La verdadera razón por la que Isabel la Católica no se bañaba
Entre las curiosidades de la historia de España, está el hecho de que Isabel la Católica no se bañaba, o al menos eso es lo que se cuenta.
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Cuando escuchamos el nombre de Isabel I de Castilla, la famosa Isabel la Católica, lo primero que pensamos es en la reina que cambió el rumbo de la historia: la mujer que apoyó a Colón en su viaje, que unió reinos y que llevó la religión hasta sus últimas consecuencias. Fue, sin duda, una figura política y religiosa de enorme peso. Pero junto a esa imagen solemne siempre aparece una anécdota que provoca asombro, sonrisas y hasta incredulidad: se dice que Isabel casi nunca se bañaba.
Para nosotros, acostumbrados a ducharnos a diario, la idea resulta desagradable. ¿Cómo podía una reina vivir sin baños regulares? Sin embargo, juzgarla desde la mirada actual es injusto. La verdadera razón de esa costumbre está en el contexto histórico, en las creencias médicas y religiosas de su tiempo. Y ahí es donde la historia se vuelve más interesante.
El miedo al agua
En la Edad Media, y todavía en tiempos de Isabel, la relación con el agua cambió radicalmente respecto a épocas anteriores. En la Hispania romana, por ejemplo, las termas eran lugares de reunión social, y en el mundo musulmán los baños públicos , los hammam formaban parte esencial de la vida. Pero tras la Peste Negra del siglo XIV, que acabó con millones de personas en Europa, empezó a extenderse la idea de que el agua abría los poros del cuerpo y facilitaba la entrada de enfermedades.
Así, bañarse pasó a ser considerado peligroso. Los médicos recomendaban evitarlo y la población, aterrada por nuevas epidemias, adoptó esa desconfianza. Isabel no hizo más que seguir lo que se entendía entonces como prudencia.
La religión como marco de vida
En su caso, además, la religión jugó un papel enorme. Isabel era profundamente devota y austera. Creía que la pureza verdadera era la del alma, no la del cuerpo. La Iglesia tampoco ayudaba: miraba con recelo los baños públicos porque los asociaba a la sensualidad, a la lujuria e incluso al pecado. Para una mujer que se propuso encarnar la virtud cristiana, evitar el baño era casi una forma de disciplina moral.
No era descuido, sino coherencia con su manera de entender la vida. En su mentalidad, resistir la tentación del agua era tan valioso como rezar con fervor.
Baños, los justos
Eso no significa que Isabel viviera completamente al margen de la higiene. Se sabe que practicaba lavados parciales con paños húmedos, que usaba perfumes y que prestaba mucha atención a la limpieza de su ropa. De hecho, en la corte castellana la higiene pasaba más por cambiar la ropa interior con frecuencia que por meterse en una bañera.
La reina incluso presumía de haberse bañado solo dos veces en su vida: al nacer y antes de casarse. Aunque probablemente era una exageración, la frase tenía un sentido de orgullo. Para ella, no bañarse era una muestra de virtud y de austeridad.
El contraste con Al-Ándalus
Lo curioso es que, mientras en la corte de Isabel se evitaba el agua, en los reinos musulmanes los baños eran parte de la rutina. La higiene estaba ligada a la religión: antes de la oración, el creyente debía lavarse. Por eso, las ciudades musulmanas estaban llenas de baños públicos.
Cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada en 1492, encontraron una ciudad con hammam en pleno uso. Pero poco después, muchos fueron cerrados o destruidos. No solo porque se asociaban con la cultura islámica, sino porque seguían viéndose como focos de contagio.
La ropa como señal de limpieza
En la corte europea, la pulcritud se asociaba más con la ropa que con el cuerpo. Las camisas y vestidos se lavaban, se perfumaban y se cambiaban con frecuencia. La nobleza podía tener docenas de prendas para este fin. Así, aunque Isabel no se bañara, no quiere decir que viviera en una suciedad absoluta como nos lo imaginamos desde hoy.
Ella cuidaba mucho su vestimenta y su peinado, porque la apariencia era un símbolo de poder y respeto. En ese sentido, estaba tan pendiente de la limpieza como cualquier reina moderna, solo que con otros parámetros.
No era una rareza
La costumbre de Isabel puede sonar chocante, pero no era excepcional. La mayoría de los nobles europeos de su época hacía lo mismo. Enrique VIII de Inglaterra, por ejemplo, tampoco era fanático de los baños. La diferencia es que nuestra idea de higiene ha cambiado radicalmente en los últimos siglos.
Lo que para nosotros es sinónimo de limpieza, el agua diaria para ellos era un peligro. Isabel no estaba rompiendo normas: las estaba cumpliendo.
Una lección de historia cultural
Entonces, ¿cuál fue la verdadera razón por la que Isabel la Católica no se bañaba? No fue la pereza ni el descuido. Fue una mezcla de miedo a las enfermedades, disciplina religiosa, costumbres sociales y orgullo moral.
Entenderlo nos obliga a mirar la historia con otros ojos. Nos recuerda que la higiene, como tantas otras prácticas, no es universal ni eterna. Cambia con los siglos, con la ciencia y con la cultura. Isabel, al negarse al baño, no era rara: era hija de su tiempo.
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