Un golazo inservible

Rajkovic, que ha salvado puntos al Mallorca esta temporada, creyó que los «8 días de oro» no habían terminado y decidió prolongar los regalos de hace una semana con motivo de la visita a Palma del Villareal, cuando el Espanyol había encarado el partido tan preocupado como espeso y Dani Rodríguez ya le había dado un susto a Pacheco diez minutos antes. Siempre ha sido más fácil clavar dardos en la diana arbitral que en el blanco propio.
El Mallorca había planteado la batalla desde su superioridad numérica en el centro del campo, con uno de los centrales incorporado cerca de Galarreta para una mayor libertad de movimientos tanto del de Betanzos como de Kang-in Lee, con un marcaje férreo y zonal sobre Sergi Darder aislado en medio de la empanada mental de sus compañeros indecisos entre atar en corto a Muriqi o equilibrar fuerzas donde se fabrica el fútbol con Kadewere cual espectador privilegiado. Hasta el error del portero pintaba bien pese a la falta de remate.
Tampoco se acercaban los blanquiazules, por lo que Diego Martínez optó por mover ficha y meter a Melamed, más rápido, hábil y escurridizo que el sustituido Aleix Vidal. Si los toreros les señalan tres avisos por no pegar al toro la estocada final, el recién entrado y el goleador los dieron apenas empezado el segundo período hasta que, como dice el refrán, a la tercera va la vencida y con Rajkovic enfadado consigo mismo y peleado con el mundo, la cuesta se empinaba de nuevo.
Amonestado Aguirre, más pendiente del colegiado que de sus jugadores, aun tardó casi 20 minutos en darse cuenta de que se cocía otro viaje con mucha carne en el asador y poca chicha. Pacheco solo tuvo que intervenir en un remate muy suave de Angel, sin mayor apuro precedente que una pifia de Kadewere que no merece mayor comentario. Era la hora de la épica, como de costumbre. Un delantero más, Amath, y un defensa menos, Valjent. Sin efecto alguno cabe añadir. Ya en los minutos de la basura tiempo para Morlanes, sin hoja de servicios, y Abdón por si sonaba la flauta. Y lo hizo, la de Alberola Rojas para certificar con ella que ni los seis minutos de prolongación, ni el resto de la tarde hubieran servido para lo que valía el golazo de Muriqi. O eso creímos en vana y momentánea ilusión