¿Cuándo se jodió Barcelona?


El otro día me llamó Xavier Horcajo para preguntarme en uno de sus programas en El Toro TV, el de La Redacción Abierta, por los últimos episodios violentos en Barcelona. No en vano ha habido dos en menos de 24 horas.
El primero, la huelga general por Palestina del miércoles pasado, que se saldó con una quincena de detenidos. Once de ellos menores. Todo ello a pesar de que dos días antes se había firmado el acuerdo de paz. Los sindicatos no se manifiestan por el sablazo a los autónomos, pero sí lo hacen por un territorio a más de 3.000 kilómetros de distancia.
Mal asunto cuando, a una manifestación, vas con la cara tapada. No presagia nada bueno. Aquella frase atribuida erróneamente a Winston Churchill (1874-1975): «Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas». Pero bueno, si non è vero è ben trovato.
Para utilizar la fórmula magistral del desaparecido Mario Vargas Llosa (1936-2025): ¿cuándo se jodió Barcelona? Buenos, los primeros indicios se remontan a Joan Clos, que, en las elecciones municipales de 1999, obtuvo 20 concejales. Mayoría absoluta. Se pensó que eran por él, no por el PSC.
Luego, en su relevo, el partido estuvo dudando entre Jordi Hereu o Carles Martí. Optó por el primero. Fue alcalde durante un solo mandato (2006-2011). Pedro Sánchez lo ha repescado ahora de ministro de Industria. El segundo acabó de senador. Hereu fue la primera víctima del derecho a decidir. Se le ocurrió organizar un referéndum sobre el tranvía de la Diagonal. Lo perdió. ERC le hizo la zancadilla.
A continuación vino Xavier Trias. Los convergentes —entonces todavía no habían mudado en Junts— consiguieron la alcaldía por primera vez. Se les había atragantado desde las primeras elecciones municipales (1979). Un día me lo encontré en un ascensor y le dije:
—Xavier, lo primero que tienes que hacer es endurecer la ordenanza cívica.
—Yo no me voy a meter en esos berenjenales y menos sin mayoría absoluta —me contestó.
Duró un mandato. Aunque el hundimiento definitivo fue con Ada Colau (2015-2023). Ahora se ha apuntado a la flotilla para intentar reflotar, nunca mejor dicho, su carrera política. Lo primero que han tenido que hacer los Comunes es modificar el código ético de la formación para que pueda presentarse para un tercer mandato. Hecha la ley, hecha la trampa.
Lo he dicho siempre: si Cataluña está en decadencia, pero Barcelona tira del carro, todavía hay posibilidades. O si Barcelona está en decadencia, pero el resto de Cataluña empuja, también. Pero si una y otra están en decadencia, no hay nada que hacer.
Así pues, ¿cuándo se jodió definitivamente Barcelona? Con el proceso. Aquí tuvimos una alcaldesa, la citada Ada Colau, que decía que había que desobedecer las leyes «injustas». Nunca entendí ese llamamiento porque las leyes no son justas o injustas, son democráticas: las aprueban los parlamentos. Y, si no te gustan, tienes que conseguir la mayoría necesaria para cambiarlos.
Además, creó escuela. Lo dijo en el 2015. Pero cuatro años después se apuntó Quim Torra a la misma teoría. El entonces presidente de la Generalitat, todo hay que decirlo, no es que fuera un hombre dotado de mucha imaginación.
Luego pasó lo que pasó: una semana de contenedores quemados en pleno centro de Barcelona y turistas asustados en sus hoteles que no se atrevían ni a salir a la calle. Me ahorro otros episodios de violencia, como cortes de autopistas o bloqueo de fronteras internacionales, porque se produjeron fuera de los límites estrictos de la ciudad.
Ahí, ahí se jodió Barcelona. De hecho, hay otra prueba: cuando se perdió la Agencia Europea del Medicamento (2017), que terminó en Ámsterdam. Si se iba del Reino Unido por el Brexit, ¿cómo aterrizaría en otro territorio donde amenazaban con hacer otro referéndum, incluso unilateral? «Ho tornarem a fer» («Lo volveremos a hacer»), proclamaban entonces los más conspicuos dirigentes del proceso. Así nos va.