El deber de la UE con España
«España ha vuelto a convertirse en un problema para Europa…», he oído decir estos días a un embajador que representa a un país de los conocidos como «austeros» dentro de la Unión Europea.
Hasta hace bien poco, España representaba un problema serio por su deriva económica, esto es, el elevado déficit, la insoportable deuda pública, el desempleo y el descontrol en las cuentas públicas. Ha pasado ahora a convertirse en un problema político de primer orden ante la entrega de Sánchez a los que desean la voladura de la cuarta potencia europea. Por diferentes motivos. El primero es de cajón. Si ya con 27 miembros la UE resulta en ocasiones totalmente ingobernable, imagínense con 50 estados miembros; si Cataluña o País Vasco se independizaran y la UE lo aceptara resignadamente de forma cuasi inmediata, dentro del espacio europeo habría más de una docena de territorios que seguirían el mismo camino.
El segundo aspecto que inquieta en Bruselas y Estrasburgo afecta de plano a los valores europeos desde el Tratado de Roma: las libertades. La próxima semana el Europarlamento debatirá la Ley de Amnistía y las quejas de los jueces y fiscales españoles tras la entrega de la cuchara por parte de Sánchez a sus socios independentistas y extremistas de la derechas.
Incluso los más decididamente europeístas -metan al escribidor en ese saco- observan con inquietud la actitud «distinta y distante» que la UE, especialmente la Comisión que preside la alemana de centro derecha, Ursula Von de Leyen, adopta en relación con los serios problemas de libertad que se perpetran en nuestro país.
España, desde su ingreso en el más selecto club político del mundo, ha sido un Estado fundamental para la construcción europea. Ahora no puede llamarse a andanas e interpretar como «asunto interno» lo que acaece en la potencia del sur de Europa.
España dentro de la UE no es un territorio extranjero. Y es algo que no terminan de ver algunos socios del citado club. Por de pronto, Sánchez se ha mimetizado con el húngaro Viktor Orbán, objeto de sanciones por parte de Bruselas, y representa la misma amenaza para las libertades básicas que el centroeuropeo.
Europa no puede asistir impasible al intento sanchista de levantar un muro en un país absolutamente clave para su futuro. Definitivamente, la Europa libre no puede dejar hoy en la estacada a un país que durante muchos lustros representó lo más granado y floreciente del sueño continental.
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