El artista expone en la galería madrileña Fernando Pradilla

Rubén Rodrigo homenajea a El Greco y Francis Bacon en su muestra ‘Apóstoles. Estudios para una Crucifixión’

Obra de Rubén Rodrigo ©MarioRey
Obra de Rubén Rodrigo ©MarioRey

Francis Bacon, El Greco o Velázquez inspiran la obra de Rubén Rodrigo. La prensa internacional lo destaca como el próximo artista español en el que hay que fijarse y se ha abierto paso como referente en el panorama actual de la abstracción. Rodrigo presenta una exposición en Madrid y convierte el color en una sacudida emocional que trasciende el lienzo.

Rodrigo (Salamanca, 1980) presenta una obra surgida durante el confinamiento provocado por la pandemia. Su reflexión sobre el tiempo y la fuerza del color se torna, en esta ocasión, en un “diario cromático-pandémico”, según lo define. Apóstoles. Tres estudios para una crucifixión es su segunda exposición en la galería madrileña Fernando Pradilla.

Es un artista a contracorriente en una época en la que la pintura parece un género olvidado frente al arte transmedia. La prueba de su singularidad es la esencialidad del color en su proceso creativo. Sus piezas carecen de gesto pictórico, de pinceladas, y se desarrollan en forma de grandes manchas y lágrimas de color. Le interesa la dicotomía entre la fisicidad de la pintura y su atemporalidad, la tensión entre su parte científica y la espiritual. “El color nos agita por dentro”, dice. “Es algo tan atávico que es difícil no despertar emociones en la gente. Hay que estar bastante muerto por dentro para que te dé igual”.

Sus pinturas, próximas a la técnica de soak stain (mancha de empapado), son grandes masas de color absorbidas por una tela previamente imprimada. Según el crítico Carlos Delgado Mayordomo, son macchias, tal y como se entendían en el Renacimiento, tanto como invitación evocadora y como imagen elaborada. Sus manchas muestran la luz, la sombra y los matices del color, sin excluir el azar del pigmento derramado.

Por eso, la pintura es un ejercicio de resistencia para Rodrigo, que busca que el espectador se pare a contemplar, lo que contradice el ritmo incesante de la vida cotidiana. “Mi trabajo funciona muy bien de lejos, es impactante, pero quiero que el espectador se acerque y contemple la superficie, las intersecciones del color, el encuentro de las manchas con el fondo. La delicadeza de la superficie, los reflejos profundos”, explica el artista.

Su investigación se centra también en dar voz y lugar a la luz en obras tanto de pequeño como de gran formato. La luz funciona en sus cuadros como un revelador. Y se inspira, entre otras cosas, en la arquitectura tradicional japonesa. 

Las primeras exposiciones de Rubén Rodrigo tuvieron lugar a principios de los años 2000. Lector voraz y trompetista de jazz, la pintura fue una epifanía para él y sucedió precisamente ante la obra Cristo crucificado de Velázquez. Desde entonces es “una religión”, tal y como él la describe, centrada en la luz y el color. Sus principales referentes son precisamente Velázquez y Morandi, “por su silencio, su delicadeza y su prudencia, todo lo que no soy yo”, asegura.

Su mirada apunta hacia lo que le interesa: la tradición romántica del norte, la pintura barroca española, las derivas abstractas contemporáneas o hallazgos del arte y las imágenes producidas en Asia Oriental. En 2019 inauguró la exposición La luz y la furia en el Domus Artium de Salamanca, despertando el interés de la crítica y los medios internacionales. La revista Swiss Air le dedicó la portada en un número consagrado a Madrid.

La revista Emergent Magazine lo ha señalado como uno de los artistas actuales a no perder de vista y cuya pintura describe como “convulsiones que emergen de una quimérica pureza cromática. Una pintura libre e indisciplinada que procede de la relación histórica entre fondo y figura, en el debate entre luz y el ensombrecimiento”. No trata de establecer una relación precisa entre el símbolo y lo simbolizado, sino de reactivar el carácter expresivo del color.

