La disyuntiva del paro: ¿Y si volviera la construcción?

La disyuntiva del paro: ¿Y si volviera la construcción?

Por más que se diga, por más que se afirme, por más gestos de cara a la galería que hagan nuestros políticos, por más promesas que se lancen ante la concurrencia, por más compromisos que se juren y perjuren, en España hay algo meridianamente claro: la tasa de paro no baja. Seguimos anclados en un brutal 19,5%, o sea, en el 20% lo que indica que una de cada 5 personas que está en condiciones de trabajar no lo hace. La cosa se agrava si vemos el número de desempleados: prácticamente 4,5 millones de personas. Y el tema aún se acucia si echamos una ojeada al paro juvenil, con cerca de 700.000 chavales en plan “ni-ni”, y con uno de los porcentajes más elevados de toda Europa. Lamentablemente, nuestro país aporta en agosto de este año más del 27% de los parados de la zona euro y por encima del 21% de todos los parados de la Unión Europea. ¡Triste récord para España qué confirma la incompetencia de quienes rigen las políticas laborales! Porque este demérito ni es circunstancial ni ha llegado inesperadamente. Así llevamos años y más años sin que a ninguno de nuestros responsables en la materia se le caiga la cara de vergüenza.

Para muchas familias, desde hace años, no hay presente y el futuro debe ser como un largo túnel, oscuro o muy oscuro, sin final. Para los hijos de esas familias, el presente es una especie de limbo donde se está y nada más. No hay esperanzas, no hay futuro y todavía irrumpe algo más desolador: ver que tus padres siguen en el paro después de tantos años.

Una de las conclusiones de esa elevada tasa de paro que hoy por hoy, definitivamente, no tiene arreglo es que nuestro modelo económico-productivo, es decir, nuestra estructura económica ha prescindido de esas personas, de esos 4,5 millones de trabajadores, simplemente porque no los necesita. En pocas palabras, que no hay trabajo para todos. La otra sería que nuestro modelo económico no da para más en cuanto al pago de salarios: hay lo que hay y no hay más porque nuestra economía por el momento se estructura tal cual estamos.

Formación deficiente

Es cierto que buena parte de nuestros desempleados carece de una preparación adecuada y sus niveles de cualificación son bajos o muy bajos con lo cual sus tareas a desempeñar son de perfil modesto. El juego que durante los años del milagro económico español brindaba el sector de la construcción posibilitó que muchos trabajadores poco cualificados se integraran en el mercado laboral y no sólo eso sino que, además, por aquello de la demanda de empleo que animaba la construcción y su vasta industria auxiliar, los salarios que se satisfacían eran muy aceptables.  Pan para hoy, hambre para mañana.

Actualmente, la construcción, aunque ofrece tímidos destellos de reaparición, es muy selectiva, más especializada y ya no se levantan aquellas moles de años atrás tanto en ciudades como sobre todo en suburbios y zonas turísticas. El reajuste inmobiliario, las embestidas en el sector financiero y la borrachera de entonces han dado paso a una larga y dura resaca que se ha cobrado numerosas víctimas como tantas entidades financieras, muchas empresas y cientos de miles de puestos de trabajo. Entretanto, la pregunta es qué hacemos con todas esas personas que siguen atrapadas en las filas del paro.

Tal vez sería el momento de volver a reactivar la construcción como sector que, a la vista de nuestro panorama económico y productivo, podría recuperar a cientos de miles de personas desempleadas. Muchas de ellas dejaron, en su día, la industria a causa de la desindustrialización, deslocalización o relocalización empresarial, y fluyeron hacia la construcción. Muerta ésta, esos trabajadores se quedaron en la calle.

Si la construcción resucitara cabría la posibilidad de recuperar a muchas personas que quedan proscritas del mercado laboral. Sin embargo, hablaríamos de una suerte de apaño porque el fondo de la cuestión no estaría ni mucho menos solventado: nuestro endémico paro que tiene su origen en una falta de formación y cualificación crónica y alarmante. En su día, hubo quien dio prioridad a la pela antes que a la formación y quienes, por distintos motivos, no pudieron formarse. Sea por lo uno o por lo otro, el lastre del paro está aquí.

Bueno, pensemos que la construcción empujara un poco. El interrogante siguiente cae por su propio pie: ¿Y quién construye y quién paga la fiesta? El sector privado, en dosis muy moderadas, algún esfuerzo hará pero, desde luego, no será como en aquellos años gloriosos de nuestra efervescencia económica, crediticia e inmobiliaria. Por consiguiente, si necesitamos de la tracción que comporta un sector locomotora como el de la construcción sólo resta la otra alternativa: el sector público, o sea, papá Estado. Y el hándicap de papá Estado es uno y evidente: la caja está seca, sus cuentas descuadradas y la deuda pública en límites insospechados… Como se gastó tanto en cosas inútiles, ahora estamos atados de pies y de manos para darle al gasto público. El consumo público para los dos próximos años andará desaparecido. Así que mal vamos por esa vía.

Es el momento en que España tendría que pactar con Bruselas unas condiciones bonancibles para dosificadamente autorizar gasto público, en inversiones, que no computara a efectos de déficit ni de protocolos de deuda… Y arrancar nuevos proyectos con cordura, pensando no en inauguraciones triunfales y cortes de cinta a bombo y platillo sino en términos de rentabilidad por más a largo plazo que ésta sea… Es ahora o, igual, nunca porque a la que el Banco Central Europeo deje de comprar deuda soberana, las condiciones para financiar endeudamientos públicos se retorcerán.

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