Cacería y ensañamiento con Vox
La formación de Santiago Abascal va a cumplir, si no ha cumplido ya, los diez años de existencia. En los cinco primeros años soportó una travesía del desierto y hasta hace cinco no obtuvo representación institucional en parlamentos y consistorios.
Por consiguiente, Vox apenas ha disfrutado de las mieles de poder. En Andalucía, los inesperados doce escaños de Vox permitieron desalojar a los socialistas de su feudo tras 40 años de caciquismo sin obtener a cambio ninguna mísera consejería del gobierno andaluz que quedó en manos del PP y del nuevo partido favorito del establishment mediático y económico del IBEX: Ciudadanos. La euforia y la santa inocencia impidieron a los dirigentes de Vox recoger los réditos del triunfo y se conformaron con ejercer el papel de muleta al gobierno andaluz PP-Cs.
Hace un año, como en Andalucía, Vox fue fundamental para desalojar a la izquierda del poder autonómico en seis comunidades en cinco de cuyos gobiernos entró en una proporción acorde a sus resultados electorales. Nada que ver con Unió Mallorquina, sin ir más lejos, hiperrepresentada en los centros de poder baleares tanto con populares como con socialistas.
Tampoco en Europa, ni antes con tres ni ahora con seis europarlamentarios, Vox ostenta responsabilidad alguna en la sala de máquinas. Vox es una formación sin apenas poder y, después de la decisión de salirse de los cinco gobiernos autonómicos, todavía tiene menos. No parece, ciertamente, una fuerza obsesionada con ocupar el poder por el poder, como sí lo están obsesionados otros partidos… por no decir todos.
En resumen, Vox es una formación joven y modesta a la que no se le puede imputar absolutamente nada de nada, a diferencia de los partidos del sistema como son PSOE, PP y los nacionalistas que se saben de memoria el Código Penal desde la A hasta la Z tras cuatro décadas de repartirse el poder en España. Casi diríamos que Vox, precisamente por el poco tiempo que lleva en primera línea, es un retoño que no ha perdido la inocencia. A Vox no se le puede atribuir ni corrupción, ni ningún tipo de violencia política, ni abusos desde un poder que no ha ejercido, ni de engañar a sus votantes haciendo una cosa y predicando otra, ni de atacar a la Constitución, ni de dar ni colaborar con golpes de estado, ni de indultar y amnistiar a sus militantes, ni de no aceptar los resultados electorales, ni de no ser respetuoso con las pocas instituciones que representa, ni de atacar las carpas de los demás partidos durante los campañas electorales para intimidarlos (al contrario, los miembros de Vox sí son atacados sistemáticamente durante las campañas), ni tiene entre sus filas a asesinos ni colaboradores de asesinos o albaceas del terrorismo, ni tiene corruptos en sus filas a los que hay que amnistiar y proteger, ni tiene ningún pasado guerracivilista del que hay que avergonzarse, ni de repartirse los jueces con otros partidos, ni de colonizar las instituciones del Estado. Nada de nada.
Sin embargo, no hay ninguna formación en España que sufra el ensañamiento mediático y político que sufre Vox. Desde la izquierda lo más suave que le llaman es «ultraderecha» y «extrema derecha» y no son pocos los que se atreven a llamarles «fascistas» sin el menor fundamento y con un grosero desconocimiento de lo que fue el fascismo. Lo de «herederos de Franco» todavía resulta más surrealista, ignoramos lo que significa, como si en todas las formaciones, en todas, no hubiera lógicamente historias familiares que conducen directamente al régimen anterior.
Las feministas radicales a su vez, sin fundamento alguno, no vacilan en culpabilizar a Vox de ser los responsables del «terrorismo» machista al no reconocer los axiomas de la ¡ideología! de género. No sé qué esperan los de Vox, con más fundamento si cabe, para no hacer lo mismo con los medios y el resto de partidos en cuanto se produzca el primer crimen cometido por algún mena o inmigrante en situación irregular.
