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Jaime de España y Lluch Deyá: juventud dorada con apellido y estilo

Hay parejas —o amistades, o dúos divinos, porque las etiquetas sobran cuando el brillo es natural— que no necesitan presentación. Jaime de España y Lluch Deyá son exactamente eso: nombres que circulan en susurros en los cócteles de verano, que aparecen sin hacerse notar y, sin embargo, transforman con su presencia cualquier reunión en un acontecimiento.

Él, Jaime, heredero sin aspavientos de ese linaje mallorquín que combina discreción con inteligencia, educación con carácter. Se le ve llegar y uno ya sabe que todo está en su sitio. Guapo de forma discreta, elegante sin esfuerzo, con ese aire de haber leído a los clásicos pero también de saber bailar hasta el amanecer si la compañía lo merece. Tiene la mirada del que escucha, y eso, en estos tiempos, es un arte.

Lluch, por su parte, es otra cosa: luz pura. Una chica moderna con alma antigua. Bella como una estampa de Fortuny, pero con la determinación de quien no se deja encasillar. Va por la vida como va por los pasillos de Maricel: con la cabeza alta, la sonrisa lista y el vestido siempre perfecto. Sabe estar, sabe mirar y, sobre todo, sabe reírse con esa risa que no ofende, que abraza.

Cuando coinciden en un evento —como ocurrió no hace mucho, en esa cena encantadora junto al mar donde el vino fluyó con ritmo lento y las conversaciones parecían escritas por un guionista de Rohmer—, ocurre algo difícil de describir: el ambiente se eleva. No porque ellos quieran destacar, sino porque son naturales, encantadores, auténticos. Y eso, créanme, vale más que cualquier apellido o fortuna.

Son parte de esa nueva sociedad mallorquina que no necesita disfrazarse de antiguo porque entiende que la verdadera clase es atemporal. Se mueven entre generaciones con soltura, respetan el legado pero no lo cargan, lo transforman. Son —y no exagero— el tipo de juventud que da esperanza.

Jaime y Lluch no hacen ruido, hacen estilo. Y Palma, en su eterna búsqueda del equilibrio entre lo de siempre y lo que viene, encuentra en ellos una imagen perfecta del presente que vale la pena celebrar.