¿Cuándo convocará elecciones generales Puigdemont?

¿Cuándo convocará elecciones generales Puigdemont?

Me decía este miércoles un antiguo dirigente de Convergencia i Unió: «Algo ha quedado claro en estos días, el capo de España, el que manda, es Carles Puigdemont». Nadie podrá quitarle la razón. El esperpento del miércoles así lo confirma. A pesar de que, como dice este personaje: «La gente actual de Junts es muy flojita», el jefe de Waterloo ha salido de este trance político, el que ha inaugurado la legislatura, choteándose literalmente de Sánchez, hasta se ha permitido el lujo de hacerle tragar medidas pasmosas, como la cesión de las fronteras, cosa que a Europa le debe tener espantada o la penalización a las empresas que no vuelvan a Cataluña, sabiendo que tales humillaciones, por lo que tienen de atrabiliarias, son tres cosas; inexplicables, inauditas e impracticables.

Junts desafió al felón Sánchez con un «hale! A ver qué pasa, a ver si se la metemos doblada», y hasta sus empresarios de cabecera se le echaron a la carótida, pero Puigdemont se quedó sin romperse, ni mancharse. Su portavoz en Madrid, la muy antipática Nogueras, le asestó un repaso al trío Sánchez- Bolaños-Montero de muy señor mío y le puso a horcajadas: o me das todo lo que quiero o te atizo un guantazo que te pone en la lona.

Esto es es lo que hay: o lo tomas a o lo dejas. Toda una bajada de pantalones ante el señor de Waterloo. Puigdemont ha reforzado el tipo: ha sabido que si le pegaba un zurriagazo al Gobierno éste cedería, cedería, cedería y se quedaría sometido mientras el forajido (hablo del de Waterloo) se entronizaba como dueño de la situación, proclamando que «aquí el que manda soy yo» tras extorsionar a un Gobierno debilísimo en manos de los caprichos de toda estirpe de un chantajista. Todo ha sucedido de tal modo que Puigdemont ha humillado a Sánchez que se queda para los restos como un pobre hombre. Ahora sólo falta que, encima, le obligue a viajar a Bélgica para hacerse la foto consabida. ¿Será capaz?

Si; se lo ordena el barrenero ¿Será posible que los socialistas no caigan en la cuenta del alcance de este siniestro?

Este martes reaparece Felipe González en escena. En la Fundación Peces-Barba y con la excusa de un homenaje (bienvenido) a la Constitución, el propio ex presidente y el que quiso ser y no pudo serlo, secretario general del PSOE, Eduardo Madina, van a intervenir para -eso es lo que se espera- lanzar otro órdago al que aún es su compañero de partido. Llegados al punto en el que no encontramos después del bochorno esperpéntico de esta semana, ya no sirven las perífrasis más o menos confusas del ex presidente; no, tiene que comprometerse a fondo con un gesto nítido que le separe definitivamente del psicópata (es el diagnóstico extendido de los especialistas) que sigue moviendo el rabo en La Moncloa.

No se trata de que González critique o no la política económica del Gobierno porque él no tiene mucho que enseñar en, por ejemplo, la bajada de impuestos, un terreno antisocial en el que sólo le superó en ansia confiscatoria el compañero de viaje Cristóbal Montoro. Se trata -eso es en lo que se confía, según interlocutores del viejo PSOE- de una enmienda a la totalidad. Los socios, los extorsionadores de Sánchez, lo han dejado muy claro: su reino (Cataluña) no es del mundo español y, por tanto, no aceptan parches Sor Virgina para curar no sé qué rozaduras entre Cataluña y España. Todo o te vas a la calle Pedrito.

La hosca Nogueras lo reflejó en el estrado parlamentario de esta guisa: «No hemos venido aquí a trapichear -les vino a decir a los humillados socialistas- hemos venido a cambiar absolutamente las cosas». A base de dejar a España en las raspas.

Y, a partir de ahora, ¿qué?, nos preguntamos todos. Pues algo ha quedado acreditado: Puigdemont, como hemos venido diciendo, ha vuelto a golear a Sánchez y con la navaja en la faja sacarle hasta las entretelas. Esta vez, con luz y taquígrafos se le ha carcajeado en las barbas. Pero al tipo incombustible de La Moncloa, según filtran desde Ferraz, «ya se le ocurrirá algo». Todo, menos repetir el teatro dramático de esta semana.

Lo que le pide el cuerpo, según comentarios chistosos de varios periodistas que le rodean, es acudir al fielato del Congreso de los Diputados lo menos posible porque se supone que cada vez que aparezca por sus dependencias, le van a arrear sucesivos estacazos y le van a dejar el cajeo sin un euro. Puigdemont sólo confía en que no se le retire la inmunidad y pueda concurrir a las elecciones europeas del 9 de junio de mano de su coalición con el agónico y amarillo PNV.

Tendrán sus diputadillos enganchados a un hipotético Grupo Liberal que tiene de tal como un tigre de vegano. Ahí, también en ese Foro, seguirán vendiendo su mercancía separatista y mientras tanto a mandar desde el sillón fugitivo de Bélgica. En ese retiro dorado pagado con nuestros impuestos, el capo Puigdemont reflexiona sobre si acelerar la convocatoria no ya de una sino de dos elecciones.

Si le apea el tratamiento al Gobierno y le deja permanentemente en paños menores, será la pista que conduzca a la apertura de urnas en toda España, una constancia que, encima (la idea no es del cronista) puede adosarse a la de acompañar estos comicios generales con los regionales del Principado. Un Puigdemont al alza podría apuntarse un buen resultado en ambas citas, dado, a mayor abundamiento, que su rival por la izquierda, la Esquerra pactista del pícnico Junqueras, se está quedando en la incómoda posición de inclinar el body diariamente ante el okupante de la Moncloa. Lo cierto y seguro, lo que se deriva de lo acaecido estos días, es que Sánchez ha entregado, por más chulo que se siga poniendo, el bastón de mando de España al irado Puigdemont.

¿Cuándo le entrarán a éste las ganas de convocar elecciones? Pues quédense con la confesión de un antiguo correligionario suyo que persigue muy de cerca los aspavientos del señorito fugado: «Esto no da para más, como mucho durará un par de años». Todos los movimientos desesperados de Sánchez reciben de los súbditos de Puigdemont el siguiente acuse: «Nosotros le redactamos los decretos, ustedes los firman y nosotros se los votamos». O sea, se trata de convertir en siervos de la gleba a los ministros del Gobierno de la Nación. Se lo tienen merecido, pero no deja de ser humillante. Sánchez ha sido vapuleado en las Cortes.

Sólo falta que en el jardín del Palau de Waterloo Junts construya un muñeco, (ahora mismo puede ser incluso de nieve) y los dirigentes secesionistas se regocijen acribillando al títere vendepatrias. Lástima que el Ejecutivo de la Nación más antigua de Europa esté en manos de un forajido. Sánchez era hasta ahora su mecenas y conmilitón, ya es su vasallo y cautivo.

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