Barcelona se degrada mientras Colau engorda

Barcelona se degrada mientras Colau engorda
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Cuesta trabajo reconocer a Ada Colau en aquella superheroína ‘V de vivienda’ que en 2007 boicoteaba los actos de sus ahora socios de ICV. La que hoy ocupa el sillón consistorial y las portadas de Vanity Fair es una mujer radicalmente diferente, quizá menos por el paso de los años que por el peso de los euros. Y es que mucho deben pesar los 100.000 € al año que se embolsa ella más los que le paga a su pareja, al que, a dedo, contrató como asesor. Y mientras la hucha de Colau engorda, Barcelona se degrada a la vista de todos, incluida la prensa internacional. Barcelona había sido siempre una gran capital de la cultura, del comercio y del turismo a la altura de las más importantes ciudades europeas, pero se ha convertido ya en una ciudad sucia, violenta, desagradable y conflictiva. Una ciudad en la que los manteros actúan a sus anchas mientras los comerciantes y los turistas son maltratados.

A Barcelona le va muy mal con Colau, pero a Colau le va muy bien con Barcelona, sólo hay que verla, tan lozana y tan hermosa ella. La brutal agresión de un grupo de manteros a un turista estadounidense en la plaza de Cataluña no es más que un pequeño ejemplo de en lo que Colau ha convertido a la ciudad. Por las calles del centro y por los túneles del metro de Barcelona una madre empujando el carrito de su bebé no puede pasear, porque los vendedores ilegales se han adueñado de los espacios públicos. La Guardia Urbana de Colau no sólo no les impide ocupar las aceras para su mafioso negocio, sino que a lo que se dedica es a impedir que el comercio tradicional, el que paga impuestos y cumple las leyes, les pueda hacer la competencia, multándoles por sacar tres macetas a la acera, como hicieron con aquella pobre florista.

Mientras Colau callaba tras la agresión al turista, los comerciantes de Barcelona, preocupados por la nefasta imagen de su ciudad, intentaron localizar al agredido para pedirle disculpas y se pusieron en contacto con el consulado de Estados Unidos en Barcelona para manifestarle su condena a la brutal agresión, que es lo que debería haber hecho Colau. Pero Colau no quiere turistas que dejen sus divisas en Barcelona. Ni tampoco le gustan mucho los comerciantes legales. Colau se entretiene echando gasolina al conflicto del taxi que paraliza su ciudad en plena campaña turística, porque la violencia desatada por los taxistas en Barcelona también parece agradarle.

Es lo que suele pasar cuando se vota con las tripas en vez de con el cerebro o el corazón. No hacía falta ser adivinos para, echándole un vistazo al curriculum vitae con el que se presentó a las elecciones, prever lo que esta señora iba a hacer con su ciudad. Sin estudios y sin experiencia ninguna, Colau había dedicado su vida a destruir. Y destruyendo, destruyendo llegó a representante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca sin haber firmado una en su vida. Catapultada por el trampolín de los indignados por la crisis llegó al cargo de alcaldesa donde, como el escorpión de la fábula, sólo puede hacer lo que está en su naturaleza. Ella sigue siendo la misma antisistema que ha sido toda la vida, sólo que con la cartera bien gorda.

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