El español en TV3 es sólo para etarras

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Mucho se ha hablado de la niña que estaba concursando en el ‘Atrápame si puedes’ de TV3 y a la que no dieron como correcta la respuesta “trigo”, porque no dijo el término en catalán (“blat”). Claro, el presentador no se la pudo dar por buena porque era una chavala, y no una integrante de un comando terrorista. Porque si eres de ETA, entonces no se te aplica ninguna regla y puedes soltar un mitin en español sin ningún problema, tal y cómo recordó Luis Balcarce en OKDIARIO hace unos días.

¿Qué no se puede comparar un programa infantil con uno de actualidad? ¿Qué un concurso tiene sus normas? Me da igual, cuando TV3 se salta cada día las normas de la decencia más elemental, mintiendo, manipulando y ofendiendo a millones de catalanes, lo mínimo que se puede hacer, con una niña que dice “trigo”, es dar la respuesta por buena con una sonrisa en la boca, y no tratarla con condescendencia, que es lo que hizo Llucià Ferrer, el presentador.

David Pla, último jefe del aparato político de ETA; Joseán Fernández, miembro de ETA condenado por el asesinato de un comerciante y Arnaldo Otegi, el ‘hombre de paz’ de Oriol Junqueras, entre otros, hablaron en TV3 en español sin que nadie les reprendiera y sin que el separatismo más radical se quejara por el uso de la lengua mayoritaria de los catalanes en la televisión que pagamos todos. Porque si te has hinchado de poner bombas, o has ayudado a hacerlo, o has prestado cobertura política a los que lo hacían, entonces tienes bula en la televisión de la Generalitat. Bildu ya no tiene solo como partido ‘hermano’ a los supremacistas lingüísticos de ERC: Junts compite con los de Junqueras a la hora de abrazarse con el brazo político de esta banda terrorista.

Dentro de la República Catalana de Mordor, término del periodista Hugo Pereira que me encanta por lo bien que define la Cataluña de Pere Aragonès y Carles Puigdemont, el español es una lengua a perseguir. No solo en la escuela o en la universidad, ámbitos en los que desde la Generalitat se alienta la delación lingüística, sino en los comercios, los bares, las administraciones públicas o los centros sanitarios. Encontrar rótulos bilingües en un ambulatorio o un hospital público es más difícil que encontrar a un diputado de Esquerra que sepa el significado de la palabra “trabajar”.

Tiene lógica que en la Cataluña de Aragonés y Puigdemont no dejen contestar “trigo” a una niña en un concurso: si la Generalitat subvenciona generosamente a una asociación -Plataforma per la Llengua- que se dedica a espiar la lengua que los escolares hablan en el patio, para luego poder justificar la adopción de medidas para perseguir el uso social del español, lo normal es que se reprenda a todo aquel que ose hablar en castellano en el principal fetiche del secesionismo catalán: TV3. Si hay centenares de escuelas con la pancarta “por un país de todos, la escuela en catalán” o sindicatos de ámbito nacional – UGT y CCOO – que forman parte de plataformas que luchan para excluir el español en las aulas, es que todo vale para convertir a millones de catalanes hispanohablantes en seres sin derechos. Este sí que es uno de los grandes problemas de España a los que el Gobierno de Sánchez no pone remedio, y no las gansadas de Alberto Garzón y su fobia a los chuletones ajenos, que no a los solomillos propios.

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