Sánchez y Aragonès mantendrán viva la mesa de negociación para sobrevivir hasta 2023

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Joan Guirado

La mesa de negociación no existe. Lo ocurrido este miércoles por la tarde en Barcelona no es más que un intento a la desesperada de Pedro Sánchez y Pere Aragonès de salvar sus mandatos, como mínimo, hasta 2023. En el Palacio de La Moncloa y en el Palau de la Generalitat reconocen que «con posiciones muy alejadas» la posibilidad de materializar acuerdos antes de que finalicen ambas legislaturas «es imposible». Por eso hoy, tras reunirse, en lo único que estaban de acuerdo Sánchez y Aragonès era en hacer las cosas «sin prisa, pero sin pausa y sin plazos». Sobretodo esto último, sin plazos. Para no generar expectativas que puedan provocar decepciones.

Tras la foto que no iba a ser, porque minutos antes de que se sentasen en la mesa Moncloa descartaba por completo que los dos presidentes se reuniesen conjuntamente con sus delegaciones, a partir de ahora este foro se reunirá «de forma discreta». Una discreción que no es más que otro movimiento de opacidad y falta de transparencia para negociar sin necesidad de rendir cuentas ante los españoles. A fin de cuentas unos y otros saben que lo que van a hacer, en algunos casos roza la ilegalidad y, en otros, provoca graves diferencias con otras comunidades autónomas a las que Sánchez no piropea como lo hace con Cataluña profiriéndole «cariño». Salvaguardar la mesa, apuesta política de Aragonès, es clave para que ERC pueda distanciarse de sus socios radicales de Junts y la CUP y los republicanos le puedan garantizar la estabilidad al PSOE en el Congreso.

Pedro Sánchez y Pere Aragonès, que en los últimos días han dicho una cosa y la contraria sobre su participación y papel en la mesa, generando fake news desde despachos oficiales, han acabado compartiendo mesa con sus ministros y consellers porque así «se ha dado» durante el encuentro. Como si se tratase de una cita amorosa, pero que en lugar de acabar en coito acaba en orgía en forma de reunión para autocomplacerse, el feeling entre ambos presidentes les ha conducido finalmente a la mesa de diálogo -si quién habla de ella es el Gobierno- o de negociación -si quien lo hace es el Govern-.

Sin gritos. Que nada alterase la cita. Que todo fluyera. Que las cosas fueran mínimamente bien para poder volver a quedar. Y dejar que el tiempo y el roce hagan el cariño. Aunque parece difícil. Pero no será la primera pareja -en este caso de momento, trío con JXCat- que ahora está de rabieta- que sigue conviviendo sin quererse ni soportarse. Por lo vivido en común o por las facturas a pagar. O por pereza al papeleo del divorcio o lo que perderían al dejarlo. Aunque la mesa más que una relación contractual es eso, una relación sentimental. Una declaración de intenciones. Aunque no sepan cuales. De momento una de ellas es la de «recuperar la confianza» entre los dos actores. Algo que ya les lleva un tiempo y que les permite vender avance.

Con Sánchez queriendo tratar en este foro temas que ya se encauzan por las bilaterales o reuniones ya institucionalizadas y Aragonès exigiendo cosas inconstitucionales, la discreción por la que abogan les permitirá seguir masticando el chicle aunque no tenga sabor a nada sin necesidad de ser fiscalizados por los suyos, la oposición o la opinión pública. Porque ese diálogo, o negociación, «a largo plazo», facilita precisamente eso. Que parezca que hacen algo aunque no hagan nada. Que ERC pueda decir que le está sacando algo al Gobierno -aunque sea sentarles en una mesa de tú a tú reconociendo el conflicto político- y el PSOE pueda negar estar cediendo a las presiones del independentismo.

Al final esta mesa se convertirá en un nuevo canal de comunicación con voluntad de reunirse periódicamente, aunque no han aclarado con qué periodicidad, para que sus miembros puedan hacer excursiones de un día a Madrid y Barcelona y así saber que siguen bien. Y que cuando sea la hora de volver a las urnas unos puedan justificar ante su parroquia que son los impulsores de la solución al conflicto, con el diálogo y el reencuentro como bandera, y los otros como los que han empujado al Estado a admitir un problema y, quién sabe, si a conseguir algún euro de más a cambio de su lealtad y sumisión parlamentaria. Lo que está claro es que, mientras, Cataluña seguirá sin avanzar económicamente, con un PIB estancado y todo apunta a que con aeropuerto sin mucha volada. Porque ni para eso hay acuerdo.

 

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