Casado tiene que rectificar

Pablo Casado Vox
Pablo Casado Vox

Como dijo el jesuita Baltasar Gracián en uno de los aforismos de su tratado Oráculo manual y arte de prudencia: “Todo necio es persuadido (obstinado), y todo persuadido necio; y cuanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad”. Pablo Casado se confundió el día que rompió puentes con Santiago Abascal acusándolo de “pisotear la sangre de las víctimas de ETA” porque la moción de censura que había presentado contra Pedro Sánchez “no la dispara contra el Gobierno, sino contra el partido que le ha dado trabajo quince años”. Estuvo necio como no puede permitirse aparecer el líder de un partido que pretende presidir el Gobierno de España. Ofuscado por la ira que le provoca la soberbia de pensar que los 11 millones de votos que Rajoy recibió en 2011 le pertenecían en propiedad y que, en consecuencia, Abascal le había robado 4 millones de papeletas en 2019. Enfurecido por tanto oírse llamar “derechita cobarde”.

Ese día Casado mostró delante de toda España un odio que sólo ponía de manifiesto su propia debilidad. Era lícito, comprensible y hasta podía considerarse razonable por algunos, que no votara a favor de la moción de censura presentada por Abascal contra Sánchez si pensaba que, como matemáticamente no tenía posibilidades de salir adelante, tan sólo suponía una estrategia electoralista por parte de VOX, que aprovechaba además la ocasión para promocionar a su prácticamente desconocido candidato en unas elecciones a la Generalidad de Cataluña que se iban a celebrar tres meses después. Pero Casado no sólo hizo que su partido votara en contra de Abascal y a favor de Pedro Sánchez, sino que todo el mundo entendió que la dureza de su discurso y los ataques personales significaban un antes y después en la relación entre los dos partidos de centro y derecha.

Negándose a pactar con VOX, Casado cae en la trampa que le ha tendido la izquierda. Los mismos que ahora llaman extrema derecha al partido de Abascal han llamado antes fascistas a los del PP y hasta a los progres de Ciudadanos. El bipartidismo se acabó en 2015 y con él las mayorías absolutas que permiten gobernar en solitario. Pedro Sánchez tardó 48 horas en entenderlo y tras prometer que jamás pactaría con la extrema izquierda populista, aceptó ser investido con sus votos más los de los proetarras, a los que ahora llama hombres de paz, y hasta los de los partidos golpistas a los que había prometido encarcelar. En palabras de Pablo Iglesias, todos tendrán que “cabalgar contradicciones” si no quieren beneficiar a los contrarios. Ningún votante del PP debería entender que, pudiendo gobernar Castilla y León junto a VOX, el PP hiciera igual que en Ceuta y pactara con el mismo PSOE que es socio de comunistas, proetarras y golpistas.

Isabel Díaz Ayuso lo entendió desde el primer momento. Ya antes de las elecciones de 2019 hizo unas declaraciones en las que dijo que “sus enemigos no son ni Ciudadanos ni VOX, sino un Gobierno monocolor del PSOE”. Y hace cinco días, tras ser aplaudida hasta por la extrema izquierda por su desacertada respuesta a Rocío Monasterio, en relación con la violencia de las bandas latinas, esas que ahora Marlaska quiere que pasen a llamarse pandillas juveniles o algo así, la presidenta de la Comunidad de Madrid matizó que: “Mi mensaje no es contra Vox, con quien mantengo una buena relación, y así seguirá siendo aunque discrepemos. Es en contra del comunismo que está destrozando nuestras instituciones”. Ha llegado la hora de dejarse de asquitos y sentarse a negociar con VOX, partiendo de la premisa de que lo primero debe ser siempre derrotar a la izquierda corrupta, liberticida y anti española, que nos lleva a la ruina económica y social.

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