Un gasto público por encima de nuestras posibilidades

Gasto público

El gasto público en España ha crecido de manera exponencial en los últimos cinco años y no deja de hacerlo, pese a la necesidad de cumplir este año con las recuperadas reglas fiscales en el seno de la UE. Es un gasto creciente, que se incrementa de manera escandalosa, como ya he dicho en reiteradas ocasiones, y que para muestra sirve el aumento de casi 80.000 millones de euros en el techo de gasto no financiero de los Presupuestos Generales del Estado, que si descontamos la parte financiada por los fondos de recuperación europeo sigue siendo un aumento altísimo, de 50.000 millones de euros, pero que, además, como gran parte de los fondos está yendo al sector público, si quiere mantener la inversión realizada, tendrá que financiarlo en el futuro, con lo que esos 80.000 millones corren el riesgo de convertirse en estructurales de manera completa.

El objetivo del Gobierno siempre ha sido incrementar el gasto, y es lo que ahora, tras la pandemia, quiere consolidar crónica y estructuralmente. No deja de ofrecer más actuaciones de gasto, de tratar de generar más necesidades a las que ofrecer su cobertura, en una locura presupuestaria que sólo puede llevar a la quiebra.

Tenemos un nivel de gasto público desmedido que no nos podemos permitir. No se trata de incrementar los impuestos, sino de racionalizar el gasto. Si se aumentan los impuestos no se recaudará más, porque la economía se resentirá, así como el empleo, disminuyendo los ingresos y aumentando el gasto por prestaciones. Se trata de reducir el gasto, y, además, de manera drástica.

Necesitamos contar con un nivel razonable de impuestos para poder cubrir los servicios esenciales, como la sanidad, la educación o la seguridad, pero ni podemos financiar todo tipo de gasto, ni podemos tratar de contar para los servicios que tenemos con lo más caro de cada área. Necesitamos unos servicios adecuados, que sanen, que eduquen, que den seguridad, pero no adornarlos con unos extras que sólo incrementan el coste pero que no mejoran la vida de los ciudadanos.

Para ello, podemos mirarnos en el espejo de Portugal: nuestro país vecino, cuenta con unos servicios que quizás no sean los de última generación, pero que cumplen su función. Por ejemplo, en el metro de Lisboa los coches son como los que en Madrid se introdujeron como novedosos a mediados de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX en las nuevas líneas 6, 7, 8 y 9 de entonces. Es obvio que hay diseños más novedosos ahora, pero esos trenes, si cumplen con los estándares de seguridad, que es lo fundamental, y funcionan, cumplen igual de bien su función, que es la de llevarnos de un punto A a otro punto B. Como digo, cumplen la misma función, pero a menor coste. Igual sucede en las aulas: puede que haya que hacer inversiones en tecnología como método de enseñanza, pero no tiene ni por qué ser de las marcas más punteras ni hay que cambiar lo que no sea tecnológico: ni hay que reducir número de alumnos, ni cambiar tanto el mobiliario, ni nada parecido. Durante mucho tiempo nos hemos educado en grupos de clases muy numerosos, con pupitres no tan cómodos como los de ahora, y todos hemos salido adelante perfectamente. Hay que reforzar el contenido de la educación, no el continente, y, sin embargo, lo que se mejora es el continente, para que sea más bonito, y se rebaja el contenido de lo que se enseña, con lo que se convierte a los estudiantes en más ignorantes.

Y así en todas y cada una de las actuaciones, ya sean carreteras, trenes u hospitales. Necesitamos seguridad en esos servicios, calidad y resultados prácticos que cumplan con su objetivo, no adornamientos que incrementan el gasto innecesariamente, que no mejoran el servicio en su objetivo único y que sólo sirven para tratar de captar votos mientras esos mismos votantes, sin darse cuenta por la ilusión fiscal que comentaba el otro día, pagan esos desmanes del sector público con sus impuestos.

España no necesita más gasto, sino gestionar de manera eficiente el que tiene e incluso reducir el que no sirve de nada, para así, precisamente, mantener el grueso de los servicios esenciales. No podemos seguir con un gasto público por encima de nuestras posibilidades, como ahora sucede.

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