En defensa de la literatura popular de Juan del Val
«Se escribe para la gente», decía Juan del Val al ganar el premio Planeta 2025 con Vera, una historia de amor. Sin embargo, su mensaje no ha calado entre los que ya estaban dispuestos, desde que se reveló el nombre del ganador, a cargar contra la novela. La historia se repite: todavía no hay nadie que haya tachado el galardón a Sonsoles Ónega de «tongo» y haya leído Las hijas de la criada.
En este caso, Juan del Val ha logrado algo inaudito: que quienes defienden el fomento de la lectura -parte de ellos- carguen contra un autor superventas que, por ende, impulsa el hábito que tanto pregonan. El rechazo al Planeta de Juan del Val ha destapado una cuestionable élite cultural, la de 2025: una mezcla de intelectuales que rechazan un bestseller sólo por serlo, como si ellos fueran descendientes de la Generación del 27 y, por otro lado, quienes no sienten especial simpatía por el autor.
El escritor y colaborador de El hormiguero ha conseguido que todos sus detractores salgan en masa de las tertulias de los cafés literarios en los que estaban reunidos y encerrados a diario, y han aparecido como si de grandes voces autorizadas se tratara, pero escondidas tras una cuenta de X o tras un tuit.
Tan difícil podría resultar escribir un tratado filosófico como una novela que reúna las características de cualquier obra ganadora del Planeta: un libro bien escrito, atractivo y con posibilidad de alcance entre el público, sin necesidad de ser Cien años de soledad. Esa es la fórmula que siempre se busca premiar. Y, si tan fácil fuese resolver la ecuación, cualquiera la aplicaría, ¿no?
Además, las historias de Juan del Val, en general, no buscan parecerse a las de García Márquez, por ejemplo, sino que son relatos rendidos al servicio del lector -«se escribe para la gente»-. El guionista persigue más la autenticidad que la intelectualidad. No todo puede ser Thomas Mann -muchos de los que critican a Juan del Val tendrían que googlear este nombre para saber de quién hablamos-.
A toda esta élite cultural se suma también el hater ideológico, el que llama facha al colaborador por trabajar en El hormiguero, programa al que le colgaron hace tiempo la etiqueta por ser crítico con el Gobierno de Pedro Sánchez en las tertulias. Lo paradójico es que haya gente de izquierdas que reivindique no leer al autor, porque hace así gala de un progresismo dudoso al querer echar a parte de la literatura popular -y, por tanto, del público- del mercado.
También cabe aclarar que existen muchos lectores capaces de leer tanto a James Joyce como a Juan del Val, e incluso existen muchos lectores que lo hacen. Y, se puede ir más allá: hay muchos lectores que disfrutan de ambos. No es una cuestión de inteligencia ni de riqueza cultural y, en el fondo, no se trata sólo de clasismo; es, también, el menosprecio que practica una élite cultural cada vez menos sesuda.
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