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Si tienes este nombre tu coeficiente intelectual podría ser más bajo de lo normal: lo dice la ciencia

Nombre y coeficiente intelectual
Janire Manzanas
  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

¿Puede un nombre condicionar nuestra percepción social o incluso estar relacionado con el coeficiente intelectual? Aunque a primera vista pueda parecer una idea absurda, recientes investigaciones académicas han arrojado resultados que invitan a la reflexión. Uno de estos estudio, realizado por académicos de la Universidad de Stanford, plantea una posible correlación estadística entre ciertos nombres propios y las puntuaciones medias obtenidas en test de coeficiente intelectual. El estudio, centrado en países como España, Estados Unidos y México, ha dado lugar a un debate en redes sociales sobre cómo influyen los factores culturales en nuestra identidad.

En este contexto, destaca negativamente un nombre masculino muy común: Jonathan. De acuerdo con los datos obtenidos a partir de una muestra de 70.000 personas, los individuos con este nombre alcanzaron, en promedio, puntuaciones más bajas de coeficiente intelectual que la media general. Este dato ha sido especialmente llamativo en países hispanohablantes, donde el nombre goza de cierta popularidad desde finales del siglo XX. Pero ¿realmente puede un nombre influir en la inteligencia? ¿O hay factores mucho más complejos que explican estos resultados?

El nombre que se relaciona con un coeficiente intelectual bajo

Según los resultados del estudio mencionado, Jonathan fue el nombre masculino asociado a una media de CI de aproximadamente 80 puntos. Esta cifra se sitúa muy por debajo del promedio estándar, que suele establecerse en torno a los 100 puntos. En términos generales, un CI de 80 es considerado bajo, lo que ha provocado sorpresa y hasta rechazo en diversos sectores. ¿Puede ser que un simple nombre determine tal diferencia en una capacidad cognitiva tan valorada como la inteligencia?

En España, más de 24.000 personas se llaman Jonathan. Si a ello se suman sus variantes como Jonatan (con más de 19.000 personas registradas) y Yonatan (alrededor de 1.000), el número asciende significativamente. Esto ha generado cierto revuelo en redes sociales, especialmente por el efecto que este tipo de titular puede tener sobre la percepción de quienes llevan dicho nombre.

Críticas desde la comunidad científica

Pese al impacto de estos resultados, numerosos psicólogos y sociólogos han manifestado sus reservas. Uno de los principales argumentos en contra del estudio reside en la falacia de correlación versus causalidad. Es decir, que dos variables estén relacionadas no implica necesariamente que una cause a la otra. En este caso, llamarse Jonathan no haría a alguien menos inteligente, sino que podría estar correlacionado con otros factores del entorno socioeconómico y cultural que sí influyen en el desarrollo intelectual.

Los nombres, como bien señalan los expertos, son una construcción social. A menudo, las tendencias en nombres responden a modas culturales, a influencias mediáticas o incluso a preferencias propias de determinados estratos sociales. Así, un nombre puede ser más común en determinadas zonas o en familias con un nivel económico concreto, lo que influye de manera indirecta en las oportunidades educativas y, por ende, en los resultados de las pruebas de inteligencia.

¿Qué mide realmente el CI?

Otra crítica frecuente a este tipo de investigaciones es el valor excesivo que se otorga al coeficiente intelectual como medida de la inteligencia. Aunque el CI es una herramienta útil para evaluar ciertas habilidades como la memoria de trabajo, el razonamiento lógico o la capacidad matemática, no representa ni de lejos la totalidad de las capacidades cognitivas de una persona.

Hoy en día, la inteligencia es entendida como un fenómeno multifacético. Howard Gardner, por ejemplo, propuso la teoría de las inteligencias múltiples, en la que reconoce habilidades como la inteligencia musical, interpersonal, intrapersonal, naturalista, entre otras. Desde esta perspectiva, alguien puede tener un CI bajo en un test tradicional y, sin embargo, destacar ampliamente en creatividad, liderazgo, intuición emocional o capacidad de adaptación.

El efecto de los estereotipos

Uno de los riesgos más evidentes de dar difusión a estudios como este es la perpetuación de estereotipos sociales. Asociar un nombre a una característica negativa puede derivar en prejuicios injustos hacia quienes lo llevan. Esto no sólo afecta la autoestima de las personas, sino también sus oportunidades en el entorno laboral o educativo.

La psicología social ha demostrado en múltiples ocasiones cómo los estereotipos pueden influir en el rendimiento de las personas. Es el fenómeno conocido como «profecía autocumplida»: si se espera que una persona rinda poco por llevar cierto nombre, podría interiorizar esas expectativas negativas y terminar cumpliéndolas, aunque no respondan a su verdadero potencial.

En resumen, aunque estudios como el de Stanford resultan interesantes desde el punto de vista estadístico, se deben interpretar con mucha cautela. El nombre de una persona puede estar vinculado a ciertas tendencias demográficas, pero no es ni mucho menos un marcador de su valía, su talento o su coeficiente intelectual.

Lo importante es comprender que la inteligencia es un concepto complejo y que no puede reducirse a un número, ni mucho menos a un nombre. Más allá de las correlaciones estadísticas, cada individuo tiene un potencial único que se desarrolla en función de múltiples factores.

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