Del Toro de Osborne al del ‘Guernica’
Ante la destrucción vandálica del último Toro de Osborne que quedaba en el País Vasco, en la localidad alavesa de Rivabellosa, es muy previsible que el ministro Ernest Urtasun haya decidido reforzar la seguridad en torno al Guernica.
La obra de Picasso que se conserva en el Reina Sofía podría convertirse en el próximo objetivo de Ernai, las juventudes de Sortu, principal formación de la coalición proetarra Bildu, que han reivindicado el ataque al popular cartel publicitario por ser un símbolo «españolista».
Hay quien duda de que Urtasun tome medidas ante esta amenaza de los cachorros de Otegi, visto el sectarismo antitaurino del titular de la Cultura sanchista, pero avisado queda de que hay una panda de sectarios como él vandalizando todo lo que relacione los toros con la tierra vasca.
Así que nada más lógico que el siguiente astado a destruir sea el del Guernica, que las lumbreras de Ernai podrían estar considerando que es otro toro «españolista» y que allí no pinta nada.
Ya se aventuró hace tiempo que el famoso cuadro de Pablo Picasso era en realidad un homenaje a la tauromaquia, de la que el pintor fue hasta su muerte un apasionado amante y su mejor notario artístico después de Goya.
Alguna teoría, como la del crítico taurino Manolo González Núñez, Magnu, llega a señalar que el homenajeado por el artista malagueño en el gran lienzo es el escritor y matador Ignacio Sánchez Mejías, cuya muerte en 1934 en la arena de Manzanares (Ciudad Real) tiñó de luto a toda la intelectualidad española de la época. Su figura estaría representada por el hombre que yace con la espada rota en su mano en medio del lienzo, que está lleno de referencias taurinas.
Según esta teoría, cuando el Gobierno republicano le encargó una obra para el pabellón español en la Exposición Internacional de París en 1937, Picasso habría echado mano de los bocetos con los motivos taurinos que ya tenía realizados desde la muerte de Sánchez Mejías para reconvertirlos en una denuncia universal contra la guerra.
Picasso no quiso cobrar por su obra, pero al final aceptó 150.000 francos en concepto de gasto en materiales, según la fórmula convenida con su pagador, el agregado cultural en París, Max Aub, a quien el gobierno inculto y sectario de Manuela Carmena llegó a quitar su nombre de una sala de teatro municipal en que le había dado el PP.
Sánchez Mejías era, como bien dice Agapito Maestre, una de las tres argamasas de la Generación del 27, junto con Pepín Bello y José María de Cossío, el autor de la enciclopedia de Los Toros. Pero por su condición de matador se ha ganado un «errejonazo» de Urtasun, que quiere excluirlo de las celebraciones del centenario del 27.
En Los Toros colaboró Miguel Hernández, que hizo también sus pinitos con la muleta entre amigos y bebió del arte taurino como una fuente fresca de inspiración para sus mejores poemas: «Como el toro he nacido para el luto… Como el toro me crezco en el castigo».
Maestre me ha descubierto hace pocos días la carta de una tercera persona con la que José Ortega y Gasset transmitió a José María de Cossío en noviembre de 1934, tres meses después de la muerte de Sánchez Mejías, el encargo de Espasa para realizar la obra magna de la tauromaquia, pues, según el autor de La rebelión de las masas, «no hay razón para desdeñar un arte milenario tan nuestro».
Aquella tercera persona, remitente del encargo de Ortega a Cossío, era mi abuelo materno José María de Corral García, que colaboraba entonces en Espasa como miembro del consejo científico para la selección de las publicaciones médicas.
Ortega debía de saber que mi abuelo era concuñado del escritor de la casona de Tudanca (Cantabria), pues su hermana Mercedes estaba casada con Francisco de Cossío, director del Museo de Escultura de Valladolid y de El Norte de Castilla.
El toro es tan español y vasco como aquel dirigente batasuno, Jon Idígoras, del que se ha desempolvado en estos días, a cuenta del vandalismo contra el Toro de Osborne, su pasado de novillero con el sobrenombre de Chiquito de Amorebieta.
Las biografías de Idígoras citan también sus apodos Morenito del Alto o Morenito de Gane. Idígoras cogió la muleta como subalterno de la cuadrilla del torero vasco Pedro Larruzea, Duque de Boroa. Idígoras fue también empresario taurino aficionado y llegó a organizar algún festival en el que él mismo toreó, incluso a beneficio de los huérfanos de la Guardia Civil.
Así que al final el Toro de Osborne va a ser más vasco que la entrañable abuela soriana de Aitor Esteban, pero hay que andar con ojo con el Guernica porque los cachorros de Otegi parece que no saben distinguir un camello de un dromedario.
Me temo, por esta razón, que jamás identificarán el astado mugiente de Picasso como un símbolo de la España asolada por la metralla nazi, justificando como justifican, ellos y sus mayores, el tormento de la España asolada por la metralla etarra.
Y es que habría que repetir siempre a estos chavales que ETA mató a más personas que los bombardeos nazis y fascistas de Guernica y Durango juntos, como recordaba el gran Fernando Savater en los tiempos de plomo, cuando la silueta negra del terrorismo corneaba a diestro y siniestro, tiñendo de sangre y luto a toda España.
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