Feijóo, la economía y la higiene de la nación

Feijóo, la economía y la higiene de la nación

Tenía un cierto temor a que la cita entre Sánchez y Feijóo en la Moncloa el jueves pasado degenerara en una cierta abducción, en que el nuevo líder del PP, que viene entronizado por el sambenito del centrismo, del moderantismo y del pactismo correspondiente cediera terreno. A que aceptara que el presidente del Gobierno le otorgara el certificado de pureza democrática, después de haber dado las debidas señales de su separación de los ultras de Vox. Pero por fortuna me he equivocado. He cometido el error imperdonable de minusvalorar a quien ha obtenido en Galicia cuatro mayorías absolutas y ha demostrado con creces ser una persona sagaz, astuta y sobre todo solvente, persuadida como el resto de los españoles de bien de que tenía delante a un embustero compulsivo sin escrúpulos del que nadie se puede fiar.

No hubo acuerdo alguno en la reunión de La Moncloa porque Feijóo insistió, dada la coyuntura dramática que atravesamos, en la necesidad de rebajar los impuestos -descontando la inflación de los tipos del IRPF- y Sánchez se negó en redondo. La izquierda, los intelectuales que la secundan, se oponen a rebajar los impuestos. Siempre ha sido así. Obedece a un determinismo genético. Pero ahora el pretexto que aducen es que esto choca con las necesidades de una economía de guerra, cuando más necesario es disponer de recursos públicos. Y es justamente lo contrario: una coyuntura marcada por una inflación galopante y un crecimiento que va claramente a menos exigiría una recomposición del patrimonio familiar para hacer frente al drenaje que causa el aumento imparable de los precios. Esta maniobra no empujaría el consumo sino que fomentaría el ahorro y haría más pasable el trance fatal de estos tiempos difíciles marcados por la explosión del coste de la energía y de los combustibles.

Ellos argumentan que una estrategia de esta clase debilitaría nuestro nivel de protección social; que sería regresiva. Es una más de las falacias promovidas por la propaganda oficial. Jamás hablan estos señores, sin embargo, del ingente gasto público redundante y superfluo y de la cantidad del dinero de los impuestos que se despilfarra en frivolidades, e incluso en los abundantes planes que ofenden el sentido común desde que el Consejo de Ministros está formado por unos iletrados incompetentes. Por eso reintegrar a los ciudadanos parte de lo que el Estado se está embolsando gracias a la inflación parece en estos momentos en los que llega a los dos dígitos una obligación ineludible en un país que ya está sometido al mayor esfuerzo fiscal de toda Europa, si se comparan los impuestos que pagamos con nuestra renta per cápita.

Feijóo se ha enrocado en este aspecto. Me parece muy bien. Debería ser el inicio de una oposición granítica al Gobierno en todos los frentes. El deseo unánime de los votantes del PP sin excepción es echar a Sánchez del poder por tierra, mar y aire. No hay acomodación posible, no hay política de adultos plausible con un Gobierno que ha roto desde hace tiempo todos los puentes de la concordia civil.

Me parece que contra todas las presiones que reciba del stablishment, el PP debería oponerse al plan de combate oficial contra los efectos de la guerra, que aumenta las subvenciones y al fin la dependencia del receptor -y la gratitud correspondiente a quien otorga la dádiva-. Que eleva por tanto el gasto público, que establece una interferencia inaceptable en la economía, prohibiendo los despidos, interviniendo el mercado del alquiler y que avanza en sentido contrario a la propiedad privada y el mundo de la empresa. En caso contrario, el PP se haría cómplice del Gobierno y de sus atropellos, y es imperiosa la necesidad de marcar las distancias con un Ejecutivo esencialmente deletéreo.

Pero el apunte iniciático de Feijóo en su oposición al plan de Sánchez para hacer frente a la situación desastrosa por la que atraviesa la nación es sólo un primer paso si de verdad quiere convertirse en alternativa de gobierno. Está obligado a presentar con premura un proyecto sólido y consistente de modernización y de cambio. Aparte del asunto de los impuestos, hoy seguimos sin conocer propuestas propias para luchar contra la escalada de los precios energéticos, ni para rebajar de manera lo más eficiente posible el despilfarro de los recursos públicos. No sabemos, en definitiva, cuál es el discurso contemporáneo del PP. Y comprobamos a diario, eso sí, que carece por completo de un equipo económico de postín que rebata y reaccione a cada una de las propuestas del Gobierno -ninguna de ellas acertada- y que ofrezca una alternativa poderosa, razonable y seductora. Ante una situación económica y política tan devastadora, no se conoce todavía un pensamiento político profundo del señor Feijóo, por ejemplo de cuál es su aproximación a la cuestión catalana o de qué va a hacer para ganar apoyos en el País Vasco. Estas deficiencias deben corregirse con la máxima rapidez.

Algo parecido se puede decir sobre el frágil entramado institucional y otros asuntos clave para la higiene de la nación. Dicen las crónicas que una vez qué Sánchez rechazó de plano el prurito de Feijóo por rebajar los impuestos, su único interés era la renovación del poder judicial, que lleva pasado de cuerda más dos dos años. Mi opinión es que habría que oponerse igualmente a tal pretensión, que sólo persigue el manejo sectario de los magistrados y su sometimiento implacable a los dictados del mandarín y sus anhelos insaciables de control de la vida pública.

Feijóo está obligado con urgencia a armar un proyecto de país. Pero esto no sólo atañe a los aspectos económicos -que desgraciadamente se van a poner de moda, dado el empobrecimiento rampante de los ciudadanos-. Hay otros asuntos igual o más importantes. Necesitamos saber qué piensa hacer el presidente del PP, en caso de que llegue al Gobierno, con los ofensivos planes educativos en marcha, con la ley de memoria histórica, con todo aquello en definitiva que tiene que ver con la batalla cultural, que es la contienda crucial por la que al final nos juzgarán nuestros hijos si en ese momento todavía conservan el nivel de criterio necesario para hacerlo y su cerebro no ha sido exprimido hasta el extremo por el socialismo. En esto el PP es un erial, un campo esterilizado por Rajoy, un desierto contra el que desistió de luchar Casado, pero la gran asignatura pendiente de la derecha popular, la que está aprovechando Vox para hacer estragos entre los votantes del PP, que sienten la misma repugnancia por la reincidencia de Sánchez en los abusos cometidos desde el poder más arbitrario y cainita que hemos padecido jamás.

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