El ejemplo del legado de Aznar

El ejemplo del legado de Aznar

Este miércoles, tres de marzo, se cumplirán veinticinco años de la primera victoria de José María Aznar en unas elecciones generales y, con ello, de la que fue la primera de muchas victorias del PP en unas elecciones a Cortes Generales. Algo menos de tres años antes, Aznar había acariciado la victoria, pero un mal asesoramiento en el segundo debate televisivo, el de Telecinco, tras arrollar a Felipe González en el primero, celebrado en Antena 3, y la argucia falsa del presidente socialista con la que acusaba al PP de pretender bajar 8.000 pesetas a cada pensionista -para los lectores más jóvenes, alrededor de 48 euros en base 1993- retrasaron la llegada de Aznar a La Moncloa.

El camino no fue fácil, como no lo es todo lo importante en la vida. Fue un trayecto largo, cuidado y en el que Aznar y el PP fueron cubriendo etapas. En primer lugar, la refundación de AP en el PP, en 1989, con la vuelta de Fraga al timón del partido, pero con el objetivo de dejarlo en manos de otra persona que pudiese superar su famoso techo -que ya se quisiera alcanzar ahora-. En principio, todo parecía diseñado para que Marcelino Oreja fuese la persona elegida, pero el mal resultado en las Europeas de aquel año, por el efecto de dispersión de voto producido por la candidatura de Ruiz-Mateos, lo eliminó de la lista de Fraga. Éste, decidido tras ello a nombrar a Isabel Tocino, accedió a entregar la candidatura a las generales a Aznar tras la famosa reunión de Perbes entre Fraga, Cascos, Lucas, Rato y Trillo.

A partir de entonces, y ahí empieza a forjarse el legado de Aznar, en poco tiempo, tras la maniobra de González de adelantar elecciones para que el PP no tuviese tiempo de dar a conocer más a su nuevo candidato, Aznar, primero, superó el techo de Fraga por un escaño -aunque la encuesta de TVE le dio durante gran parte de la  noche no más de ochenta escaños, y, después comenzó a unificar el centro-derecha, cuyos primeros pasos habían sido dados por el propio Fraga no ya con las fracasadas coaliciones con el PDP de Alzaga y el PL de Segurado, sino con las mociones de censura entre PP y CDS para CCAA y ayuntamientos, donde Aznar dio ejemplo en la Junta de Castilla y León. El inicio de la reunificación para mí se produce con un dato al que se le presta poca atención: la repetición de las elecciones generales de 1989 en Melilla. El PSOE había ganado porque el voto del centro-derecha se había repartido entre el PP y el CDS. Ciertas irregularidades en el recuento llevaron a decretar la repetición de elecciones en marzo de 1990 y, entonces, los electores de centro-derecha miraron los resultados de octubre de 1989 y vieron que la desunión le daba el escaño al PSOE, de manera que quienes unos meses antes votaron al CDS, en la repetición lo hicieron al PP, como si de una segunda vuelta se tratase. Ese ejemplo se extendería ya para siempre, y hasta 2015, entre los electores de centro-derecha. Para ello, y ya en la presidencia del partido desde 1990, todavía Aznar y el PP tuvieron que trabajar duro, pues fue necesario que el CDS quedase extraparlamentario en junio de 1993 y conformar un pacto sólido con UPN, que absorbió al PP y fue su sucursal en Navarra hasta que tras Aznar se rompió dicho acuerdo para luego rehacerlo en parte.

Así, aunque saliese derrotado en 1993 y dijese, desde el balcón de Génova “pensaba que iba a traeros la victoria y sólo he podido traeros el mejor resultado electoral del Partido Popular”, Aznar, en un primer acto, había conseguido unificar lo que Miguel Ángel Cortés y él mismo ubicarían como todo lo que está a la derecha del PSOE.

Tras sobrevivir afortunadamente a un atentado de ETA, y ganar las elecciones municipales y autonómicas de 1995, Aznar, con un mapa plagado de los símbolos del PP, dijo “que hoy hemos subido el penúltimo escalón a La Moncloa”. De ahí, con el episodio socialista de los vídeos del dóberman incluido, llegó la escueta y agónica victoria de marzo de 1996. Pocos confiaban en las posibilidades de Aznar para formar Gobierno -incluso El País trató de buscarle unilateralmente un recambio entre sus filas- pero cuando Aznar dijo, también desde el balcón de Génova, “hemos conseguido una mayoría que puede ser suficiente”, se abría una nueva página en la Historia de España.

