La gran mentira de la Diada: una fecha inventada, una derrota con 6.000 muertos y el ‘simpa’ del ‘héroe’ Casanova
España celebra su Fiesta Nacional el 12 de octubre, efemérides del descubrimiento de América en 1492; Estados Unidos, el 4 de julio y su declaración de independencia de 1776; Francia, el 14 de julio cuando el pueblo tomó la Bastilla; Italia, el día en que sus ciudadanos en 1948 aprobaron en referéndum la República en lugar de la Monarquía; Alemania, la reunificación de 1990; Inglaterra, el día del fallecimiento de San Jorge en abril de 303; Gambia, la fiesta de la revolución, cuando el presidente Jammeh dio un golpe de estado en 1994; Belize, su independencia del Reino Unido en 1981; y la Comunidad del Madrid, la sublevación popular contra la ocupación francesa en mayo de 1808.
Lo mismo sucede con otros países en los que Cataluña pretende mirarse al espejo y se compara internacionalmente: Irlanda del Norte, la batalla de Boyne de Guillermo de Orange contra los católicos de Jacobo II en 1690; Canadá, la independencia del Reino Unido en 1867; Escocia, el Día de San Andrés o Kosovo, la liberación albanesa frente a los otomanos.
A todas estas fiestas nacionales les une un mismo vínculo: la exaltación y rememoración de una victoria o la liberación del yugo de los colonialistas. El pueblo se une para celebrar un hecho histórico que se esfuerza por preservar año tras año, década tras década, siglo tras siglo.
Sin embargo, Cataluña, en contra de la tradición de todos los estados occidentales, escogió como Día de la comunidad autónoma una derrota. Un duro y humillante descalabro militar por parte del ejército franco-español el 12 de septiembre de 1714.
¿Y quiénes fueron los artífices de tal despropósito? Sin duda alguna los regionalistas del movimiento catalán Renaixença quienes en la primera década del siglo XX construyeron una Cataluña de ciencia ficción, amparada por el victimismo y la revisión histórica. La gran mentira. Una patraña que ha propiciado la celebración de la Diada todos los 11 de septiembre.
¿Pero no encontraron los activistas nacionalistas otra fecha alternativa de la historia catalana para adornar esa quimera?. Sí pero les desbarataba el guión. Podrían haber escogido la efemérides de la sublevación de la ciudad contra los franceses el 6 de junio de 1809 que, como había sucedido en Madrid, acabaron en el paredón. Y, ya en la Transición, el gobierno de Jordi Pujol podía haber señalado como Fiesta autonómica la recuperación del estatuto de autonomía en 1932, en plena República.
Un victimismo voluntario y provocador
Pero no, apostaron por la opción del victimismo de manera voluntaria y provocadora. Sólo el aplastamiento de Barcelona en 1714 y la represión de la postguerra servían para motivar emocionalmente a los catalanes. La inmolación como fórmula para movilizar al pueblo catalán era la mejor solución para Sanpere i Miquel, el fabulador y manipulador de un relato filibustero que emplean hoy los independentistas.
Pero además, la fecha escogida también era falsa. La ciudad de Barcelona se rindió, como recuerdan los cronistas de la época, el mediodía del 12 de septiembre y no entregó la bandera de la derrota hasta el 15 de septiembre. Sólo un día después fueron abolidos el Consejo de Ciento y la Diputación. Pero no crean que la administración borbónica puso al frente de las nuevas instituciones a franceses o castellanos. Todos los nuevos mandatarios fueron catalanes.
No contento con tal cúmulo de trolas e invectivas los regionalistas celebraron un homenaje al traidor Rafael Casanova, el mismo que huyó, cojeando por una leve herida, de la fortaleza haciéndose pasar por muerto. El caudillo responsable de la matanza tuvo más suerte que los 6.000 barceloneses abatidos en un asedio que duró más de dos meses. Tras su ‘simpa’ -del que aprendió Puigdemont- envejeció sin problemas en Sant Boi de Llobregat hasta su muerte en 1743, 32 años después de la caída de su ciudad. Incluso, en 1719 fue amnistiado y pudo ejercer su oficio de abogado.
La Diada del 11 de septiembre fue recuperada tras la muerte de Franco y, en 1980, la primera ley que aprobó el Gobierno de Jordi Pujol fue la creación del Día de Cataluña, el 11 de septiembre, una fecha en la que Cataluña nunca perdió su soberanía de España, porque nunca la tuvo al 100%.
El nacionalismo, paradójicamente, ejercía de centralista y convertía a Barcelona en Cataluña porque mucho antes del 11 de septiembre habían caído otras ciudades catalanes que habían jurado fidelidad a Felipe V como Tarragona, Camprodón, Ripoll, Solsona, Mataró o Vic. Ahora, los alcaldes y ediles independentistas de estas ciudades pretenden reconstruir la historia ocultando lo que realmente hicieron hace tres siglos sus antepasados. Lo silencian porque saben que el edificio de la independencia se asienta en unos cimientos con taras.