Todo este terrorismo intelectual contra Vox no tiene otro objeto que demonizar sus ideas y amedrentar a quienes las defienden que, coincidirán conmigo, tienen que tener pasta de héroes, la misma que tiene o tenía el PP en el País Vasco o en Cataluña en los años de plomo. Madera de héroes. Pero lo de Vox no se circunscribe sólo al País Vasco o Cataluña, terreno comanche donde por supuesto son también agredidos en campaña y boicoteados sus mítines incluso con mayor virulencia si cabe que la recibida por el PP, sino que su señalamiento se produce en toda España. Con el silencio cómplice, por cierto, de todos los medios, incluso también de algunas de las figuras más irreprochables del PP como pueda ser el catalán Alejandro Fernández, por no entrar ya en las de menor empaque moral. Una formación como el PP, que ha sufrido en carne viva la violencia política y el terrorismo, prefiere mirar hacia otro lado ante la violencia constante que sufre su «aliado» Vox, lo que da una idea de la podredumbre del PP que, además de legitimar con su silencio cómplice la violencia contra Vox, no puede alegar tampoco ignorancia en los réditos electorales suplementarios que obtiene mirando para otro lado.
Pero de donde proviene la crítica más rica, interesante y también más insidiosa contra VOX es de la pepesfera y del nostálgico periodismo anclado en el viejo bipartidismo que no entiende cómo el milagro de la transición española de la que se sienten partícipes y tan orgullosos nos haya conducido a dónde estamos ahora. Pese a la juventud radiante del retoño voxero, los peperos no dejan de vaticinar su entierro, confundiendo sus deseos de engullirlo con la realidad. Más que suicidarlo querrían abortarlo, ahora que el aborto ya no es un crimen para los oscilantes estándares morales de los feijoos. En vez de estar contentos y agradecidos porque Vox les permite llegar donde el PP no llega y complementar así mayorías que hoy serían imposibles, lo que no aceptan es la mera existencia de los de Abascal, al menos la de un Abascal independiente y no subordinado a Alberto Núñez Feijóo, que no deja de pactar y repartirse el poder con el que hipotéticamente es su único enemigo: el sanchismo.
Por cierto, los seis presidentes autonómicos a los que Vox ha retirado el apoyo parlamentario siguen investidos gracias a los votos de Vox, unas investiduras que, recordemos, eran lo que más anhelaban («cuatro abstenciones, es todo lo que pedimos», bramaba Prohens animada por sus mariachis mediáticos), más que el ingreso (a regañadientes) de Vox en sus ejecutivos. Estos presidentes autonómicos mandarán tanto o más de lo que venían mandando pero tendrán que someterse al control de Vox a la hora de aprobar leyes y presupuestos. Ninguna tragedia, por lo tanto. El cambio que vendían los peperos, confiando en Vox pero sin reconocerle ningún mérito («el pueblo balear ha elegido un gobierno en solitario», presumía Marga Prohens en su enésimo ejercicio de autoengaño), tampoco está en peligro. Ni nunca lo ha estado pese a las crisis internas. La izquierda no gobernará con los votos de Vox. Ningún drama, tampoco.
El sicariato mediático del PP y los nostálgicos del viejo bipartidismo están tratando de exagerar hasta el paroxismo cualquier disensión interna o cambio ideológico, estratégico o de política de pactos de la formación de Santiago Abascal, como si la vida del país nos fuera en ello. Algunos parecen enfadados con Vox al tiempo que dicen que el PP ha salido beneficiado porque con su autoexclusión de Vox los populares se han centrado, más todavía, y porque Sánchez ha perdido su principal coartada que no era otra que restregarle a Feijóo sus «vergonzantes» pactos con la «ultraderecha».
Sin disimular el profundo desprecio que sienten hacia Vox, otros paniaguados peperos dicen que el PP habría recuperado la respetabilidad y tiene, ahora sí, posibilidades reales de pactar con los nacionalistas «moderados» del PNV y Junts. Algunos pronostican el suicidio de Vox y en sus sueños húmedos llegan a pensar que el votante de Vox va a volver marchito y arrepentido a las filas del PP por ser la única alternativa a Pedro Sánchez, el verdadero enemigo.
Todo parecen bendiciones y buenos augurios para el PP y, no obstante, en vez de estar contentos, están todos enfadados con Vox. ¿Qué más quieren? ¿No querían todo el poder para ellos hace más de un año y se resistían a que nadie de Vox entrara en el Govern? ¿Acaso no exigían, por responsabilidad, que Vox cediera sus diputados gratis para que Marga Prohens fuera investida? La pepesfera, no digamos la balear, debería estar radiante de felicidad con este regalo de Vox que les ha caído del cielo. Y sin embargo, anda amargada y avinagrada. ¿Por qué será?
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