Para el crítico Carlos Delgado Mayordomo, “es la herramienta que determina cómo operan en las relaciones entre figura y fondo, y la que otorga sentido a la construcción de la mancha como un palimpsesto”. Por su parte, el crítico Luis Francisco Pérez afirma que las obras de Rodrigo “lo que en realidad persiguen […] es encontrar un medio para expresar el color sin destruirlo”. Rodrigo es, en palabras de Delgado Mayordomo, “heredero directo de la tradición modernista, entendida como un proceso de depuración sobre aquello que no es sustancial al medio pictórico (es decir, la imitación o lo literario)”.

El crítico destaca que “su obra ha alcanzado un importante grado de madurez”, mientras que para Rodrigo, el mundo del arte es “un mundo submarino” y un artista nunca deja de ser emergente. Sobre la muestra El título, Apóstoles. Tres estudios para una crucifixión, es un guiño a los estudios para una crucifixión de Francis Bacon.

“Me interesa mucho Bacon por su uso del color y por su fijación por los grandes temas y artistas clásicos como Velázquez”, explica Rodrigo y continúa, “pensé en la crucifixión como tema de apertura de la exposición. Crucifixión entendida como transformación. En El expolio, uno de los cuadros más interesantes del Greco a nivel cromático y compositivo, Cristo es humillado y despojado de sus ropajes para ser crucificado. Entendemos, por lo tanto, el expolio como acto previo a la crucifixión, como un estudio para una crucifixión”.

En la primera sala de la galería se presentan dos polípticos enfrentados en los que el elemento central de la obra es el color rojo, que casi toma posesión de todo lo que le rodea. Los polípticos sobre El expolio son, por lo tanto, traducciones de color sobre el original de El Greco y las formas de cruz y “T” que adoptan los cuatro paneles y sus pequeñas variaciones y ajustes compositivos. Caminando por las salas de la galería encontramos una serie de obras que tienen el número 12 como hilo conductor.

Me interesa el aspecto cósmico del apostolado entendiendo el 12 como número astronómico, solar y del tiempo por antonomasia. Un tiempo que nos había sido regalado y robado al mismo tiempo en uso y no-disfrute por una crisis mundial sin precedentes. En estos encierros tan místicos que hemos sufrido con nuestras conexiones particulares con Dios (wifi) es normal establecer paralelismos con Juan de la Cruz o Teresa de Jesús…”.

La exposición integra también el tema apócrifo de Verónica (vero icono, verdadera imagen), la mujer que limpió con un paño la faz de Cristo durante su camino al Calvario. A partir de este tema, Rubén Rodrigo realiza un díptico: un lienzo es predominantemente rojo, mientras que el otro es fundamentalmente gris y blanco.

Para la exposición Apóstoles

Tres estudios para una crucifixión, las paredes de la galería se han vestido de verde veronés y se ha instalado una iluminación matizada, a modo de gabinete decimonónico del Museo del Prado. “Busco un resultado en el que las obras se expandan y no queden enmarcadas o constreñidas por el blanco nuclear de la galería. La búsqueda de esta sensación ha estado muy motivada por varias visitas al museo tras su reapertura y prácticamente sin espectadores. El famoso “aire del museo del Prado” del que hablaba Dalí…”, explica Rodrigo.

Los trabajos que conforman la exposición fueron elaborados durante las restricciones por la primera oleada de Covid-19 en Madrid. Percibimos, respecto a series anteriores, un ajuste cromático hacia tonos más saturados, oscuros, así como unos contrastes más ácidos y complejos. También, un giro metodológico importante: sostiene ahora un ejercicio interpretativo acerca de determinados iconos culturales.

Exposición: Apóstoles. Tres estudios para una crucifixión

Fechas: Del 20 de febrero al 11 de abril

Dirección: Galería Fernando Pradilla (Claudio Coello, 20)

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