Muchas ciudades apoyaron a los Borbones
Los hechos históricos son tozudos: Cataluña jamás, a comienzo del siglo XVIII, luchó por su independencia. Como otras regiones de España se vio arrastrada por una guerra civil que se desató en la península tras la muerte del rey Carlos II en 1700, el último habsburgo que falleció sin descendencia. Tras su óbito se desató una contienda fratricida en la que el bando borbónico apoyaba a Felipe de Anjou y el bando austriacista al archiduque Carlos, segundo hijo del emperador Leopoldo. Cataluña se alineó con los perdedores, llegando a firmar incluso un pacto secreto en Génova con emisarios de la reina Ana de Inglaterra para que la Ciudad Condal se convirtiera en una base naval británica en el Mediterráneo.
Además, cuando comenzó la guerra, Cataluña nunca aspiró a una nacionalidad distinta a la española. Jamás se produjo un levantamiento contra Madrid. Ciudades como Gerona o Lérida se enfrentaron al ejército aliado de Gran Bretaña y Austria. Lo mismo sucedió con Reus. Otras importantes ciudades catalanas así mismo se posicionaron a favor de los borbones como Cervera, Berga, Centelles, Ripoll o Manlleu.
Hay que acabar con los falsos mitos inventados en las últimas décadas por el independentismo catalán: en el siglo XVIII nunca existió una sublevación popular contra Madrid. En 1712 cuando la Diputación de Barcelona planteó su reto al Rey de España, la Guerra de Sucesión ya había concluido e, incluso, ya estaban redactados los tratados de paz, mucho antes del asedio de Barcelona. Y la guerra trajo la miseria a todos los españoles, no exclusivamente a los catalanes.
Está claro que los catalanes perdieron sus fueros cuando Aragón y Valencia ya los habían perdido por alinearse con el bando austriaco. Fue un castigo por incumplir el juramento al Rey borbón. Los manuales del independentismo catalán manipulan la historia presentando a Felipe V como un monarca tirano, despótico, absolutista y guillotinador de los fueros, sin embargo esa era falsa imagen, muy alejada de la realidad. El monarca borbón fue aceptado libremente en 1701 en unas cortes catalanas presidida por el Rey en el monasterio de San Francisco. Después, el monarca juró los fueros en la catedral de Barcelona. El rey permaneció en la Ciudad Condal seis meses, entre 1701 y 1702, e incluso retrasó unos días su vuelta a palacio. La élite barcelonesa reconoció entonces que el Rey borbón -los antepasados de quienes ahora gritan «muerte al borbón»- les había concedido las leyes más favorables.
En contra de lo que mantienen los independentistas, ni Felipe V era un absolutista centralista ni el archiduque Carlos representaba al constitucionalismo. Tampoco el pueblo catalán era entonces republicano y separatista, como educan ahora los profesores a sus alumnos en las escuelas de Cataluña.
Felipe V mantuvo los fueros
Felipe V no sólo respetó los fueros de Cataluña sino que además concedió más privilegios a la nobleza catalana. Cataluña seguía siendo un territorio libre y conservaba sus fueros históricos, como sucedía con Valencia y Aragón, hasta que entraron en guerra y luego la perdieron. Los vascos, que no se aliaron con el archiduque austriaco, conservaron sus fueros sin problemas, los mismos que siglos atrás había jurado la Reina Isabel en Guernica.
Pero, además, Cataluña tras la Guerra de Sucesión vivió los años más prósperos de su historia con la construcción de una nueva ciudadela, el auge de la economía y la elección de su puerto como la nueva base naval de España en el Mediterráneo.
Cataluña fue castigada por el empecinamiento de Casanova, el considerado por los independentistas padre de la patria. El mariscal francés Berwick propuso una rendición negociada pero Casanova se negó a parlamentar. Incluso, ordenó que decapitaran al comandante de Montjuic que quiso entregar la ciudad. La contumacia de Casanova provocó el enfurecimiento del militar francés que impuso, finalmente, una rendición incondicional.
Los regionalistas catalanes de comienzo del siglo XX lograron introducir en la sociedad una serie de invectivas históricas: los fueros fueron pisoteados por el centralismo castellano, el pueblo se levantó contra el estado español, los opresores prohibieron la lengua catalana, Castilla llevó a la ruina al estado español o el año 1714 fue el punto de partida del nacionalismo. Una serie de embustes sin consistencia histórica.
Los independentistas, en cambio, omiten en su relato que los representantes catalanes también participaron de manera activa en las Cortes de Cádiz de 1812 y aplaudieron, tras la aprobación de la Carta Magna, la arenga del diputado Agustín Arguelles: “¡Españoles, ahora tenéis una patria¡”. Y esa patria bajo un prisma liberal estaba confeccionada para todos. Para la España que había derrotado a los franceses. También para Cataluña.
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