El diálogo está que arde

El diálogo está que arde

El Nobel Camilo José Cela calificaba a los políticos con pocas luces de “cebollones”, por no llamarles directamente infradotados. Decía que así, disimulando lo que era un simple diagnóstico, lograba que no se enterasen del oprobio ni se ofendiesen. Pues bien, Sánchez, un cebollón que cree ser el doble de Mahatma Ghandi, sigue apostando por el bla-bla-blá, su única solución para sofocar el infierno catalán, donde el diálogo está que arde. Hay soluciones menos incendiarias que no hacer nada –quedándose de brazos cruzados– en la Moncloa mientras ve crecer la  hoguera. Hay soluciones drásticas y efectivas capaces de devolver la paz a una región convulsa que perdió su prestigio en aquel golpe de estado que simularon los mismos títeres que ahora han convertido el guiñol en una falla.

Claro que hay soluciones, la Constitución las contempla todas. Y los políticos que defienden España, desde Casado a Rivera, sin olvidar a Arrimadas e incluyendo a Abascal, las recuerdan con desesperación ante el que opta por hacer el don Tancredo, por algo es un presidente en disfunciones. Sólo sus socios, domados en el club del bla-bla-blá, Iceta, Iglesias, Errejón y demás blandos unidos, apoyan a un inepto que desoye, sistemáticamente, la gran determinación de los cuerpos policiales y Guardia Civil para solucionar el caos. La solución está clara, hay que intervenir, de inmediato, esa obscena autonomía, hay que poner firmes, si no encarcelar, a los diversos y muy peligrosos comandos radicales de Torra, sustituyendo a este cafre en su cargo.

A tales tribus hay que cortarles las alas y cerrarles el grifo para que no sigan infamándonos, a costa del dinero que obtienen de nuestras arcas, cifra cien-millonaria que traducen en su idioma nativo como: “Lo que nos roba España”. ¿Se puede debatir con un hooligan, sin antes meterlo en cintura? ¿Es posible pactar con la irracionalidad de la que hacen gala los hinchas del procés, cuyo tosco caudillo Torra, apenas es un esclavo telemático del que se fugó con el rabo entre las patas a Waterloo? ¿Se puede dialogar con unos vándalos que lanzan a las fuerzas del orden frascos de ácido y cócteles Molotov a la cara? Quemar coches y mil contenedores, cortar autopistas, ahumar niños, escupir a cualquiera que porte una bandera española, hacer piras con retratos del Rey, incendiar Zara y agredir a señoras de edad, ¿no es violencia? No, ¡qué va!, son meros y altruistas homenajes pacíficos.

¿Para qué está El Ejército, La Legión, los GRS –élite de la Guardia Civil– aparte de para apagar incendios? ¿Por qué susodicha gallina del bla-bla-blá no los pone en acción –que es lo suyo– y los manda en bloque a Cataluña a pacificar una región insurrecta? ¿Por qué no se carga de un plumazo a la rata que mueve los hilos de los CDR, a ese demente que llama bestias salvajes a los españoles? ¿Por qué no lo encierra en la misma cripta de donde piensa sacar a Franco con el fin de agenciarse un montón de votos podridos? Sólo la luz de una cerilla alumbra nuestra debilitada esperanza: Puigdemont, otro loco de manual psiquiátrico, celebra el estrepitoso fracaso separatista haciendo el ridículo en Bruselas.

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