Opinión

Ciudadanos-PP: ni exigir, ni triturar

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ciudadanos no está en condiciones de exigir, pero el PP tampoco está en condiciones de triturar. Los primeros porque tienen que colocar a sus restos, los segundos porque necesitan a estos para crecer en Cataluña, crecer por lo menos hasta el punto que adelantan las encuestas y que, según parece, es un avance más corto de lo que se pudiera resumir.

Cuca Gamarra, que lleva en exclusiva las negociaciones con los apéndices del que un día fue el partido boyante de Rivera, sabe realmente de los números que retratan los sondeos y conoce perfectamente que el objetivo, más que eso, un desiderátum, de Feijóo sería parecerse a los resultados que obtuvieron en su día Alejo Vidal o Piqué, los cuales casi bordearon los veinte escaños.

Para arrimarse a esta posición determinante en el antiguo Principado, Feijóo está obligado a cumplir con dos iniciativas: una posible, otra lo contrario, imposible. Pero ambas tiene que intentarlas; una consiste en cerrar un buen acuerdo que no va a ser por descontado de coalición, sencillamente porque el PP no puede unirse a una organización que ya no existe.

El pacto, aún embrionario que se sepa esto, guarda en sí mismo un escollo; a saber, que los últimos resistentes de Ciudadanos no soportan perder su cabecera, cosa que el PP que intenta claramente la absorción le trae por un higa. Gamarra es dura de pelar pero es consciente de que sin el concurso de este partido ya marginal puede quedarse en niveles parecidos a los de ahora, o sea, francamente malos.

La segunda acción que tendría que activar el PP ya escribimos que es auténticamente imposible: consiste en convencer a Vox de que deje de molestar -impedir, más bien- el triunfo de la derecha, y que no aparezca, como algunos ya le denuncian, como la cara B del PSOE, o incluso de Pedro Sánchez.

Lo lógico, también para Abascal y sus nuevos muchachos, sería concordar algún tipo de arreglo que favoreciera un tanteo decente para el centroderecha y la derecha dura en la noche del 12 de mayo. Pero en verdad este cronista sabe que podría haberse ahorrado la redacción del párrafo anterior.

Vox va a acudir tanto a Cataluña como al trascendental Pais Vasco en solitario, es más, según se filtra, no va a ser nada condescendiente con la política del Partido Popular. Acudirá a las urnas de abril con un dirigente domésticamente en alza que, desde su puesto de secretario general del partido, se ha enseñoreado de las esencias más fuertes de a organización.

Para Vox es su eterno fin desalojar al PP del primer puesto del ránking constitucional de la derecha y si alguien en el partido de Abascal persigue con más denuedo esa intención ese es Garriga que, además, domina desde la Secretaría General, gran parte de la estrategia básica de los llamados Abascales.

Las cosas están así a un mes de los comicios vascos y a dos de los catalanes. Feijóo quizá haría bien en componer un pack electoral con las tres citas que debe solventar: País Vasco, Cataluña y Europa porque las tres marchan en la misma dirección, es decir, en la de reafirmar o restar crédito al liderazgo del presidente popular.

Se trata de un rosario político con cuentas que se plantean una detrás de otra pero que la segunda, su análisis, depende de la primera y la tercera muy probablemente de la tercera. Únicamente una mejora en los pírricos resultados que obtuvo en Vitoria con el héroe Iturgaiz (para cuando ofrecerle destino para tanto esfuerzo) será una estupenda noticia. Esta misma semana, fíjense por donde, estudiando la muestras vascas ya publicadas, en el PP se planteaba la siguiente conjetura en forma de intrigante interrogante: «¿Y si nosotros conseguimos ocho o nueve escaños y el PNV se queda muy lejos de los 38 escaños que fijan la mayoría absoluta, no podría ser el momento de recomponer relaciones con un partido que nos podría necesitar?».

Apartados ya, desde luego, sujetos como el sanchista Andoni Ortúzar, o el proetarra guipuzcoano Joseba Egibar, el PNV tiene que atusar de nuevo la figura perdida, como la tiene, la imagen de estabilidad que siempre ha vendido a la sociedad vasca. La formulación popular es por ahora solo un ejercicio de voluntarismo, pero, quién sabe: ¿no está gobernando en España un individuo que suele perder desde hace tiempo todas las convocatorias electorales a las que se presenta?

Respecto a Cataluña lo dicho en varias fases: imprescindible consenso del PP con los restos de Ciudadanos, y evitación en lo posible de que la antinomia de Abascal y Feijóo se convierta en una baza para los muchos enemigos electorales de ambos.

Nunca en muchos años la derecha española ha estado como ahora en condiciones de desalojar a un depravado del poder y de, encima, mandarle al lugar donde debe estar, el banquillo. A este respecto, una noticia: centrarse en demandar a la aprovechada Begoña López por indudable tráfico de influencias constituye un rasgo mínimo de inteligencia, la caza mayor es su señor marido, un sujeto prepotente y enchulecido que cada día, aunque él no quiera creerlo, cava más la tumba a la que le va a arrojar el muy sufrido pueblo español harto de sus mangancias, de sus fechorías y de sus traiciones.

Esta constancia que repetimos justifica como ninguna otra el título de esta crónica: Ciudadanos-PP, ni exigir, ni triturar. Respecto al que va a jugar su partido en solitario, no hay más cera que la que arde, como le dijo un amigo sorprendido en la cama por su señora con la amante de ocasión: «Esto es lo que hay». El marido infiel pagó las consecuencias, el adulterio le costó un riñón, el hombre ya nunca pudo ser el mismo.