El enfado de Puigdemont
Puigdemont se ha sacado de la chistera la cuestión de confianza. Como hizo en el 2016, nada más llegar al cargo. Mas lo puso, a dedo, en enero de ese año. Todavía recuerdo la cara que hacían los dirigentes de Convergencia cuando ambos llegaron a la sede del partido. Una sede que ya no existe, fue embargada por el caso Palau. En realidad, ya no existe ni el partido.
Estaban todos ahí pensando que habían salvado los cargos, las nóminas, las asesorías, las canonjías. Si no había que ir a elecciones. Y, en este caso, el resultado es siempre incierto. Además, hay que volver a hacer listas. Los codazos, las zancadillas, las puñaladas por la espalda.
Pero en junio la CUP anunció que vetaba los Presupuestos de la Generalitat. Fue entonces cuando Puigdemont hizo una jugada maestra, probablemente una de las pocas del proceso. Anunció una cuestión de confianza.
Como era antes del verano y había las vacaciones de por medio ganaba un tiempo precioso Al final salió adelante el 26 de septiembre con los 62 votos a favor de Junts pel Sí (Convergencia y Esquerra) y los 10 de la CUP. Que mordieron el anzuelo.
A cambio, se comprometió a convocar un referéndum de autodeterminación. Con o sin acuerdo con el Estado. “O referéndum o referéndum”, proclamó. Ahí empezó el lío.
Ahora ha recurrido a lo mismo. Aunque parecía ignorar que una cuestión de confianza no es como una moción de censura: la tiene que presentar el presidente del Gobierno, no la oposición. Y el PSOE ya le ha dado carpetazo en el Congreso.
Por eso, el efecto ha durado apenas un día. Se ha diluido pronto. Aunque ya sabía que Pedro Sánchez que la legislatura iba a ser un calvario. Puigdemont es más activista que político, más táctico que estratega. Funciona a salto de mata. Poniendo parches.
Sin embargo, todo el mundo sabe que era porque la amnistía -su amnistía- no ha salido adelante. Un profesor de la Universidad de Girona, Ricard Rigall, muy aficionado al ciclismo de montaña, lo resumió con estas palabras: “Estoy muy enfadado porque no me han aplicado las amnistía y, si las cosas no cambian, haré caer Pedro Sánchez”. Roser Comellas, lo sintetizaba así: “Un poquito de casito, por favor”. Es eso.
Lo que no estoy tan seguro es con la segunda parte de la primera frase porque, si dejan caer a Pedro Sánchez, probablemente ganen PP y Vox. Ahora sí. Al menos según las encuestas más recientes. La última la de El Periódico, diario progre, les daba mayoría absoluta pese a que lo disimulaban en el titular. Siempre, claro, que el Partido Popular no repita los errores de siempre.
Pero bueno, Pedro Sánchez ya sabía a lo que se exponía. Como decimos en catalán: “Puigdemont está com un llum”. La traducción literal sería: “Puigdemont está como una luz”, que no es el caso. Más bien “Puigdemont está mal de la cabeza”. Aunque, en catalán, suena más coloquial. No tan duro.
Hace años me lo confirmó el primer director de diario que le dio trabajo, Jordi Xargayó, del Diari de Girona, para escribir las crónicas de futbol del Amer, el equipo de su localidad. Le llamé y le pregunté:
—Jordi, tú que le conoces, ¿Puigdemont está como un cencerro?
—Sí, pero no de ahora. De siempre —me respondió.
Y, cuando salió elegido presidente, tuve a bien leerme las cuatro hagiografías que salieron sobre él. Todas escritas por amigos y conocidos. Más que nada para entender tan meteórico ascenso. Que sigo sin entender.
Una de ellas explicaba que, para ir a en avión a Madrid, prefería coger vuelos que hacían escala en Barcelona en vez del puente aéreo porque así pasaba el control de aduanas. Ya iba pensando en fronteras imaginarias.
Mientras que, en la autopista, pasaba por los peajes que llevaban el rótulo en lengua catalana (“peatge”) por si contabilizaban los vehículos. Juro que ambas anécdotas son verídicas. No me las invento.
En fin, Pedro, tú ya lo sabías. Lo conocías desde la oposición. El todo por el poder a veces tiene consecuencias.