Tras el Brexit, ¿qué?
“El enfado es algo que solo reservo para mis enemigos”, Temístocles.
Lejos queda ya aquel melancólico verano de 2016, momento en el que el mundo contemplaba atónito y escéptico el referéndum sobre el Brexit. Dando por sentado que el populismo no tomaría el control del mundo, el Brexit fue la primera de sus grandes victorias. Bajo mi punto de vista, éste ha sido uno de los acontecimientos políticos más tristes que hemos acontecido en los últimos 75 años.
Cierto es que la distancia de los británicos siempre ha existido en la Europa común, prueba de ello es la unión monetaria. Reino Unido ha mantenido siempre la independencia de la libra esterlina, al contrario que Francia y Alemania, que no dudaron en eliminar el franco y el marco en beneficio del proyecto común.
Con ello no pretendo argumentar que hay que ‘obligar’ a pasar por el aro normativo a todos los Estados por igual, pero sí que hay que saber seducir a los países miembro en cuanto a las ventajas, más que a las desventajas, que existen en esta Europa común. Está claro que la excesiva burocracia es un problema en Europa. En España podemos tener la obligación de cumplir hasta cinco niveles de regulación: la europea, la española, la autonómica, la de las diputaciones y finalmente la de los ayuntamientos. Y claro, eso ni ayuda ni simplifica los procesos. Me parece obvio que la Unión Europea debería reflexionar y debatir sobre dar un paso definitivo en su integración y formar un gran Estado europeo, que compita de tú a tú con los grandes bloques económicos, políticos y sociales del mundo.
En la vida no solemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos, siempre y cuando uno considere haber perdido algo por el camino… Pero en cuanto a los británicos, estoy convencida de que con el tiempo entenderán que la vía drástica del ‘leave’ no era su solución. La realidad es que la economía de Reino Unido es la de una potencial post imperial de medio pelo con delirios de grandeza y, cabe destacar, poco productiva como economía.
Nada más hacer efectivo el Brexit, Londres ha empezado a negociar mediante la carta de la amenaza. Desafiar a Europa con medidas proteccionistas es cuanto menos absurdo para una sociedad británica acostumbrada a consumir productos europeos. Medidas que terminarían tensionando la inflación y el desplome del poder adquisitivo de los británicos que miran más allá de sus islas.
Tal vez a muchos británicos se les hayan expuesto que el Brexit era algo bueno para todos, pero tras él, ¿qué?
Dependencia
En lo económico dependerá en gran medida de la capacidad negociadora de Londres con Bruselas. Sin embargo, el mayor riesgo de las victorias populistas es siempre el desencanto social y el arrepentimiento, al darse cuenta del error en el que han caído. Probablemente a muchos británicos no les preocupa dada su ignorancia en materia económica que el GBP se devalúe, que se apliquen aranceles a productos europeos, o que sufran una gran inflación.
Pero tal vez sí que se den cuenta de lo que han perdido en lo mundano, cosas como ir a ver un partido de fútbol de la ‘Champions League’ fuera de las islas, o que el talento profesional desista de ir a Londres por culpa de la moneda y de la burocracia a la hora de obtener permisos de residencia. Quizás se les complique la papeleta a aquellos hijos que querían estudiar en una universidad de Alemania, o conocer el excelente clima y gastronomía de España. Obviamente, el Brexit restará interés a los turistas europeos en visitar Londres debido a los visados, los controles aeroportuarios y la cantidad de países que podemos visitar dentro de nuestra Unión sin quebraderos de cabeza.
Solamente el tiempo explicará si el Brexit fue un acierto o un error, pero lo que está claro es que un divorcio siempre es la historia de un fracaso. El fracaso de Europa se ha forjado por la mala concepción del proyecto común y de algún defecto de forma en el pacto entre Alemania y los aliados. Tras el fracaso de las consecuencias de la primera Guerra Mundial, Europa se ha construido sobre 75 años de crecimiento económico y paz. Tutelado todo por la ilusión de creer en un proyecto común, que se trunca desafortunadamente en 2016 y se hace efectivo en 2020.
Gran Bretaña debería de haber entendido mejor la situación y tal vez optar por una tercera vía: ¡la del cambio! Como decía Temístocles, el gran general griego que trajo la victoria ante el temido ejército Persa en la batalla de Salamina, “el enfado es algo que solo reservo para mis enemigos” y está claro que la UE, con todos sus defectos, no es el enemigo de los británicos. Espero que cuando baje el ‘soufflé’, la sociedad entienda este divorcio como una separación que dé oxígeno para comprender los errores, asumir las faltas y construir nuevamente un proyecto común, compartido y querido por todos.
Gisela Turazzini, CEO de Blackbird Broker
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