Opinión

España como botín

Ninguna novedad en las elecciones autonómicas en Cataluña respecto a la condena de Pedro Sánchez, castigado como Sísifo a ascender con una pesada piedra, el peso de su ambición, hasta la cima del puigdemont, colina o monte en catalán, para ver desesperado cómo la piedra echa a rodar de nuevo pendiente abajo.

El extraordinario resultado del candidato popular, Alejandro Fernández, que aumenta de 3 a 15 diputados, tendrá un efecto multiplicador en toda España para el PP de Alberto Núñez Feijóo. Lo cual es un factor más para que Sánchez, vistas las posibles combinaciones para mantener la mayoría que le sostiene, esté dispuesto a pagar el mismo precio de siempre: el que haga falta con tal de no soltar el poder.

No ha habido cimiento, piedra clave o contrafuerte de la España constitucional que no haya salido ya a subasta para costear la estancia de Sánchez en La Moncloa. Es sin duda el alquiler de vivienda más caro que están pagando los españoles. Desde el borrado del delito de sedición a la palmadita cómplice al malversador al que se le rebaja la pena por robar. Desde los indultos a los golpistas a la amnistía a la carta redactada por los propios delincuentes que se beneficiarían de ella. Desde el acercamiento de los presos etarras al troceado de las competencias estatales en País Vasco o Cataluña al gusto y capricho de los peticionarios.

En la cabeza de Sánchez nunca cupo el Estado sino como territorio de conquista, parcelación y privatización, al servicio de un partido que aspira a ser concesionario a perpetuidad del negocio. Que haya nombrado consejero gubernamental en Telefónica al autor que escribió con él aquel libro síntesis de su plagiada tesis, es una cimera expresión de este derecho de pernada sobre lo público.

El nuevo PSOE que está creciendo bajo la era sanchista es la empresa promotora de un solo proyecto llave en mano: la llave de la caja de caudales del Estado, que asciende cada año a cerca de medio billón de euros. Todo en Sánchez se subordina a la posesión permanente de esa llave.

Todo, empezando por el desguace del Estado de derecho, con el fin de garantizar el carácter perpetuo de esa posesión, mediante la deslegitimación de la alternativa democrática, la desarticulación de los contrapoderes judicial e informativo y la siembra generalizada de la cizaña entre los españoles, con cualquier pretexto y sobre cualquier materia.

A esta labor prioritaria le sigue la marcación a fuego, como ganado propio, de todas las instituciones del Estado. Esta conversión de las instituciones en apéndices de La Moncloa, con sus servidores convertidos en carne de cañón en las escaramuzas de Sánchez contra la oposición o contra las actuaciones judiciales y periodísticas referentes a sus allegados, está acelerándose en la misma proporción que el sanchismo ve peligrar su condición de amo único de la explotación.

La grave crisis en que se haya sumida la España constitucional se asemeja cronológicamente a la de la Restauración: el régimen de la Constitución de 1876 se derrumbó en 1923, después de 47 años en vigor. La Constitución de 1978 cumplirá esa misma edad el año que viene.

No es ajena a esta crisis, que algunos querrían ver agónica, la subordinación de las estructuras del Estado y de las propias reglas del juego democrático a un proyecto de poder que no busca el interés general, sino poner los recursos e instituciones públicos al servicio de un proyecto esencialmente corrupto de uso privativo y exclusivo de esos mismos recursos e instituciones.

El caso de Cataluña ha sido pionero en este sentido, sin perder de vista la trama multimillonaria de los ERE del socialismo andaluz. Para huir de sus responsabilidades políticas y judiciales por ello, los independentistas abrieron un boquete en el casco de la nave constitucional. Lejos de hacer que caiga sobre ellos todo el peso de la ley, a los responsables de este sabotaje se les quiere premiar desde el gobierno con la impunidad.

Pero Sánchez no se conforma con eso: quiere reproducir la excepcionalidad política de Cataluña a escala nacional, siguiendo el práctico refrán No hay mejor cuña que la de la misma madera a la hora de buscar la asociación de su proyecto lucrativo de poder con el de Puigdemont.

A principios del siglo XX ya se alzaron en nuestra nación voces en contra de la concepción de España como botín por el turno de partidos que se relevaban en el poder. De la consulta de esas voces en la hemeroteca sobresale la de Luis Araquistain, socialista precisamente, fiel al Largo Caballero que suscita la inquietante admiración de Sánchez.

El artículo de Araquistain en el semanario España, del 6 de junio de 1915, sobre «las facciones que se han repartido como un botín a España», refleja con exactitud y con más de un siglo de adelanto la relación simbiótica, de mutua parasitación, establecida entre Sánchez y Puigdemont desde la célebre visita de Santos Cerdán, el amigo de Koldo, a las oficinas del prófugo en Bruselas:

«El enemigo de nuestra España vital -escribía Araquistain- está dentro de sus fronteras y ocupa las posiciones más ventajosas. Mas no se crea que se trata de un enemigo homogéneo. Aparentemente este enemigo común de España está formado por numerosas facciones oligárquicas que simulan hacerse la guerra mutuamente en interés del pueblo español».

«Pero en el fondo de esa histriónica guerra de facciones -continuaba- no hay más fin que agotar al pueblo que se iba a proteger, ocupar definitivamente el territorio que se iba a socorrer, acabar con la independencia por la cual íbase a velar. Y todo esto, en la más perfecta armonía secreta por parte de las facciones, velada por una ficción de combate que basta para conservar en el pueblo la ilusión de que se lucha y se muere por él».

Esto de la «memoria histórica» es lo que tiene. Que a veces te deja retratado con más de un siglo de adelanto, y además por uno de los tuyos. Como si la Historia -y tus antecesores- te vieran venir. Acaso Sánchez jamás imaginó que su torticera política ya estaba descrita con un anticipo de cien años… De cien años de soledad. Y ya sabe que, como las de los patriarcas de los confines bolivarianos, «las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra». Afortunadamente.