Catalina Cladera compra la mercancía averiada de la Conquista Catalana

No ha hecho falta esperar al debate del Consell de Mallorca para confirmar el cambio de postura del PSIB-PSOE en relación a la Diada de Mallorca. El PSIB se ha postulado a favor de celebrar la Diada de Mallorca el 31 de diciembre, situándose por tanto en franca rebeldía contra su celebración el 12 de septiembre, que en breve fijará la institución insular como día grande de los mallorquines. Ni respeto institucional ni respeto a la propia memoria del PSIB ni respeto a la verdadera historia: el PSIB se envuelve en la misma bandera que Més per Mallorca. Ni más ni menos.
El comunicado de prensa del PSIB justificando la renuncia de los socialistas a participar en los actos del 12 de septiembre es de aurora boreal, con unos planteamientos que firmaría con los ojos cerrados Lluís Apesteguia, líder supremo de Més. «No serem còmplices d’aquesta guerra cultural que PPVOX al Consell lliura en contra de la nostra història, cultura i identitat com a mallorquins», afirma Catalina Cladera, portavoz del PSIB. Por lo visto, durante 20 años, con Maria Antonia Munar, Maria Salom y Francina Armengol al frente de la institución insular, los conmilitones de Cladera consintieron celebrar una Diada de Mallorca que se «libraba contra la historia, cultura e identidad como mallorquines». Ella apareció y por fin el PSIB vio la luz. Una Diada de Mallorca que, desde 1997 hasta 2016, contaba con el consenso de la totalidad de los partidos políticos (en torno al 90% de los 33 consejeros insulares) menos el PSM, luego Més, una fuerza que finalmente ha terminado llevándose al huerto al PSIB y a Proposta per les Illes, rompiendo así el consenso original en torno a la fecha del 12 de septiembre.
En la nota Cladera asegura que «a partir de 2015 es va plantejar una feina molt seriosa al si del Consell, amb una ponència tècnica formada per historiadors i diversos experts, que van arribar a la conclusió de què la data més acurada per celebrar la festa de tots els mallorquins i mallorquines era la del 31 de desembre». Vamos a ver. Elegir «la fecha más exacta» para la Diada no es una cuestión que deban tomar los expertos. A falta de arraigo popular, se trata de una decisión política porque tiene indudablemente un sentido político, el que quieran darle los representantes del pueblo en función de los valores que quieran ensalzar.
Continúa Cladera en su nota de prensa, «Ara, PPVOX ens imposen els seus actes de partit i els converteixen en actes institucionals». ¿Acaso no sería más exacto decir que ha sido Més per Mallorca (antes PSM), la única fuerza que siempre apoyó el 31 de diciembre como Diada de Mallorca, quien en 2016 se salió con la suya al convertir un acto de partido -¡de un único partido y minoritario!- en un acto institucional?
No terminan aquí los desafueros de la política de Sa Pobla: «Ens trobam davant d’un abús clar de poder per part de PPVOX, que actuen de manera arbitrària, escollint una data sense cap rigor històric i desprecien la feina d’estudi feta en 2016». ¿Acaso durante 20 largos años el PSIB celebró la Diada con total normalidad institucional en una fecha que carecía de todo rigor histórico? ¿No es también un «abuso de poder» cuando la izquierda opta por modificar la fecha de la Diada en 2016 o sólo lo es cuando la derecha decide modificarla y llevarla a su estado primigenio? Como siempre, no importa el qué, sino el quién. Así es la izquierda y su escandalosa doble de vara de medir.
Cladera exige la fecha del 31 de diciembre porque fue fruto «d’un consens d’una comissió d’experts que comptà amb participació ciutadana, que aplegà l’acord del 90% dels historiadors, del 79% dels ajuntaments, d’un 84% de les entitats vinculades i d’un 80% dels ciutadans consultats». Aparte de la dudosa veracidad de estos datos, discutibles por el sesgo que siempre lleva aparejada la cocina ulterior de los datos, lo único que demuestran es que el catalanismo está sobrerrepresentado en la academia. La historia parcial es parecida a estos estudios jurídicos de parte que hacen los letrados: quien paga manda. Otra cuestión es si resulta más relevante el consenso de los historiadores (el 90% como dicen) o el consenso político de todas las fuerzas representadas que alcanzaban el mismo 90% de los consejeros en la institución insular (en torno a 30 de 33). Para Cladera, el consenso de los historiadores debe imponerse al consenso de los representantes del pueblo. Así es cómo entiende la democracia nuestra socialista, como una tecnócrata. Más valdría que hubiera dejado en manos de los técnicos del Consell el rescate de la concesión del túnel de Sóller.
