y subirlos de manera agresiva, de modo que no quede ninguna duda a los agentes económicos y sociales sobre la determinación de los bancos centrales de operar a corazón abierto.
Todos los años a finales de agosto se celebra en Jackson Hole, un valle del lejano Oeste de los Estados Unidos, la legendaria reunión de los máximos responsables de la política monetaria mundial, y se presta atención especial a las palabras del americano. Para disgusto de las palomas y de los progresistas planetarios adictos al gasto público y alérgicos a la higiene presupuestaria, como es el caso de nuestro Sánchez, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha sido claro y contundente. Está preparado y dispuesto a subir los tipos de interés todo lo que haga falta para contener la hemorragia de los precios. Naturalmente, tal estrategia puede hundir aún más el crecimiento y perjudicar el mercado de trabajo, pero siguiendo las enseñanzas del mítico Paul Volcker, que le precedió en el cargo en los años ochenta del siglo pasado y logró corregir sobre la base del convencimiento y la perseverancia una inflación brutal en Estados Unidos, el dolor que se va a inducir entre las familias y las empresas siempre será menor que si no se actúa con la debida voluntad. Según Powell, «sin estabilidad de precios, la economía no funciona para nadie. En particular, sin estabilidad de precios no lograremos un período sostenido de condiciones sólidas en el mercado que beneficien a todos, porque las cargas de la inflación recaen más en los que menos pueden soportarlas». Y cerrando el argumento que modestamente he aportado antes sobre el comportamiento acomodaticio y nefasto de todos los que actúan en el mercado, Powell dice: «Cuanto más se prolongue la actual racha de alta inflación, mayor será la posibilidad de que las expectativas de una mayor inflación se afiancen».
De manera, queridos progresistas de todo el mundo, querida izquierda de todos los partidos, hay que tomar decisiones duras, ya y por el tiempo que sea necesario. No hay duda de que la posición de la Reserva Federal americana tendrá una segura influencia en el Banco Central Europeo, que entre el 7 y el 8 de septiembre tiene que decidir qué hace con los tipos de interés. Aunque en su seno no faltan las ‘palomas’, y los países eventualmente más expuestos a los costes de financiación son Grecia, Italia y España, es improbable que la tasa suba menos del 0,5 por ciento y posible que llegue hasta el 0,75 por ciento, que sería la opción más adecuada. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que en Europa la inflación supera la de Estados Unidos y conviene licuarla cuanto antes. Es verdad que allí el mercado laboral continúa pujante mientras en Europa la situación es bastante más frágil, y no digamos en España, donde las cifras tanto en términos absolutos como comparados son pésimas. Aquí todavía no se ha recuperado el nivel de renta per cápita previo al Covid y la evolución del empleo si se atiende al número de horas trabajadas, que es el indicador relevante, refleja un deterioro progresivo e inquietante. El futuro no pinta bien y la causa principal, según el economista José Luis Feito, uno de los mayores expertos en la materia, son las consecuencias de la contra reforma laboral, que se harán más visibles a medida que el ritmo de la economía vaya apagándose, de manera que el crecimiento de las horas de trabajo se hundirá proporcionalmente muy por debajo del nivel del PIB.
Las subidas de los tipos de interés, ya presentes y próximas, han empezado a tener una evidente repercusión en los mercados, en las bolsas, y principalmente en la prima de riesgo en relación con el bono alemán. Esta ya se acerca a los 250 puntos básicos en Italia -ante la incertidumbre añadida de un eventual nuevo Gobierno euroescéptico-, un movimiento que arrastrará progresivamente a España, con uno de los déficit estructurales más altos del Continente y una deuda pública por las nubes. ¿Creen ustedes que el Gobierno está preocupado por la situación? No lo parece en absoluto. El presidente Sánchez ha programado hasta treinta actos públicos en los próximos días, pero no para informar a la opinión pública del fin de la abundancia de liquidez y plantearle abiertamente los sacrificios a los que se verá obligada -como está haciendo Macron en Francia- sino para desplegar una vez más la propaganda a la que nos tiene acostumbrados, para auto elogiar las medidas adoptadas por su Gobierno, esas que falsamente no están dejando a nadie atrás, y para reivindicar que estemos en vanguardia de todas las batallas fútiles e inconvenientes como la lucha contra el cambio climático, el feminismo radical y el revisionismo histórico más obsceno que nunca.
Todas las guerras, y la que se libra en Ucrania no va a ser una excepción, llevan aparejadas una recesión, y más cuando implica un encarecimiento diabólico del precio de la energía. Pero las condiciones objetivas por las que atraviesa España, a causa de las políticas equivocadas de Sánchez, harán que aquella sea más profunda y dolorosa que en otros países. Todos van a acabar cayendo como las fichas de dominó, pero unos más abruptamente que otros, y con una capacidad de superación menos vigorosa. El socialismo, y más aún el socialismo radical que padecemos, es una maldición bíblica.