Líbano se asoma al riesgo de caer en una nueva guerra civil
Los libaneses que llevan en la calle desde hace más de un mes y que exigen la caída total del sistema político -considerados como “antigubernamentales”- y los partidarios de los grupos políticos chiítas, Hizbulá y el movimiento Amal, se han sumergido en un conflicto intraterritorial con el objetivo de lograr cumplir sus respectivos objetivos.
Así, las protestas en Líbano, que estallaron el pasado 17 de octubre, están entrando en una nueva dinámica violenta que ha despertado los temores de que se conviertan en una guerra civil abierta. Desde hace tres días, los enfrentamientos entre facciones políticas rivales se han recrudecido hasta tal punto que las fuerzas de seguridad, que antes protagonizaban los episodios violentos al tratar de dispersar las manifestaciones, se han visto obligadas a intervenir para evitar una masacre.
En la tercera noche de protestas, cabe destacar que “lo más simbólico fue un enfrentamiento de una hora entre los residentes de Ain al-Remmaneh, donde comenzó la guerra civil de 15 años de Líbano, y la vecina Chyah”, ha explicado el analista Timour Azhari a Al Jazeera. “Los partidarios de Hizbulá y el movimiento Amal arrojaron rocas y otros objetos a través de un camino entre las dos áreas que marcaron la línea divisoria entre Christian East Beirut y Muslim West Beirut durante la guerra de 1975-1990”, ha detallado al respecto. Del mismo modo, entraron en la zona capitalina de Monot, de mayoría cristiana, arrasando establecimientos y mobiliario urbano. Al tiempo que llevaban a cabo su destrozo, coreaban al unísono “¡Chií, chií!”. Estas acciones fueron secundadas también por los simpatizantes del Movimiento Patriótico Libre (FPM). Cabe recordar, en este punto, que estas acciones no son nuevas.
Ya el pasado 29 de octubre, los simpatizantes chiíes sabotearon el principal campamento de protesta establecido en la Plaza de los Mártires, en el centro de Beirut, quemando y desmantelando las tiendas de los manifestantes. Asimismo, golpearon con palos y tuberías a los allí congregados. Hizbulá también ha arremetido contra los periodistas por sus coberturas a favor de las demandas sociales. Según denunciaron desde la cadena de televisión nacional Al Jadeed, “los grupos [chiíes] están llevando a cabo campañas contra los medios, exponiendo al personal a calumnias, insultos, imágenes pornográficas y la distribución de los números de teléfono de compañeros tanto masculinos como femeninos”.
Por parte de la otra facción, compuesta por las Fuerzas Libanesas y el Partido Socialista Progresista, entre otros movimientos, sus actuaciones se han fundamentado en marchas pacíficas y en solidaridad con los manifestantes antigubernamentales atacados por los partidarios de Hizbulá y Amal.
El ministro de Defensa, Elias Bou Saab, ha advertido, en este sentido, que “las tensiones en los cierres de calles y carreteras nos han recordado lo que sucedió en 1975 [con la guerra civil], por lo que la situación es muy peligrosa”. “Los manifestantes tienen el derecho a protestar y a ser protegidos, pero el Ejército y los servicios de seguridad no pueden tolerar la violencia”, ha señalado al respecto el funcionario.
Reivindicaciones radicalmente opuestas
En el caso de los manifestantes antigubernamentales, sus demandas se orientan en la necesidad de derribar el sistema político libanés, instaurado tras la guerra civil que sacudió el país entre 1975-1990. El Acuerdo de Taef estableció un reparto de poderes entre las confesiones religiosas por el que el presidente debía ser cristiano maronita -como el actual mandatario, Michel Aoun-, el presidente del Parlamento musulmán chií y el primer ministro musulmán suní. Por ello, los manifestantes “están hartos de las mismas familias que dominan las instituciones desde el final de la guerra civil en 1990”.
En el segundo caso, los afines a la facción chií buscan mantener el orden preestablecido para asegurar que siguen ostentando posiciones de poder que les permitan alcanzar todos sus objetivos. El analista Michal Kranz de Foreign Policy ya aseguraba, hace 15 dias, que Hizbulá se había quedado “con pocas alternativas además de respaldar el orden actual y apostar por el poder de su marca y su capacidad para dispensar violencia y amenazas para mantener a sus seguidores en línea”. En el plano político, tanto Hizbulá como el movimiento Amal siempre han respaldado la continuidad de Saad Hariri como jefe de Gobierno. Cabe recordar, en este punto, que dimitió el pasado 29 de octubre y volvió a sonar como candidato a primer ministro tras la renuncia del exministro de Finanzas y Economía y Comercio de Líbano, Mohammad Safadi. Sin embargo, se ha conocido este martes que ha rechazado de nuevo esta responsabilidad. Entre sus razones, Hariri alega que Líbano necesita un gobierno tecnócrata, como lo exigen los manifestantes, puesto que solo uno de este tipo es capaz de ofrecer “una salida a la crisis económica”. “El pueblo que protesta parece estar apuntando hacia un pequeño gobierno de ‘rescate’ totalmente independiente para abordar la crisis económica y establecer un marco legal moderno para futuras elecciones, no un gobierno de especialistas designados por la élite actual”, ha explicado el investigador del Centro Libanés de Estudios de Políticas, Sami Zoughaib, en Al Arabiya.
Ahora, y a las puertas de cumplirse un mes con un gobierno en interinidad, incapaz de solventar los desafíos abiertos en el país -las reivindicaciones sociales y el abismo al que se dirige la economía- el presidente Aoun se ha visto obligado a convocar otra ronda de consultas. Una tarea difícil, como ha explicado el director de la Organización Libanesa para la Reforma Política, Kulluna Irada: “Cualquier nuevo primer ministro debe “obtener la confianza de los manifestantes, se representativo de la comunidad ‘sunita’ [como lo requiere el actual sistema confesional de Líbano], capaz de dar garantáis a las otras partes de que la fase de transición no se trata de aislarlos, y deberá cumplir con la ‘estrategia de defensa de Líbano’ acordada”.
Ante este contexto, los pronósticos sobre el escenario futuro de Líbano no son halagüeños. “Las protestas continuarán hasta que se obtengan los cambios que se están exigiendo”, augura la analista Rhana Natour en PBS, que cita a una ciudadana libanesa testigo de las protestas. “La gente no tiene nada que perder. Estamos perdiendo nuestros trabajos. No tenemos dinero. Los salarios están siendo recortados. Ya no tenemos electricidad. No tenemos agua, no tenemos saneamiento. No tenemos nada”, declaraba Rawan Taha.
El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Libanesa Americana, Sami Baroudi, recoge este pensamiento y alerta de que “cuanto más se demore el estancamiento, más presión habrá sobre la economía. Cuanto más tiempo permanezca la gente en la calle, mayores serán las posibilidades de fricción, mayores serán las posibilidades de ciertos actos de disturbios, especialmente si el actual gobierno permanece”.
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