Farage vuelve a sacudir a la política británica
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Las conmociones en la política británica no han acabado con el Brexit. Parece que ahora le toca el turno al sistema de partidos. Y la persona que aparece en ambas crisis es la misma: Nigel Farage, uno de los mejores tribunos que han pasado por el Parlamento Europeo.
La crisis financiera y la avalancha de inmigración ilegal han sido las bolas de demolición de los sistemas de partidos de la mayoría de las naciones de Europa Occidental. En Italia gobierna una política que proviene del MSI, maldito en la política de su país durante la guerra fría. En Francia, desde 2017 ninguno de los dos candidatos que pasan a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales pertenece a los partidos que habían ocupado hasta entonces la presidencia de la V República. En Alemania, dentro de unos días AfD se convertirá en el segundo partido nacional, por encima de los socialdemócratas. Y en España, Podemos y VOX han debilitado al PSOE y al PP.
Gran Bretaña había quedado al margen de esta evolución gracias, en parte, a su ley electoral: circunscripciones uninominales pequeñas (de unos 75.000 ciudadanos), votación a una única vuelta y partidos arraigados. Sin embargo, la insularidad ya no protege al país de las convulsiones del continente.
Las elecciones parlamentarias de 2024 pusieron fin a catorce años de erráticos Gobiernos conservadores (¡cinco primeros ministros, uno de los cuales, Lizz Truss, lo fue sólo durante cincuenta días!). El candidato laborista, el fiscal Keir Starmer, recibió una sólida mayoría absoluta. Pero como tercer partido en número de votos, con 4,1 millones, aunque sólo cinco escaños en los Comunes, asomó Reform UK. Su presidente es Nigel Farage, un veterano de la política que presume de haber sacado a su país de la Unión Europea y, además, dotado con una excelente oratoria, capaz de seducir a clases populares.
Desde que el 5 de julio Starmer fuera nombrado primer ministro, su Gobierno se encuentra asediado por el malestar social. Los motivos son el descontrol de la inmigración (el gran argumento de la campaña del Brexit) y la delincuencia; el encarcelamiento de ciudadanos que protestan en redes sociales contra la policía, los delincuentes o la inmigración, sea ilegal o musulmana; y la vuelta a la actualidad, impulsada por Elon Musk, de las bandas de paquistaníes que durante años violaron niñas y adolescentes de manera impune, porque las autoridades prefirieron mantener la paz social en la Inglaterra multicultural.
A la vez, el Partido Conservador se ha quedado sin jefe. El primer ministro, Rishi Sunak, que fue nombrado sin haber ganado unas elecciones parlamentarias, dimitió y los militantes eligieron en unas primarias a otra persona originaria de las antiguas colonias: Kemi Badenoch, de familia nigeriana. Esta mujer de 45 años, directora de varios departamentos ministeriales entre 2022 y 2024 y confesada atea, aunque con valores cristianos, ha declarado que su identidad no es ni británica ni nigeriana, sino como yoruba, una etnia del sur de Nigeria.
Pero Badenoch tiene un punto débil en la guerra de identidades que desgarra a Occidente. En 2018 reconoció en el Parlamento que pidió a sus compañeros conservadores del Gobierno la supresión de límites a los visados por motivos de trabajo y estudios. Más tarde, aseguró desde su escaño que “el Reino Unido es una historia de éxito multirreligiosa, multiétnica y multicultural, y creemos que muchas de nuestras mayores fortalezas derivan de la diversidad de nuestra población”. Esa afirmación quizás sea cierta en la City, pero no en Rotherham, Rochdale o Bristol, donde las bandas de paquistaníes se dedicaron a las violaciones, y el nivel de vida ha disminuido.
Con los dos principales fuerzas políticas desconcertadas, Farage avanza con su proyecto, cuya primera fase consiste en destrozar a los conservadores. Después de varias encuestas favorables, la última, de Sky News/YouGov, y conocida la semana pasada, daba a Reform UK un 29% del voto en unas nuevas elecciones, por encima del laborismo (25%) y el Partido Conservador (18%). Los afiliados a Reform han rebasado los 200.000, con lo que superan al número que tienen los conservadores. La meta ahora es alcanzar los 300.000 afiliados de los laboristas.
La renovación de unas concejalías en unas elecciones locales parciales han sido otro éxito de los reformadores, lo que aumenta el miedo en los conservadores. La suspensión por el Gobierno de una serie de esas elecciones, programadas para este año y que habrían convocado a 5,7 millones de personas, con la excusa de las fusiones de municipios y la depuración de censos, ha permitido a Farage clamar contra una supuesta conspiración entre los dos partidos principales para frenar su racha de triunfos.
¿Puede ocurrir que un partido que no sea ni el conservador ni el laborista se convierta en el mayoritario en el Reino Unido? Las votaciones en Italia y Austria deberían disipar las dudas, pero analicemos las posibilidades.
La peculiaridad del sistema británico, prima a los partidos asentados, pero si éstos se hunden, el que les sustituya puede irrumpir en la Cámara de los Comunes con un batallón de diputados. Los laboristas cuentan con una mayoría de 411 escaños, con menos de un 34% de los votos a nivel nacional, el peor resultado para un partido de gobierno desde 1918. El anterior candidato laborista, el muy izquierdista Jeremy Corbyn, sacó medio millón de sufragios más que Starmer, aunque le dieron sólo 202 diputados. Con menos votos, el doble de escaños. Y la explicación reside en la enorme votación para los conservadores de Boris Johnson: 14 millones, el mejor registro desde 1992.
En las elecciones británicas, el resultado de un partido depende de las votaciones de sus competidores el día de la elección. Allí no hay pactos ni alianzas como permite la segunda vuelta en Francia. El liberal-demócrata Nick Clegg pasó en 2010 de 57 escaños y 5,8 millones de votos a sólo 8 parlamentarios y 2,5 millones de votos en 2015, aunque en esa legislatura había sido viceprimer ministro. Ahora, su partido, con otro líder, tiene 72 diputados y 3,5 millones de votos, el mayor grupo desde su fundación en 1992; pero carece de influencia en la política gubernamental debido a la amplia mayoría absoluta de izquierdas.
En las elecciones de 2024, los candidatos del Reforma quedaron segundos en unas noventa circunscripciones donde vencieron los laboristas, situadas sobre todo en el norte de Inglaterra. Un retroceso en el voto a los socialistas o bien una subida de los reformadores, que podría provenir de la abstención (un 40%) y de desencantados del partido conservador, causarían un terremoto como el del Brexit. Nigel Farage sería el jefe de la oposición o, si los conservadores aceptan pactar con él, incluso primer ministro.