¿Abascal, presidente?
Algunas fuentes interesadas refieren que habrá elecciones generales con el resultado de ver a Santiago Abascal presidente del Gobierno. Una anomalía en toda regla, significando relevar el populismo de extrema izquierda por la atropellada intransigencia de un partido, en extremo conservador, y que en todo este proceso desde 2018 no ha entendido quién era el enemigo a batir.
Hay indicadores de opinión movidos por intereses concretos, de buena fe tal vez, pero ajenos por completo a la realidad de un país sociológicamente decantado por una supuesta socialdemocracia, inexistente hoy en España.
Lo último, desmarcarse de la concentración en el Templo de Debod; llamar a los suyos a manifestarse en las proximidades de Ferraz (mira por dónde a tiro de piedra del templo), para subrayar su sorprendente desmarque de una manifestación popular cuyo objetivo es mostrar el clamor reivindicando la inmediata convocatoria de elecciones generales. En la excepcionalidad del momento, lo único realmente imperativo es apartar del poder a un PSOE de inmensa deriva guerracivilista y van los de Vox dando el cante ñoño, o sea, según la RAE de «corto ingenio», es decir, de escasa «facultad para discurrir con prontitud», que de eso va el ingenio. En esas, ¿Abascal, presidente?
En estos nefastos siete años, las intervenciones de Abascal, y además de los portavoces de Vox en el Congreso de los Diputados, han sido una constante severa descalificación del PP, olvidándose de que la alternancia pasa por el entendimiento y compromiso de la oposición del centroderecha. Es decir, unidos el PP y Vox, como alternativa real de cambio.
El problema reside en que Vox es la consecuencia de una legítima disidencia en el seno del PP y, en lugar de centrarse exclusivamente en su programa, la opción prioritaria ha sido y es descargar permanentemente su odio hacia el partido del que venían. Si, en efecto, ése es su programa electoral, pues… apaga y vámonos.
Vayamos con la concentración del domingo 30, en el Templo de Debod, a la que acudieron presencialmente 80.000 personas e inmensamente seguida a través de medios digitales por una multitud probablemente superior en los confines de la España con profunda convicción respecto a la Constitución del 78 y su éxito para la convivencia, en libertad, de ideologías diferentes.
Hablemos, entonces, de Baleares y de sus gentes, como testigos activos de lo allí sucedido. Está claro que un sector de los votantes de Vox jamás se decantarían por un acercamiento con el PP, ya digo, condicionados por su odio irreversible al origen de sus diferencias, o sea el PP. Ocurre, desde el comienzo de esta legislatura en el Parlament balear, con el grupo de Vox en permanente crisis y desde hace dos años a la deriva.
No así en el Consell de Mallorca donde asistimos a un encuentro aceptable e incluso en Cort donde hay momentos, claros, de encuentro. El Consell y Cort con presupuestos al día, no así en el Govern . En consecuencia, la presidenta Marga Prohens no ha gestionado convenientemente los necesarios acercamientos, sin embargo sí ha ocurrido con el presidente Galmés y el alcalde Martínez.
La pregunta es, ¿qué estará pensando esa inmensa mayoría de seguidores de lo ocurrido en Madrid, viendo lo que ocurre con el centroderecha entre nosotros? Hay en juego 34 escaños en el Parlament, de cara a 2027, y ocho en lo referido al Congreso de los Diputados, donde cuatro de ellos sí son de extrema izquierda. Bastaría con la abstención, no solo para la permanencia del presumible Frente Popular 2.0, sino para debilitar la continuidad aquí del centroderecha en nuestras instituciones por el hartazgo de un electorado fácil de quedarse en casa, cansado de diferencias que no entienden.
El electorado del centroderecha no es, por definición, beligerante y sí lo es en cambio el electorado de izquierdas, proclive a seguir las consignas de su puto amo, alertando del peligro inminente de la inexistente ultraderecha.
En consecuencia, el mapa electoral podría decantarse por reeditar el Pacte de Progrés, al no aceptar el electorado estándar una intuida inestabilidad de la derecha, frente a la fortaleza que representa la izquierda, aunque no sea en absoluto favorable para la comunidad. Es puro pragmatismo, totémico, que en resumen refiere el «emblema protector de la tribu o del individuo».
Los mensajes de la tribu que opina a favor de la extrema izquierda sube el tono, a propósito de las decisiones judiciales, contaminándolo todo. Basta con leer a algunos columnistas locales, apesebrados, para tomar buena nota. Si en tales circunstancias, la derecha sigue con su particular discrepancia irreconciliable, estaremos completamente perdidos.
La prioridad, en estos momentos, es apartar del poder al PSOE sanchista al detectar en su conducta un proceso autoritario que no se corresponde con el Estado de Derecho a la manera de Occidente, propio de las democracias de la Unión Europea. Su opción al descubierto es acercarse fervientemente al Grupo de Puebla y similares dictaduras de izquierdas, no asimilables a la convivencia que hemos conquistado.
Que Vox le ponga palos en las ruedas a la lucha en solitario del PP es una mala noticia, porque solo beneficia a la mierda que lanza el PSOE para confundir nuestra convivencia.
El Vox de ahora mismo absolutamente nada tiene que ver con el Vox de los comienzos. Solo es la estridente caricatura que pone en peligro la necesaria coalición PP-Vox, tan imprescindible para poner pie en pared ante la deriva de la extrema izquierda española. ¿Lo sabe Feijóo? ¿Lo sabe Abascal?
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