La inconsistencia de la que hace gala una inane Cladera no es lo más grave en el cambio de opinión del PSIB. Más graves son la quiebra de un consenso entre partidos por parte de quienes la palabra «consenso» no se les cae nunca de la boca (consenso lingüístico, consenso climático, consenso de los historiadores), el seguidismo a Més en la reinvención de la tradición y la inoportunidad del PSIB para cambiar de opinión a finales de 2016, una época convulsa en la que el Procés catalán está en pleno apogeo. A lo largo de 2016 y 2017, emborrachados por los acontecimientos en Cataluña con la independencia «a tocar», Més per Mallorca está desatado y también cree que ha llegado su momento. Se ha tirado definitivamente al monte, se ha quitado la careta y pronto enseñará su verdadero rostro: no tardará en anunciar un referéndum de autodeterminación para Baleares en 2030.
En estas inquietantes circunstancias, en vísperas de un golpe de Estado, cuando se está preparando el Alzamiento independentista, es cuando un partido de Estado como el PSIB decidirá, con todo lo que ello significa, cambiar de opinión y sumarse al carro de los separatistas, anexionistas y progolpistas de Més per Mallorca, auténtico caballo de Troya del catalanismo en Baleares y alineado con el movimiento separatista catalán que amenaza la nación española, la Constitución del 78, el estatuto de autonomía catalán y la existencia de la propia autonomía balear. Este es el preciso momento que escogen unas irresponsables Mercedes Garrido y Catalina Cladera para sumarse a las tesis de Més per Mallorca, un partido que estará a un pelo -por un solo voto en la asamblea decisoria- de concurrir a las elecciones europeas de la mano de EH-Bildu y ERC. El sentido de Estado y el sentido institucional del PSIB quedan otra vez más en entredicho.
El catalanismo se reinventa la tradición
La razón de fondo del PSM, luego Més, para celebrar la diada el 31 de diciembre es que a su juicio la conquista de Mallorca supone el ingreso de Mallorca a la catalanidad lingüística, cultural y nacional, es decir, a esta entelequia llamada países catalanes. Este y no otro es el significado que le quieren dar a la fecha del 31 de diciembre. Se trata de un anacronismo histórico de libro, o sea, la aplicación descontextualizada de criterios y valores actuales a hechos ocurridos ocho siglos atrás. La verdad es que la conquista de Mallorca se encuadra en un ambicioso proyecto de reconquista impulsada por los reinos cristianos peninsulares para recuperar la Hispania visigótica.
En la Baja Edad Media lo trascendente y primordial es la religión y en todo caso la cultura, pero la cristiana, no la «catalana», que en el siglo XIII todavía está en pañales y, como todas las «culturas» ligadas a los vernáculos, apenas tiene ningún papel a la hora de fundar ninguna comunidad política. Para que nos entendamos, los cristianos foráneos vienen a Mallorca para arrebatar un territorio al Islam y por eso masacran, ¡en nombre de la fe!, a quienes hasta entonces eran mallorquines. Y los liquidan no por mallorquines sino por musulmanes. Los conquistadores foráneos no extienden a los mallorquines musulmanes un programa pacífico de normalización lingüística para incorporar a la comunidad musulmana a la lengua y cultura «catalanas». A los supervivientes les invitan a la conversión, no de lengua, pero sí de fe.
La Conquista de Mallorca es de hecho una cruzada, es la Cruz la que le da sentido, la que explica el leitmotiv, el significado profundo, el espíritu que alienta los corazones de nobles leridanos, aragoneses, barceloneses y provenzales a conquistar Mallorca. La Cruz es lo que les impulsa, no la Lengua Catalana, un mero accesorio, incapaz por sí mismo en el siglo XIII de fraguar ninguna comunidad política, nación, reino o imperio. Habrán de transcurrir muchos siglos para que el idioma se convierta en el fundamento central en torno al que se construya una nación, tanto la nación étnica de Herder como la nación de ciudadanos libres e iguales de los ilustrados. Más aún, lo que siglos más tarde se llamará «catalán» es en 1229 una lengua que apenas se distingue del occitano y que está en proceso de formación, como todos los dialectos del latín peninsulares. Por lo tanto, considerar que la Conquista es el acta bautismal del ingreso de los mallorquines en la catalanidad es un anacronismo voluntarista sin ninguna base histórica, fruto del historicismo propio del nacionalismo étnico que sigue creyendo que la historia tiene un sentido y que avanza en una determinada dirección. Y es un anacronismo por dos razones. Porque los mallorquines «residentes» fueron masacrados en nombre de la Cruz y porque la Lengua Catalana no jugaba ningún papel fundacional en la conquista y colonización de Mallorca. En resumen, aquello fue una Conquista Cristiana, no una Conquista Catalana.
