Así operaba la mafia asiática en Palma: restaurante de tapadera, casino clandestino y mujeres esclavizadas
Los líderes de la organización obligaban a las mujeres a ejercer la prostitución durante las 24 horas del día

A primera vista, el local no llamaba la atención. Un restaurante chino más, en una calle anodina de la barriada de Pere Garau de Palma, con farolillos rojos en la entrada y un cartel descolorido que prometía menú del día a precio ajustado. Durante años, vecinos y comerciantes caminaron frente a su fachada, ubicada frente a los antiguos cines Metropolitan, sin sospechar que, tras esas puertas, se escondía el epicentro de una de las redes mafiosas más lucrativas y violentas de los últimos tiempos en la isla. Un lugar donde se mezclaban apuestas clandestinas, préstamos usureros, órdenes dictadas en voz baja y mujeres esclavizadas hasta el agotamiento.
La Policía Nacional llevaba meses siguiendo el rastro de aquella organización. Un rastro silencioso, tejido con gestos mínimos y transacciones rápidas, propio de las mafias que saben camuflarse en la rutina urbana. Lo que comenzó como una investigación por irregularidades administrativas en torno a varios pisos terminó revelando una estructura criminal férrea, jerarquizada y movida por beneficios que, según los agentes de la Brigada de Extranjería de Palma, alcanzaban cifras de auténtico negocio empresarial.
Las víctimas —la mayoría jóvenes traídas a España tras promesas de trabajo y prosperidad— acababan atrapadas en un sistema que no dejaba espacio para el descanso ni la voluntad propia. El juez instructor habla de jornadas de prostitución forzada que ocupaban «las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana». Un horario imposible, inhumano, que encadenaba a las mujeres a su explotación sin margen para decir no. No solo debían ejercer la prostitución sin protección, sino también vender drogas y sustancias destinadas a multiplicar el rendimiento sexual de los clientes. Algunas denunciaron haber sido violadas por los líderes del grupo, un gesto de dominio que buscaba recordarles su supuesta condición de propiedad.
Mientras ellas sobrevivían en pisos discretos, el restaurante seguía siendo la cara visible y la guarida del clan. A partir de cierta hora de la noche, cuando la calle se vaciaba y la persiana dejaba de atraer comensales, el interior del local cambiaba de piel. Las mesas de madera se apartaban, aparecían cartas marcadas, fichas desgastadas por el uso y una luz amarillenta que dejaba en penumbra los rostros de quienes se adentraban en el lugar prohibido. El restaurante se convertía entonces en un casino clandestino, un espacio de apuestas ilegales donde migrantes asiáticos se reunían para jugar a escondidas, intercambiar sobres discretos y pedir préstamos que rara vez podían devolver.
Los investigadores describen aquel casino como un ambiente espeso, cargado de humo y murmullos, donde el dinero cambiaba de manos con una velocidad que podría parecer vertiginosa si no fuera porque, en el fondo, todo respondía a un guion cuidadosamente escrito. Los préstamos que ofrecían los miembros de la organización generaban deudas que atrapaban a los jugadores, algunos de los cuales acababan convertidos en pequeños peones útiles para el grupo. Cada apuesta, cada billete en la mesa, era un hilo más de la tela mafiosa.
El dinero fluía en abundancia. Tanta que la organización necesitaba blanquearlo para sostenerse. Las ganancias se canalizaban hacia la compra de inmuebles y negocios repartidos por la ciudad, pequeñas inversiones que funcionaban como lavadoras discretas de capital. Otra parte viajaba miles de kilómetros hacia China, donde otras redes criminales especializadas se encargaban de hacer desaparecer su origen ilícito. Ese movimiento de fondos convirtió el caso en un rompecabezas que trascendía fronteras. Como dicen los investigadores, siempre hay que seguir el rastro del dinero.
Para que todo funcionara con apariencia de normalidad, los cabecillas regularizaban la situación en España de las mujeres mediante matrimonios concertados y empadronamientos falsos. Se trataba de darles un papel, una dirección, un nombre legal que dificultara la labor de quienes buscaban protegerlas. Pero la legalidad era solo una máscara más: detrás seguía la explotación, el miedo, el silencio obligado. Las mafias chinas que operan en las islas tienen muy claro que la ley del silencio es clave para ellos.
La caída de la organización llegó con la misma discreción con la que había crecido. Una madrugada, varios equipos de la Policía irrumpieron en pisos relacionados con la red y en el propio restaurante, que todavía conservaba sobre una mesa las fichas de la última partida. Hubo registros, detenciones y miradas que se cruzaron sin palabras. Para los investigadores, era el final de meses de trabajo; para las víctimas, el comienzo de algo parecido a la libertad.
Los principales acusados han ingresado en prisión provisional, una medida que el juez considera imprescindible ante el riesgo de fuga y la capacidad del grupo para destruir pruebas. Entre ellos figuran los supuestos líderes, quienes según los testimonios y las pruebas dirigían cada aspecto del negocio criminal. Las mujeres rescatas ahora están bajo protección y reciben atención especializada mientras tratan de reconstruir una vida que la mafia les arrebató durante demasiado tiempo.
El restaurante permanece cerrado. En su interior, vacío, solo quedan las marcas del mobiliario arrastrado durante las noches de apuestas y el eco de una actividad clandestina que encontró, finalmente, su final. Pero en la memoria del barrio, y en los informes policiales, quedará como el lugar donde una mafia operó a plena luz del día sin que nadie lo supiera; donde se jugaban cartas marcadas en un sótano mientras, en los pisos de arriba, otras personas jugaban su vida sin haber elegido participar.
No puedo acabar esta crónica sin reconocer que este restaurante, tapadera de la explotación sexual y casino ilegal, se encuentra cerca de mi vivienda en la capital balear. Alguna que otra noche, al salir del periódico me detuve para pedir algo de comida. Siempre que iba me planteaba la siguiente pregunta: ¿Cómo puede ser rentable este restaurante si siempre está vacío?