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Bacterias espejo: ¿una pesadilla biológica silenciosa?

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Bacterias espejo.
Francisco María
  • Francisco María
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A veces la ciencia parece empeñada en escribir guiones de ciencia ficción por nosotros. Uno de esos temas que suena a novela futurista, pero que ya aparece en artículos científicos y congresos, es el de las bacterias espejo. Se llaman así porque, en teoría, serían como un reflejo de las bacterias que conocemos, pero construidas con la bioquímica al revés: proteínas con aminoácidos de “mano derecha” y azúcares de “mano izquierda”, justo al contrario de cómo funciona toda la vida en la Tierra.

Puede sonar a detalle técnico, pero es como si de pronto alguien inventara tornillos que no encajan con ningún destornillador existente. Parecen iguales, giran igual, pero no sirven en el mundo que conocemos. Así de incompatibles serían esas bacterias con el resto de la vida.bacteria, descubrimiento, ciencia

¿Para qué sirve inventar algo así?

En principio, la idea no es maliciosa. Los científicos fantasean con bacterias espejo porque podrían ser muy útiles. Por ejemplo, fabricar medicamentos más resistentes, enzimas que no se degraden en el cuerpo o sistemas biológicos “seguros”, que no puedan mezclarse con microbios naturales. Ya se han creado fragmentos de ADN y proteínas “al revés”, y se ha demostrado que funcionan. El paso siguiente más ambicioso sería construir una célula completa.

El atractivo está claro: como nuestras enzimas no reconocen esas moléculas, las bacterias espejo estarían protegidas frente a casi todo lo que tenemos hoy, desde antibióticos hasta virus que atacan bacterias normales. Y esa inmunidad podría aprovecharse para aplicaciones industriales o médicas.

El lado oscuro de la historia

Claro, el problema es que esa misma “invulnerabilidad” que las hace interesantes también las convierte en un posible dolor de cabeza. Imagina un organismo vivo que no se ve afectado por ninguno de nuestros antibióticos. Un microbio capaz de expandirse sin que podamos frenarlo con las armas habituales. Aunque suene exagerado, muchos expertos ponen este escenario como un ejemplo de riesgo biológico silencioso: algo que empieza en un laboratorio con fines legítimos, pero que mal gestionado podría acabar en un problema global.

Ahora bien, seamos justos: tampoco es que mañana vayamos a toparnos con bacterias espejo en el metro. Para que funcionen en la práctica tendrían que resolver un problema enorme: alimentarse. Nuestro mundo está hecho de nutrientes con la “mano” normal, y una bacteria espejo no podría procesarlos. Sería como un humano tratando de comer plástico: puede llenarse la boca, pero no obtiene energía. Esa limitación es un freno natural muy fuerte.Bacterias

Ciencia ficción… ¿o ciencia adelantada?

Hoy por hoy, todo esto está más cerca de la especulación que de la realidad. Los avances reales son fragmentarios: enzimas espejo, pequeños genes, pruebas de concepto. Para levantar una célula funcional se necesitaría rediseñar casi todo: membranas, ribosomas, mecanismos de replicación. No es imposible, pero sí tremendamente complejo.

Lo inquietante es que, en biología, lo que parece lejano a veces llega de golpe. Hace veinte años, secuenciar un genoma entero era una hazaña carísima. Hoy se hace en cuestión de horas y cuesta menos que un teléfono. Con la biología sintética avanzando tan rápido, pensar que las bacterias espejo nunca saldrán del papel es ingenuo.

¿Qué pasaría si escaparan?

Quienes defienden la investigación insisten en que estas bacterias serían seguras: al no poder procesar nuestros nutrientes, no sobrevivirían fuera del laboratorio. Puede ser cierto, pero la naturaleza tiene la mala costumbre de no seguir nuestros planes. Una mutación inesperada, una combinación con rutas metabólicas artificiales… y la seguridad ya no es tan obvia.

La pandemia de COVID-19 nos enseñó que un patógeno nuevo puede poner de rodillas a sistemas enteros. Ahora imaginemos una amenaza frente a la cual no tenemos antibióticos eficaces. El escenario da escalofríos.

¿Una oportunidad o una bomba de relojería?

La pregunta de fondo es la misma que en tantas otras innovaciones: ¿podemos hacerlo o debemos hacerlo? El espejo biológico ofrece oportunidades enormes. Medicinas más duraderas, biotecnología más resistente, incluso sistemas que no puedan mezclarse con la vida natural. Todo eso suena atractivo.

Pero también es una bomba latente. Una vez abierta la puerta a una biología paralela, el control total es casi imposible. ¿Quién decide los límites? ¿Los gobiernos, las empresas, la comunidad científica? ¿Qué pasa si un grupo privado, en cualquier lugar del mundo, desarrolla una cepa espejo sin protocolos estrictos de seguridad?

Una conclusión necesaria

De momento, todo sigue en el terreno de la hipótesis y el laboratorio. No hay bacterias espejo sueltas por el mundo ni estamos a las puertas de una “invasión invertida”. Pero el simple hecho de que la ciencia contemple en serio esta posibilidad ya debería hacernos pensar.

En buenas manos, podrían revolucionar la medicina y la industria. En malas, serían una pesadilla difícil de detener. Lo que está en juego no es solo la bioquímica, sino la capacidad de la sociedad para discutir, regular y decidir antes de que la tecnología vaya demasiado lejos.

El verdadero espejo no está en esas bacterias que algún día quizá existan. Está en nosotros, en nuestra manera de manejar lo que creamos.

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