¿De dónde venimos?

¿De dónde venimos?

Puedo entender que los dueños del Real Club Deportivo Mallorca SAD se abonen a recordar a la afición, no siempre bien tratada, «de dónde venimos». Es una buena reflexión porque, aunque ellos y algunos pelotas o desmemoriados crean que esto comenzó en el 2016 coincidiendo con su aterrizaje desde la remota Arizona, este club viene desde mucho más atrás, sin retroceder al mes de marzo de 1916 sino algo más adelante, cuando en julio de 1956 Jaume Rosselló Pascual, binissalamer dedicado al comercio textil en Palma, accedió a la presidencia con el abogado José María Lafuente López como secretario general.

De ahí es de donde venimos, ni antes ni después en términos subjetivos, si así se quiere ver. Ya puestos, podríamos borrar su apasionante historia desde aquel final glorioso de la década de los cincuenta con su primer ascenso a Primera División en 1960, donde entonces solamente competían 16 equipos, y fijar un nuevo mojón en 1992, el año de su conversión en la sociedad mercantil actual. Vale, pongamos que los más jóvenes se sitúen a finales de junio de aquel año en Segunda, uno de los profundos valles que alternaban con cimas cual dientes de sierra, solía afirmar Luis Aragonés.

Haber modernizado estética y admirablemente el estadio de Son Moix, no olvidemos que sigue siendo municipal, no subraya este especie de «refundación», «palabro» de moda porque se puede refundir pero no refundar, a la que se aferran los pomposos admiradores del «de donde venimos» por aquello de que los mismos dueños de hoy consintieron descender al equipo a Segunda B antes de alcanzar hace poco una final de Copa del Rey a la que invitaron a Rafa Nadal que, con todos los respetos, vendió con una sustanciosa plusvalía sus títulos de propiedad, pero no a Gregorio Manzano, Serra Ferrer y Héctor Cúper, protagonistas de las tres citas precedentes cuyo Trofeo, incluida la Supercopa, se conquistó en el 2003.

La ignorancia de la historia, como la de la ley, no exime de su memoria ni de su culpa. De donde en realidad venimos, no de «refundar» sino de renacer, es del rescate ejecutado por las huestes de Miquel Contestí con el club, el Lluis Sitjar, el equipo y la afición en ruinas, a finales de los 70. Claro que en una junta de accionistas donde no queda ni un mallorquín y casi ni en todo el club, es normal la desconsideración por falta de conocimientos de anales más profundos y antiguos.

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