Esta es la tradición cristiana que ni por asomo respetan los progresistas de Més, cuya tradición es diametralmente distinta. Siguiendo el ejemplo de Esquerra Republicana de Catalunya de tratar con guante de seda a la inmigración musulmana por ser la más susceptible de catalanizarse lingüísticamente, Més per Mallorca ha presentado listas en varios pueblos de Mallorca en las que no figura un solo católico practicante pero sí algún que otro musulmán. Nada que objetar, naturalmente, en una democracia liberal como la nuestra que no hace ni debe hacer distingos en cuestiones de credo. Sin embargo, esta paradoja deja bien a las claras la distancia infinita de la tradición catalanista de Més con la tradición de la Cruz que animó a la Conquista que, repito una vez más, fue Cristiana en origen, en desarrollo y en consecuencias. Més no respeta la verdadera tradición, la reinventa, la moldea al calor de su ideología, la transforma en mito catalanista y, como vemos, termina mofándose de ella.
¿Qué se pretende celebrar con la Diada de Mallorca?
¿Qué pretendemos celebrar con la Diada de Mallorca? Esta es la cuestión crucial que deben responder los representantes del pueblo, al margen de la opinión, totalmente respetable, de historiadores y expertos. ¿La llegada de la Cristiandad a nuestras tierras tras siglos de yugo musulmán, la autonomía de los mallorquines o la unión de las islas a la catalanidad? Lo primero lo celebran los palmesanos desde 1229 gracias a la Fiesta del Estandarte, lo segundo lo celebramos los mallorquines el 12 de septiembre y lo tercero tal vez debería celebrarlo a solas la militancia catalanista en uno de estos aquelarres a los que nos tiene acostumbrados el día en que al mallorquín Tomás Forteza se le reveló la tesis -tan disruptiva en su día como triunfante con el paso de los años para su propia sorpresa- de la unidad de la lengua y la postergación de los «dialectos», aunque a decir verdad, su primera gramática, premiada por el Ayuntamiento de Palma en 1881, todavía llevara el nombre infame de gramática de la «llengua mallorquina».
En 1997 el Consell de Mallorca, debidamente asesorado por los historiadores de entonces, decidió instaurar el 12 de septiembre como Diada de Mallorca para conmemorar la jura del rey Jaime II de las franquezas y privilegios de sus súbditos en la iglesia de Santa Eulalia un 12 de septiembre de 1276, una fecha que marca, como apunta Mateu Cañellas, «el comienzo de la singladura de la dinastía privativa mallorquina del reino independiente de Mallorca durante casi un siglo». Se trata de un hito relevante que se presta para reivindicar nuestra voluntad de autonomía puesto que, desde aquel lejano día y durante los siguientes setenta años, los mallorquines -al margen de su origen y procedencia- contaríamos con leyes propias, colores y símbolos propios, instituciones propias y unos reyes independientes que lucharán con denuedo frente a los intentos de las potencias circundantes para usurparles su pequeño reino marítimo. El 12 de septiembre es por lo tanto una fecha simbólica perfectamente adecuada -no digo que sea la única- si lo que queremos resaltar es nuestra voluntad de vivir en paz y de forma autónoma sin injerencias ni coacciones exteriores.
Esto es, a mi entender, realzar la voluntad de autonomía de los mallorquines, lo que buscaban en 1997 la casi totalidad de los consejeros insulares que eligieron el 12 de septiembre para celebrar la Diada de Mallorca, forjándose entonces un gran consenso que reunía a todas las fuerzas políticas menos a los pesemeros. Catalina Cladera y el PSIB quebrantaron este consenso en 2016 y ahora celebrar el 12 de septiembre parece haberse convertido en cosa de «fascistas». Así se les llama ahora a quienes se mantienen en sus posiciones y convicciones y no siguen el vertiginoso ritmo de cambio que impone el progresismo en su permanente huida hacia adelante, olvidando de dónde vienen e ignorando a dónde van.