El ataque desleal a Isabel Díaz Ayuso

El ataque desleal a Isabel Díaz Ayuso

Hay obsesiones que las personas y organizaciones no superan, y una de las más acentuadas de la izquierda es Madrid, región en la que no gobiernan desde 1995 y capital en la que salvo el, afortunadamente, breve período de Carmena y sus podemitas, gobierna el centro-derecha desde 1989. Para la izquierda es una obsesión que va camino de convertirse en trauma, ya que son muchas décadas y no lo superan. Por eso sueñan día y noche con conquistar Madrid.

De ahí que se hayan juramentado para conseguirlo, motivo por el que el gabinete de mercadotecnia de presidencia del Gobierno haya desplegado todo su poder para tratar de hacerlo realidad. Por eso, arremeten con fuerza contra la Comunidad de Madrid y, en especial, contra Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la región que alberga la capital de España, una de cada cuatro empresas que se crean en nuestra nación, que recibe el 85% de la inversión extranjera que quiere invertir en nuestro país, que representa la quinta parte de la riqueza nacional y casi otro tanto de los puestos de trabajo, y que es la más solidaria para con el resto de comunidades autónomas, con más de 4.000 millones de euros anuales.

Ayuso ha apostado por continuar y profundizar en las políticas liberal-conservadoras que el centro-derecha ha aplicado en la Comunidad de Madrid desde hace muchos años, y que la experiencia, a través de los fríos datos, muestran que dan mejores resultados. Defiende los principios y valores de dicha ideología y no se arredra a la hora de hacerlo ante la izquierda, y ejerce de dique de contención, en su margen de competencias, frente al asedio que algunos miembros del Gobierno de la nación realizan, ya sin tapujos, a las instituciones, sin que Sánchez los frene y destituya, frente a los pactos del Gobierno con los independentistas y frente a una política económica del Gobierno de la nación basada en aumentar el gasto, déficit, deuda e impuestos.

Eso no lo tolera la izquierda, porque considera que sus ideas son superiores, de manera que lleva muy mal que se discrepe con las mismas, máxime si se hace con firmeza en la defensa de los principios en los que se cree, como está haciendo Isabel Díaz Ayuso: sus anuncios de bajada de impuestos en la legislatura cuando sea posible, la ley de la cláusula de región más favorecida o la apuesta por estar al lado de la inversión empresarial, reuniéndose con ellos para generar confianza y lograr que sigan apostando por Madrid, la defensa de la Constitución y de la Corona, son ejemplos de la defensa decidida de esos principios.

Del mismo modo, la Comunidad de Madrid, al igual que la práctica totalidad del resto de regiones, quizás con alguna excepción de las independentistas o nacionalistas, han actuado con lealtad institucional hacia el Gobierno de la nación en esta crisis, incluso cuando la gestión del Ejecutivo era indefendible y retenía en aduanas las compras realizadas por las comunidades autónomas y sembraba de caos el horizonte. Sin embargo, desde que Sánchez desistió de sus obligaciones al finalizar el estado de alarma y endosó el problema a las regiones, el Gobierno de la nación, salvo irse de vacaciones tras proclamar su falsa victoria sobre las crisis de todo tipo, no ha hecho nada, salvo pergeñar un plan para maltratar a Madrid y a los madrileños, no ya por encerrarlos, que también, pues a mi juicio no se puede seguir con restricciones, sino que debe abrirse y actuar con prudencia pero con todas las actividades y afrontar la dureza de esta enfermedad, porque si no la ruina será peor que el virus, sino por restringir sus libertades con unos parámetros creados a medida de Madrid, para tratar de doblegarla.

