¿Cuándo tu vida volverá a ser normal?

¿Cuándo tu vida volverá a ser normal?

Pues harán falta dos circunstancias. O, mejor dicho, dos condiciones. Una puramente sanitaria, otra estrictamente política. Para explicar la primera, hay que recurrir a la prospectiva que aventura Rubén Moreno, el científico incontrovertible (él tuvo papel preponderante en el dibujo del genoma humano) que está siendo ya el que, con más cercanía, intenta en estos días adivinar cómo se quiere comportar en lo sucesivo el virus feroz que tiene amenazada a la Humanidad entera. Afirma Moreno que ahora mismo existen dos escenarios: el bueno, por el que empezaremos, y el malo. Para que el bueno, el más deseable porque tampoco es nada del otro mundo, se cumpla hacen falta, a su vez, dos premisas: que el número de contagios se frene de verdad tras el regreso de cientos de miles de personas al trabajo, y que todos nos sigamos comportándonos bien, o sea, confinaditos en casa, con las manos limpias en modo patena, y, desde luego, pertrechados con la consiguiente mascarilla.

Si estos dos requisitos triunfan, el doctor Moreno aventura que el próximo 10 de mayo domingo preisidril en Madrid, teóricamente nuestros niños podrán salir a la calle, pero nunca solos, sino en compañía de sus papás y, en todo caso, no para liarse en un partido de fútbol con patadas de infante en las espinillas del contrincante. Los padres también podrán darse unos paseítos “a lo Rajoy”, pero eso sí, sin cámaras de la Sexta que les denuncien. Y a propósito, Mariano, ¿a quién se le ocurre? Quizá se abran guarderías para solaz y descanso de los citados progenitores, y tampoco es imposible que éstos hallen algún restaurante espacioso, en el que recuperen el sabor de los espárragos, ya que estaremos en mayo. No es demasiado, pero es algo es algo. De ahí para adelante libertad vigilada, pero sin hacer aspavientos y a la espera de que allá para agosto, el que aún conserve un euro en su bolsillo pueda acceder al apartamento alquilado de antemano, o a la segunda residencia, el apartamento en Gandía que ahora cultiva telerañas. Y todo, claro vestidos para la ocasión; guantes y mascarillas de quita y pon y ropa a la lavadora (60 grados le esperan a la camiseta) en cuanto lleguemos a la posesión. Y a confiar en que, para Navidad, nos podamos engullir el Jijona sin necesidad de despojarnos del tapabocas. Es decir, partido a partido que diría Simeone, quien, probablemente, no verá a los suyos en el Metropolitano en todo el año porque los fastos masivos tienen por ahora peor porvenir que Mari Beni, la agitada chica de la tele.

En el escenario pésimo no me detengo; bastante tenemos con la pena de treinta años y dos días a las que nos ha condenado Pedro Primero, El Trolas. En este caso, este presidente -ya citado en la Psiquiatría contemporánea como paradigma del psicópata narcisista, calificación que, por cierto, y sin presumir, ya adelantamos en este periódico hace un semestre- cerraría otra vez nuestras casas a cal y cantado y nos recetaría, por lo menos, otros dos meses de confinamiento. Eso ocurrirá si los contagios no bajan y si algunos imbéciles se masifican y siguen trotando por playas y avenidas como si fueran campeones de un cierto surf de secano. En este caso, ¡hala¡, otra vez todos para adentro a convivir con quien peor os caiga, que seguro que ya lo tenéis elegido tras tanto tiempo de celda.

Así que pasemos a la segunda circunstancia para la que aventuro se puede esgrimir escaso optimismo. Porque, contra todas las luces de la razón patriótica, el infrascrito, ya mencionado en manuales mil de Psiquiatría, no tiene la menor intención de apartarse del cargo al que fue llamado porque el centro derecha español, ya lo escribimos la semana pasada, se empeñó en pegarse un tiro en el pie y en favorecer la primogenitura de este ufano individuo. El Partido Popular después de indignarse con razón por la forma en que ha sido llamado a la audiencia de Moncloa, se dará cuenta, tras su entrevista con el presidente en funciones malignas, de que éste no guarda la menor intención por cumplir con la condición “sine qua non” que han puesto el PP, Ciudadanos, Vox y los empresarios: “pactemos, pero sin Iglesias dentro”. Pero el demonio no se va a marchar nunca, ya dejó escrito Lenin; que “Nosotros hemos venido para quedarnos”. Más de un siglo vienen cumpliendo los comunistas con la consigna del señor Vladimir. Es decir, que Sánchez, aunque Iglesias siga amenazando con volar al Rey, nunca a cambiará de socio, no vaya a ser que el día que lo haga termine arrebujado en una cuneta… política se entiende. La esperanza es que por toda España se están moviendo miles de penalistas para articular un cúmulo de querellas contra el prócer y su tribu de ministros, los cuales salen y entran de la cuarentena como si tal fuera el vestuario de la piscina serrana del leninista Iglesias. Es de suponer, y no lo es tanto, que alguno de estos procesos salga de los alrededores de los casi veinte mil muertos que el virus y la indecente torpeza y sectarismo de Sánchez está dejando en España. Ni uno de estos cadáveres ha recibido la menor gloria y reconocimiento (también pesar) por parte del jefe perturbado. Por lo esto, lo dicho: con él en Moncloa, tu vida, la nuestra, ya nunca será normal. Abandonad, como escribió Dante, toda esperanza.

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