Entonces, tras dos meses de negociaciones intensas, se celebró la sesión de investidura el viernes tres y sábado cuatro de mayo, dos meses después de la victoria cuyo vigésimo quinto aniversario se conmemora ahora. Aquel Gobierno fue el más parco en número de carteras hasta entonces pero el más certero en tan poco tiempo. Con dos años escasos, de incumplir todos los criterios de convergencia para entrar en el euro, España pasó a ser el que mejor los cumplía, gracias, entre otros, al recordado profesor Barea, a la determinación de Aznar y a su equipo.

Fructificaban, así, los largos años de oposición en los que Aznar y el PP estudiaron, trabajaron a fondo, reunieron la opinión de expertos de todos los campos para estar preparados para gobernar cuando los españoles les diesen su confianza, sin prisa pero sin pausa. Eso también forma parte del legado de Aznar, que demostró que para gobernar hay que prepararse, que no vale la propaganda, sino el trabajo: no se trata de querer alcanzar el poder sólo para detentarlo, ni de esperar a heredar, sino formarse para aplicar un proyecto de transformación hacia la prosperidad. Muchos deberían tomar buena nota de esto, que Aznar ha simbolizado en muchos discursos diciendo que “sólo en los diccionarios el éxito viene antes que el trabajo”.

Se equilibraron las cuentas, se redujo el déficit, la deuda comenzó a disminuir, la inflación se controló, se saneó la cuasi quebrada Seguridad Social, con un agujero de 600.000 millones de pesetas de 1996, donde hubo que pedir unos préstamos a la banca para poder pagar la extraordinaria de Navidad de los pensionistas en diciembre de 1996 y negociar con Bruselas la imputación a ejercicios anteriores, para que el quebranto salido a la luz no impidiese el cumplimento de los criterios de Maastricht. Tras ello, se impulsó un potente paquete de privatizaciones de empresas públicas que no tenía ningún sentido que lo fuesen, que permitió que se modernizasen y se convirtiesen en números uno de su sector, como es el caso de Telefónica, por ejemplo.

De ahí, al tercer acto, en el que los españoles reconocieron esos aciertos con la mayoría absoluta. Entonces, José María Aznar y Ana Botella, salían al balcón de Génova, adornado con un sobrio cartel de la imagen electoral de Aznar en el que aparecía impresa sólo una palabra: Gracias.

En la era de Aznar, se crearon cinco millones de puestos de trabajo, se redujo la tasa de paro a niveles muy bajos y España retomó su puesto en el contexto internacional, como firme aliado en el seno de la UE, especialmente con el Reino Unido, y también fortaleció el vínculo atlántico con Estados Unidos. Algunos no le perdonaron nunca ese éxito ni su decisión de abandonar la presidencia tras ocho años, cosa a la que ya se comprometió en 1996, y trataron de desdibujar su despedida al emplear electoralmente los atentados del 11-M, pero el legado está ahí: un centro-derecha unido, una economía pujante y una prosperidad creciente. Si lo segundo se simbolizaba en aquel famoso “España va bien”, lo primero, la unidad del centro-derecha, se mostraba como la herramienta indispensable para que dicho espectro ideológico pudiese gobernar y conseguir esos éxitos. Del inicio de ese camino, en forma de victoria electoral, se cumplen ahora veinticinco años, que este martes se conmemoran con un ciclo de conferencias en la Universidad Francisco de Vitoria, protagonizadas por Aznar en el marco del Aula de Liderazgo del IAdG y el Máster en Acción Política de la UFV.

Aznar entregó un centro-derecha unido y una España próspera. Hoy no tenemos ni lo uno ni lo otro, y si para lograr lo segundo -la prosperidad de España- la experiencia demuestra que es indispensable que gobierne el centro-derecha, éste sólo podrá hacerlo desde la unidad. Por ello, se hace imprescindible y urgente que se tome buena nota del ejemplo del legado de Aznar y se aplique de inmediato entre los liberal-conservadores, ya que si quieren gobernar para transformar positivamente España, para dinamizar su economía y mejorar la prosperidad de todos los españoles, sólo podrán hacerlo desde la unidad, sin exclusiones, sin vetos, sin enfrentamientos, para volver a representar a “todo lo que se encuentre a la derecha del PSOE”.

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