Si el encierro de las personas para superar la pandemia es una estrategia medieval y, por los resultados vistos en España, ineficiente, Sánchez mantiene esa misma táctica del medievo para rendir Madrid casi por hambre y por sed, metafóricamente hablando. La deslealtad institucional con la que el Gobierno de la nación ha actuado en su relación con Madrid en esta pandemia es absoluta. Concertó una reunión con la Comunidad de Madrid para hacerse una foto; propuso la creación de un grupo de seguimiento de la enfermedad; dio su visto bueno a las medidas de Madrid -que a mi entender eran excesivas al cerrar parte de la economía, aunque entiendo que bienintencionadas para tratar de evitar que el Gobierno le impusiese medidas más drásticas, como después ha hecho arbitrariamente-; se desdijo a las cuarenta y ocho horas, pidiendo restricciones más duras, amenazando con la intervención; pactó la elevación de una propuesta al Consejo Interterritorial de Salud, para ver si había consenso y, tras no haberlo, se saltó todo y lo impuso por las bravas. Sánchez quiere hacer ver que él va a arreglar la situación, cuando sólo le mueve la política y la propaganda. Si decide actuar ahora es porque la situación va mejorando y tratará de colgarse el éxito de la reducción de contagios en Madrid, cuando técnicamente es imposible que dicha reducción, que ya se está produciendo, pueda deberse a sus medidas equivocadas.

Como he dicho, creo que Madrid no debería haber cerrado nada. Soy consciente del problema sanitario y de que, como digo, esa decisión se habrá adoptado para tratar de evitar males mayores impuestos por el Gobierno, pero estamos ya en un momento en el que no podemos movernos en la montaña rusa constante de abrir y cerrar, porque en uno de esos cierres ya no se abrirá más, al caer las empresas con tanta asfixia e incertidumbre, que producirá un drama social mayor que el del virus, además de que es entrar en el terreno de Sánchez, y en ese cenagal él siempre va a ganar, porque tiene experiencia en las malas artes, como hemos visto. Ahora bien, lo que no se puede es tratar de responsabilizar a la Comunidad de Madrid de lo que está pasando, porque la responsabilidad es completa y absoluta del Gobierno de la nación, no sólo en Madrid, sino en toda España.

Fue el Ejecutivo de Sánchez el que negó que fuese preocupante la enfermedad, quien dijo que no habría contagios o que serían insignificantes, quien desaconsejó el uso de mascarillas para después obligar a usarlas, quien no supo comprar ni test, ni equipos de protección, ni respiradores, quien se fue de vacaciones sin preocuparse del problema sanitario y económico, quien no ha puesto en marcha los planes para el fondo de recuperación procedente de la UE, quien se ha negado a realizar controles en Barajas, Atocha o Chamartín para evitar la importación de casos y quien no ha sabido, ni siquiera, contar el número de ciudadanos tristemente fallecidos por esta enfermedad. Sólo Sánchez, Illa y sus compañeros y colaboradores son los responsables de esta pésima gestión, tanto sanitaria como económica, y de la debacle a la que nos llevan en el ámbito económico y laboral.

Por eso, la deslealtad del Gobierno de la nación con la Comunidad de Madrid es doble: es desleal comúnmente a todas las regiones por dejarlas solas en medio de esta crisis, y adicionalmente con Madrid por atacarla como hace sólo por motivos políticos y para tratar de expulsar de Sol a quien gobierna Madrid.

En este camino, para lograrlo, Sánchez necesita de otras deslealtades. Hubo casos en el pasado que asolaron la política española y la sembraron de traiciones: Barreiro apoyó una moción de censura contra Fernández Albor en Galicia; Piñeiro votó contra su antiguo partido e impidió que Ruiz-Gallardón ganase la moción de censura que presentó contra Leguina; Tamayo y Sáez rompieron con Simancas por no estar de acuerdo con el reparto de consejerías cerrado con IU; Gomáriz dejó el PP y dio Aragón al socialista Marco; e incluso el intento frustrado a tiempo por el propio Suárez de que dos concejales del CDS se pasasen a las filas de Barranco para impedir la moción de censura que después triunfó e hizo alcalde a Rodríguez-Sahagún, que de no haberse parado no habría dado el Ayuntamiento de Madrid al equipo formado entre el PP y el CDS.

