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¿Corrupción y crecimiento u honestidad y crisis económica?

CORRUPCIÓN
(FOTO: ISTOCK)

En 1997, en las elecciones para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, el peronismo liderado por Carlos Menem perdió las elecciones frente a la Alianza que unía a la UCR (socialdemócratas “a la criolla”) y al Frente Grande (experonistas e izquierdas varias). Fue el inicio de un vuelco electoral que concluyó con la victoria de la Alianza en las elecciones presidenciales de 1999.

Los diez años de gestión de Menem fueron revolucionarios en lo económico. Recibió una economía en crisis e hiperinflación (el IPC llegó a subir 20.300% en un año), con el Estado en cesación de pagos y sin reservas. Al dejar el gobierno, Argentina llevaba cinco años con una inflación menor a la de EE.UU., la llegada en masa de empresas extranjeras había permitido modernizar las infraestructuras y la economía era una de las de mayor crecimiento entre los países emergentes.

La corrupción era la mancha de una gestión por lo demás muy buena. No había ningún elemento que permitiera confiar en el éxito de la propuesta, pero la sociedad compró la promesa de “mantener lo bueno y corregir lo malo” que hacía la Alianza. Con ingenuidad, la sociedad argentina pensó que “la economía ya está arreglada” y que era momento de avanzar hacia una democracia de “primer mundo”.

La pésima gestión política y económica del gobierno de la Alianza acabó con la dimisión del presidente De la Rúa dos años después de haber llegado al gobierno. Pese a su promesa de regeneración, el gobierno de De la Rúa fue acusado de comprar los votos de varios senadores. Surgió un gobierno provisional que fue sucedido por los Kirchner. La promesa de la Alianza de que todo iría a mejor acabó con la mayor crisis económica, política y social en más de 80 años. Los Kirchner se encargaron de desmontar gran parte de los logros anteriores: volvió la inflación, volvió la cesación de pagos y hasta comenzaron a adulterarse las estadísticas oficiales para mostrar como buena una realidad que era mala. Por supuesto, la corrupción nunca se fue.

Pese a que la recuperación económica de España está siendo más fuerte y duradera de lo que nadie pudo anticipar, el último sondeo del CIS muestra una caída del PP y un avance del nuevo PSOE “podemizado” de Pedro Sánchez. Como en la Argentina de 1997-1999, parece haber españoles que compran la promesa de “regeneración” pese a que, en materia de corrupción, ningún partido está en condiciones de “tirar la primera piedra”. Y pese a la evidencia de que el PSOE es un partido que gestiona mal la economía: sus dos gobiernos acabaron en crisis económicas.

Argentina y España tienen una diferencia fundamental: en España no hay impunidad. Que la hermana de Su Majestad y el propio presidente del gobierno hayan tenido que declarar ante la Justicia es prueba de ello. Estoy de acuerdo en que la Justicia es lenta y que hay penas que no se entienden. Pero si buscamos en Internet la lista de políticos presos por casos de corrupción veremos que es mucho más amplia de lo que parece y que hay gente de todas las regiones y partidos.

Ante la opción “¿corrupción y crecimiento, u honestidad y crisis?”, los españoles debemos elegir “honestidad y crecimiento”. Porque es posible. Porque estamos en camino de ello. Porque pese a sus defectos, tenemos un Estado de Derecho que funciona.

Ni la honestidad de los políticos ni la buena marcha de la economía son el resultado de la magia. Son la consecuencia del esfuerzo cotidiano. La primera se deriva de una sociedad que, como norma, rechace la trampa y el engaño. La segunda surge de gestores con experiencia e ideas adecuadas.

Que no nos pase como a los argentinos, que por comprar “honestidad y crecimiento” a quien no podía ofrecerlo, acabaron recibiendo “corrupción y crisis”.

(Diego Barceló Larra es director de Barceló & asociados) (Twitter: @diebarcelo)

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