La catadura moral de los ‘carrileros’

Pedro Sánchez Bildu Pamplona

El carrilero. Así le llamaban hace algunos años, pocos, en su tierra al peón, gregario ahora de Pedro Sánchez, Santos Cerdán. Remedaban su oficio, que no era otro que el muy poco lucido de transportar las herramientas y materiales necesarios para las obras que se desempeñaban en su empresa. Un carrilero de carretilla era, es, un oficio honrado, como todos lo son, sin duda, pero, en esencia, no parecía, que a su protagonista se le pudiera elevar después, por su categoría intelectual o jurídica hasta la máxima categoría negociadora de su partido, el PSOE. Carrilero está siendo, por tanto, el citado Cerdán, porque actúa como demandadero de Sánchez, como el tipo que ha llevado la papela humillante de las mil cesiones para que los independentistas del prófugo Puigdemont y de los filoetarras de Bildu se hayan avenido a prestar sus escaños a la única obsesión de Sánchez: proseguir en el machito hasta que los españoles se cansen definitivamente de él y le envíen directamente a las tinieblas exteriores, o al banquillo que tanto se lo está mereciendo.

Cerdán es el carrilero de Sánchez y éste de toda la escoria política con la que está pactando. Durante días, los pillastres de La Moncloa, auténticos prestidigitadores de la verdad, han estado vendiendo al país la mercancía de que la ralea de Bildu (para el Yeti Puente, progresistas democráticos) habían ofrecido al preboste Sánchez sus votos a cambio de nada, gratis et amore podríamos decir. Mentira. Otra procaz mentira desempeñada sobre todo por el propio Sánchez cuando, desde la tribuna del Parlamento, increpó al único parlamentario de UPN gritándole algo así como esto: «Pero, ¿usted con qué votos está gobernando el Ayuntamiento de Pamplona?». Más mentira. Pocos días después ya se sabe que este sujeto sin principios, el carrilero de lo peor de nuestra sociedad, se ha pegado un abrazo con los herederos de los asesinos de ETA y le ha birlado la Alcaldía de la capital navarra a UPN. Hay que señalar, por cierto, que en UPN, que está casi siempre en el guindo, no sabían nada (porque lo ignoraba, como dicen festivamente los castizos) de lo que se les estaba urdiendo por la retaguardia. Durante mucho tiempo transmitían el siguiente mensaje: «No se atreverán a eso».

Pues ¡vaya si se han atrevido! Le han quitado el sillón abruptamente a la aún alcaldesa Ibarrola y se disponen a perpetrar otra serie de fechorías de las que los dos carrileros tienen perfecta noticia, o sea, éstos trabajan por sus propósitos y los alientan; todo por la patria monclovita de Sánchez. Lo primero que están haciendo es promoviendo una campaña brutal proeuskera que no dejará a la más pequeña aldea del Viejo Reino sin una ikastola en la que no sólo se impartirá ese idioma, tan imposible como inútil (¿o es que vale para salir fuera de San Juan de Luz?) sino en la que se adoctrinará convenientemente a párvulos y vejestorios en el proyecto de una Euskal Herria de Zazpiak Bat, «Las siete, una», que haga posible el sueño no tan antiguo, que ni siquiera lo pregonaba el xenófobo Sabino Arana: la embustera reunificación que ansían los separatistas. Para lograr el gran propósito, el Gobierno actual de la asténica Chivite y sus colegas filoetarras ya han puesto en marcha -digo- la que podemos denominar «colonización euskérica», cuyo primer bastión es el Instituto Navarro del Euskera, remedo del vasco y en cuyas aulas se están impartiendo ya los principios del nuevo orden vasco-navarro.

Y, ¿cuál es éste? ¿Qué han pactado los carrileros con el secuestrador Otegi? Pues ni más, ni menos que esto: una «actualización» del Amejoramiento del Fuero en dos direcciones: la primera, en suprimir del texto inicial el Preámbulo en el que los redactores dejaron bien acrisolada la lealtad de Navarra con España. La segunda, la instalación de un principio básico que convierte a la Comunidad Foral en una más de las integradas en la mencionada Euskal Herria; eso sí, aceptarán que Navarra siga poseyendo el estatus de comunidad foral. Es el trayecto que están comenzando a recorrer los carrileros mencionados y, la verdad, con escasa respuesta en contra.

Hasta ahora, los oponentes regionales sólo han celebrado una manifestación con buena asistencia de público, ahora anuncian otras, pero tienen comprobado que muy pocos les acompañan en la reacción, desde luego pocos medios de información. El partido UPN se mueve en los peores registros de su historia. Ni sabe qué le está pasando, ni sabe qué hacer, cómo comportarse para el futuro. Este sábado celebra su Consejo Político y su Asamblea General, pero no se espera nada sobresaliente, ni siquiera una contestación a la errática gobernación de Esparza, fámulo de aquel funesto Miguel Sanz que, aconsejado por sus amigos empresarios de la Ribera, se cargó de un plumazo el pacto que tan bien había funcionado con el PP. Hoy UPN es un recuerdo nostálgico que no vale para mucho; entre otras cosas, porque en Navarra no se precisa una formación endógena que defienda en solitario su identidad, sino un gran partido nacional que pueda hacerlo con mucha mayor prestancia. Y eficacia.

Enfrente tienen los navarros decentes un grupo de depravados políticos que no reparan en barras; la mentira es su mejor alicate. Los carrileros son una pléyade de cínicos procaces que no portan, como en la famosa jota, «flores en el carro», sino la dinamita que suministra Bildu y con la que se pretende volar la arquitectura institucional de todo un Viejo Reino. En algunos lugares de la Navarra más culta se preguntan: «¿Cuánto tiempo van a tardar los complotados, PSOE y Bildu, en forzar la extracción de las cadenas del escudo de España? ¿Cuánto tiempo van a tardar en incorporarlas al de la fantasmal Euskal Herria?».

Denunciado esto ocurrirá lo siguiente: primero, que los bien pensados, incluidos los militantes de UPN, dirán: «No se atreverán a eso» y, segundo, que Sánchez y su cuadrilla de rufianes mentirán otra vez con descaro y negarán la evidencia. Nuevamente, nos cogerán a todos en pelota picada. Y es que si somos más tontos nacemos ovejas, del Baztán, las más listas del repertorio, pero ovejas al fin. Recuerden: los carrilleros tienen una catadura moral que enrojecería las propias fauces del mismo Lucifer.

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