No sé si ahora se repetirán unas deslealtades parecidas, las cuales necesita Sánchez para consumar su propósito; no sé si esas deslealtades vendrán a cambio de un apoyo a los Presupuestos Generales del Estado; tampoco sé si es un indicio de que se consumará el plan con esas deslealtades el decir que no es hora de recurrir ante los tribunales la injusta resolución del Gobierno de la nación con la que se encierra a Madrid; y no sé si es un cúmulo de abundantes casualidades que haya dimisiones que se produzcan pidiendo unidad y en el momento más crítico para el Gobierno de la Comunidad de Madrid, pero conservando un escaño que podría llegar a ser decisivo en una votación. Puede que todo sean casualidades, seguro que sí, inconexas, pero probabilísticamente tanta casualidad reiterada termina no siendo tal casualidad. Veremos.

Quienes son tentados por Sánchez para que ejecuten tamaña deslealtad, sabrán cómo quieren ser recordados y en qué posición les dejaría eso frente a los electores, que no creo que perdonasen fácilmente acabar con la política económica que ha resultado exitosa en los últimos veinticinco años en la Comunidad de Madrid. Cuando los nervios por asegurar un futuro acomodo en otros ámbitos políticos a la vista de una posible debacle del grupo político propio son los que guían la actuación política, suele dar malos resultados y llevar al ostracismo a quienes perpetran esa acción.

Por último, no estaría de más que otras regiones pensasen que los próximos en el ataque de Sánchez y de los colaboradores necesarios en cada lugar puede tocarles a ellos, así como el hecho de que les interesa a todos que la Comunidad de Madrid vaya bien, porque, como es la más solidaria, al ser la que más aporta al Fondo de Garantía de los Servicios Públicos Fundamentales del Sistema de Financiación Autonómica, que sirve para que las regiones menos prosperas puedan financiar gran parte de sus servicios esenciales, si Madrid se hunde no va a haber quien aporte lo necesario como aporta hasta ahora la región madrileña gracias a su prosperidad, y a ver cómo pueden pagar la sanidad o la educación. Por eso, antes de ponerse de perfil ante el ataque de Sánchez a Díaz Ayuso, deberían dar muestras de un apoyo a Madrid hasta ahora casi inexistente, con muy contadas excepciones. Aquí, la obsesión por el “centrismo”, lugar inexistente de por sí, no puede servir de coartada para mirar hacia otro lado o para desear la caída de quien defiende con más ahínco los valores liberal-conservadores.

No se trata de confundir el ataque a una persona con el ataque a toda una población, como hacía Pujol cuando se discrepaba con él. No. Aquí es diferente, porque el ataque a la persona viene a través del ataque previo a los ciudadanos, para tratar de emplearlos a modo de rehenes con el objeto de canjearlos por un nuevo Gobierno regional, de otro signo político. De ahí que el ataque real final sea al PP y, en especial, a Isabel Díaz Ayuso, quien está defendiendo en soledad los principios que enarbola. No es la primera vez que sucede, pues José María Aznar, Esperanza Aguirre e Ignacio González ya los defendieron en el pasado y, por ello, fueron blanco favorito de propios y extraños. Por eso, Ayuso debe seguir defendiendo esos principios y luchar con todas sus armas para seguir adelante, superando el auténtico acoso desleal del que está siendo objeto.

En estas circunstancias, más vale adelantarse y si se cae que sea luchando, en una convocatoria electoral anticipada, donde las caretas tengan que desprenderse y cada uno deba mostrar su verdadero rostro, de forma que puedan decidir los electores y que sea, así, lo que Dios quiera, que en una moción de censura por la puerta de atrás, alentada por Sánchez con colaboradores necesarios.

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