Opinión

Los chiringuitos de la Generalitat

  • Xavier Rius
  • Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.

En el reciente debate de política general, Illa volvió a decirlo. Uno de sus objetivos para esta legislatura es la «reforma de la Administración». «Es una reforma estructural decisiva para asegurar la prosperidad, el liderazgo y la igualdad de oportunidades”, afirmó.

Aseguró incluso que “ya la estamos impulsando” con una serie, en su opinión, de «propuestas ambiciosas y realistas». «O la Administración se adapta a los nuevos tiempos y se simplifica o quedaremos desbordados. No hay otro camino», advirtió. Luego reconoció la labor de los «más de 250.000 servidores públicos que hay en Cataluña». Ese es el quid de la cuestión.

Fue como la magdalena de Proust. Un regreso al pasado. «¿Otra reforma de la administración? ¿Cuántos intentos de reforma llevamos?», pensé para mis adentros.

En efecto, la última tentativa fue con Artur Mas. En febrero del 2003 creó una «comisión de expertos para la reforma de la Administración Pública». Hasta se hizo la foto en el Parlament.

Luego, lo único que se suprimió fue el consejo comarcal del Barcelonés. Pero porque estaba hasta arriba de corrupción y pensaron que lo mejor era suprimirlo. Aparte de que, en el caso de una gran ciudad, no he sabido nunca dónde está el límite fronterizo con la comarca vecina del Baix Llobregat, pongamos por caso.

Pero es que, además, Pujol ya había creado otro órgano similar en el 1998. Aunque le había puesto otro nombre: “comisión asesora para la modernización de la Administración”.

Con el agravante de que la función pública catalana es obra suya. Circula la anécdota de que, cuando tomó posesión por primera vez (1980), le hizo una pregunta de examen al Secretario General de la Presidencia, Lluís Prenafeta, el primer alto cargo al que nombró.

— Luís, ¿tú sabes qué es la Generalitat?

Ante la cara de sorpresa de Prenafeta, el ya president le aclaró:

— La Generalitat somos tú y yo.

Tenía parte de razón. Podría haber creado una función pública moderna, eficaz y, sobre todo, despolitizada. No quiso o no pudo. De hecho, bastaba ver el número de lacitos amarillos que colgaban de edificios oficiales durante los momentos álgidos del proceso para darse cuenta de que, en la inmensa mayoría, habían puesto a los suyos.

Todo ello es también el resultado de un complejo ancestral de los catalanes, al menos de los independentistas. Como no un Estado, hay que hacer todo lo posible para parecerlo.

El escritor Ignasi Riera, que falleció en mayo de este año, publicó hace años un libro sobre Jordi Pujol con el acertado título de Llums i ombres (2001). No hay versión en castellano, pero, si la hubiere, sería Luces y sombras.

Riera había sido diputado autonómico de Iniciativa, el partido que luego absorbió Colau, y lo tenía calado. Explica que, en su segundo debate de política general, «Pujol anunció que, en pocos meses, la Generalitat ha pasado de 3.000 a 65.000 funcionarios». Lo que les decía de ir sacando pecho.

A veces es, sobre todo, ir creando también comisionados, canonjías y chiringuitos públicos. Recuerdo que hace unos años asistí a la inauguración de la nueva sede del CAC.

Como el Consejo del Audiovisual estaba inspirado en el modelo francés, invitaron a su homólogo galo. El hombre ponía unos ojos como platos al ver que disponían de un edificio inteligente de cuatro plantas en pleno distrito tecnológico de Barcelona.

Eso sí, el CAC no ha sancionado nunca a TV3 por sus tropelías durante el proceso. De hecho, el ahora presidente —a cien mil euros anuales, una bicoca que le durará hasta la jubilación— es el exdirector del diario El Punt-Avui, Xevi Xirgo, amigo íntimo de Puigdemont. Incluso le escribió las memorias. Y así todo.