La democracia según los demócratas: «¡Hay que encerrar a Trump!»
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Acabado su mandato en las Galias, César marchó hacia Roma, donde gobernaba su colega de triunvirato, Pompeyo. Llegó con sus tropas a un pequeño arroyo del norte de Italia, el Rubicón. Allí acababa la Galia y, según la ley, debía licenciar al ejército, porque cualquier general que entrara en Italia con tropas cometía traición.
El dilema era el siguiente: si cruzaba aquel insignificante arroyo con sus soldados, estaba declarando la guerra al poder romano constituido. Pero si no lo hacía, si se dirigía a Roma como un particular sin el apoyo de sus soldados, Pompeyo aprovecharía la circunstancia para deshacerse de su incómodo rival para gobernar Roma en solitario. César cruzó el arroyo con sus hombres y lo demás es historia.
En la Norteamérica de hoy, no es Trump el que tiene que elegir, sino el votante estadounidense. Pero la alternativa es casi igual de dramática. Si pierde las elecciones, la Administración Harris caerá sobre él como un montón de piedras y acabará con toda probabilidad en la cárcel. Si consigue llegar a la Casa Blanca es más que improbable que prosperen las causas contra él, e incluso podría hacer pagar a sus enemigos. No se olvide que esta campaña la inició Trump con una palabra: Retribution. Venganza.
Pero tiene que llegar a la Casa Blanca, y eso no significa necesariamente tener más votos que Harris en las circunscripciones clave. Frente a la narrativa que trató de vender con todas sus fuerzas la Administración Biden y sus terminales mediáticas en 2020, el fraude electoral no es una circunstancia imposible e impensable en Estados Unidos. De hecho, ha sido relativamente común en la historia norteamericana, y la victoria de Biden quizá fuera legítima, pero limpia, limpia, no fue.
En cualquier caso, ese es sólo el primer obstáculo. Queda uno después: la certificación del voto. Recordemos que en 2020 Trump pidió en vano a su vicepresidente, Mike Pence, que no certificara los resultados. ¿Y a quién le toca hacer otro tanto en 2025? Exacto: a la vicepresidenta Kamala Harris que, por una feliz coincidencia, es la candidata rival.
Electoralmente, la tendencia se decanta en favor de Trump. Los demócratas actuaron a la desesperada seleccionando a Harris en un extraño golpe palaciego de última hora en la creencia, no demasiado errada, de que las elecciones eran Trump contra No Trump, y que podrían presentar una escoba con altas probabilidades de ganar con la narrativa correcta.
Pero Kamala es un absoluto desastre que pierde apoyos cada vez que abre la boca y confirma su absoluta nulidad, como sucedió en la reciente entrevista en Fox con Brett Baier. El globo se está desinflando a toda velocidad y a solo veinte días de las elecciones, una nueva encuesta de Gallup ha revelado una tendencia preocupante para los demócratas. Según la encuesta, cada vez más estadounidenses se identifican como republicanos o independientes, y menos como demócratas.
Harris ha declarado que aceptará el resultado de las urnas. Qué menos. Pero es cuestionable que sea capaz de entregar la presidencia a quien ha calificado de «amenaza a la democracia». A principios de semana Harris dijo que «un segundo mandato de Trump es un gran riesgo para Estados Unidos. Es cada vez más inestable y desquiciado. Y busca un poder y un control sin límites sobre nuestras vidas».
Por su parte, Joe Biden acaba de decir que espera ansioso ver a Donald Trump entre rejas, admitiendo que su Departamento de Justicia está trabajando para encarcelar a Trump después de las elecciones. Este martes ha amenazado a Trump en un acto de campaña a 14 días de las elecciones: «Tenemos que encerrarlo».
Así que Trump lo tiene claro: si pierde estas elecciones, acabará sus días en la cárcel. Y si ese resultado es dramático para el magnate neoyorquino, no va a ser serenamente recibido por esta mitad de Norteamérica a la que representa.