Jazz Voyeur Festival: el arte de crear atmósferas
Damià Timoner y Fred Hersch crearon sus respectivas atmósferas siempre coronadas por la libertad
El festival ha encontrado en el aljibe de Es Baluard su auténtica cueva de jazz como espacio emblemático para solistas

Una de las características del Jazz Voyeur Festival es abrir los conciertos con un solista o grupo local. Probablemente en origen es por necesidad al depender las subvenciones públicas de la presencia de artistas locales. Lo original de esta costumbre, ya una tradición en los carteles del Festival, es que no se hace al tuntún (al azar, vamos), sino que se cuida establecer en la medida de lo posible conexión directa del telonero con el artista principal.
Me atrevería a decir que desde que existe esta práctica, la presencia el 11 de octubre de Damià Timoner en el aljibe de Es Baluard ha dado carta de nobleza a esta práctica. En efecto, había conexión y no en función de sus estilos –el mancorí se decanta por la guitarra mediterránea y Fred Hersch, además de leyenda viva es ilustre exponente del neobop- porque sin lugar a dudas lo ciertamente relevante era presenciar las afinidades intimistas en el desarrollo de sus respectivos estilos, ambos rabiosamente originales.
Como buen discípulo que es de Gabriel Estarellas hay un claro perfume de sencillez en el minimalismo cautivador de Damià Timoner, que suma a sus composiciones originales, muy de salón palatino, influencias del pop-rock de principios de los 80 (él participó en la movida) y en especial, la música instrumental californiana de aquella época. Intervención breve, de apenas cuarenta minutos, pero con la suficiente robustez del músico en recital.
Interesante la reacción del público, que ya llenaba el aforo del aljibe nada más salir a escena Damià Timoner. Porque había un interés confeso. Pero el rey de la noche era evidentemente Fred Hersch al piano solo. Aunque el ticket de entrada se subtitulaba Silent, Listening, su álbum más reciente, ambos –Timoner y Hersch- optaron por acudir a repasar sus trayectorias y lo más importante en el caso de Hersch era que venía de grabar su álbum en el Auditorio Stelio Molo de Lugano, «cuya acústica, para mi oído, es casi perfecta». Y lo primero que dijo Hersh nada más sentarse en el piano fue la «satisfacción de tocar en este espacio tan bello». Ese le dio talante mágico a su cita con el público del XVIII Jazz Voyeur Festival.
Un inciso. El Festival ha encontrado en el aljibe abovedado del siglo XVI su auténtica cueva de jazz como espacio emblemático para solistas. Es de esperar que siga prosperando esta relación con el Museo de Es Baluard.
Tener, además, como pieza inaugural una leyenda viva se convertía en un bienaventurado augurio. Fred Hersch puedo imaginar que se sentía como en casa. Lo que traducido significa darle alas a su instinto percusivo en las evoluciones de su repertorio; en sus diálogos con el piano, partiendo de un estilo sobrio, cantábile y sombreado con luz tenue aunque desarrollando a cada instante desbordante energía, que nos enjuagó a todos el alma.
Hablamos de un músico difícil, sin concesión alguna al público, que toca a la exclusiva medida de su intransferible sensibilidad. Que sabe guardar el equilibrio entre composición e improvisación, que transmite la importancia de su toque personal, ese mismo que le ha convertido en innovador para el piano solo y que en su exploración incorpora elementos del free jazz y el jazz modal, lo que le permite una libertad melódica y una atmósfera más contemplativa.
Y aquí es donde, precisamente, venían a coincidir ambos protagonistas, Damià Timoner y Fred Hersch: crear respectivas atmósferas siempre coronadas por la libertad. Lo más sorprendente en el caso de Fred Hersch fue ejercitarse tal vez sin saberlo en un viaje al pasado, a los años iniciales de su carrera en que acompañaba al piano a leyendas de la escena neoyorquina como Stan Getz, Art Farmer, Lee Konitz o Joe Henderson.
En cierta manera era lícito pensar que por un instante, aquel 11 de octubre Fred Hersch había elegido el aljibe de Es Baluard para regresar al Village Vanguard, su entrañable club de referencia. «Un romántico, abiertamente involucrado en lo que está tocando», como le definió The New York Times.
Aquellas piedras centenarias torturadas por el progreso esta vez acogían a un gladiador de las formas que añoran un legado resistiendo a desaparecer de nuestras vidas de diario. De ahí la magia del 11 de octubre en ese aljibe: Fred Hersch escondiendo su larga trayectoria para darle luz a las añoranzas de un tiempo, que hizo posible acunar tiempos memorables. En efecto, le imaginábamos sentado al piano en el Village Vanguard, describiendo con sus dedos unas emociones alimentadas por el deseo de ser él mismo.
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