Diseña una reforma por las bravas que no contenta a nadie

Las ‘pensiones de Escrivá’ provocan desconfianza: votos de hoy a costa de los jubilados futuros

Las ‘pensiones de Escrivá’ provocan desconfianza: votos de hoy a costa de los jubilados futuros
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Nadie está contento con la reforma de las pensiones que diseña el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá. Ni el sector del Gobierno de Podemos, ni la vicepresidenta Yolanda Díaz, que es un verso suelto, ni tampoco los sindicatos. Pero esto sería de lo de menos, porque en ninguna de las tres partes predomina el sentido común. Lo peor es que la estrategia del ministro causa incertidumbre, desconcierto y finalmente rechazo entre los empresarios, las aseguradoras y los analistas económicos que conocen bien el sector.

En primer lugar, no parece que tenga mucho sentido que el Gobierno se empeñe en subir un 8,5% las pensiones el próximo ejercicio cuando los datos de inflación se han ido moderando durante los últimos meses, y estará en el entorno del 6,5 por ciento en diciembre. No tiene sentido de partida, porque abunda en un hecho condenado por todos los organismos internacionales y principalmente por la Comisión de Bruselas y el Banco Central Europeo, que es la indiciación de la economía, aquello que      consiste en empujar para que la inflación se filtre por todos los vericuetos del sistema.

Pero constituye sobre todo una amenaza financiera, porque eleva exponencialmente el gasto del Estado, se convierte en una partida estructural que hay que atender cada año y es una losa pesada que ahoga el presupuesto público, sobre el que las autoridades que nos vigilan han urgido un plan de consolidación que reduzca el déficit y la deuda de la nación a unos límites tolerables con las normas fijadas por el Plan de Estabilidad de la UE: no más de un 3% de desequilibrio fiscal y una deuda camino del 60% del PIB -ahora estamos en un 113%-.

La última idea del ministro, que presidido por su habitual soberbia no ha consultado con nadie, consiste en aumentar el periodo de cálculo de las pensiones hasta los treinta años. Esto en principio iría en línea con las presiones de Bruselas para que presente antes de fin de año un plan consistente que asegure la sostenibilidad del modelo, que es una condición ineludible para que España siga recibiendo los fondos de ayuda europeo de nueva generación.

No hay duda, sin embargo, de que esto significará un recorte de las pensiones de los próximos jubilados, que cobrarán una renta en relación con su salario en activo bastante menor que la actual, en línea con lo que ya sucede en los principales países europeos. Es algo plausible, pero lo que carece de rigor es que, mientras tanto, se premie a los actuales pensionistas con un plus de revalorización superior a como quedará la inflación a final de ejercicio, eximiéndolos injustamente de padecer la crisis y el ajuste correspondiente que ya sufren los trabajadores en activo y las empresas que les proporcionan empleo. Esta combinación de factores es de una incoherencia total, y también constituye una fractura económica entre generaciones: comprar votos de hoy a cambio de castigar -ya sea racionalmente- a las clases pasivas del futuro. Y es una estrategia absolutamente insolidaria.

Peor aún es la manera como Escrivá ha previsto financiar los futuros gastos del sistema, a costa de elevar las bases máximas de cotización a la Seguridad Social y subiendo las cuotas más altas hasta un 30 por ciento. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que esta decisión encarecerá los costes laborales en un momento crítico y acarreará una notable pérdida de competitividad que no nos podemos permitir con una recesión en ciernes, un aumento descomunal de las insolvencias, un incremento de los cierres empresariales y una próxima caída del empleo -el propio Escrivá ha adelantado que las afiliaciones a la Seguridad Social del mes de noviembre estarán próximas a cero-.

Los empresarios, las aseguradoras, los analistas están desconcertados con la manera en que se está conduciendo el ministro, que es un especialista en despreciar al que no está de acuerdo con él -el gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, el vicepresidente del BCE Guindos y aquel que se le ponga por delante y no se pliegue a sus dictados o caprichos-. No parece que sea la mejor táctica. Tampoco que no haya tenido en cuenta a nadie para lanzarla, sobre todo si careces de un plan completo, comprensible y viable. Ya estábamos avisados. Escrivá, genio y figura.

 

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