‘Élite’ o el lujo de mercadillo: el declive de una serie que no era tan mala
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Se ha estrenado la séptima temporada de Élite (Netflix), una buena oportunidad para analizar el declive de una serie que no era tan mala al principio pero que ahora nos vende un lujo de mercadillo que roza la vergüenza ajena. No se puede negar el fenómeno de esta ficción. Ha servido de cantera de estrellas, se ha visto en todo el mundo y, guste o no, es Marca España. La que comenció siendo un refrito de los clásicos culebrones adolescentes pero con calidad, con personajes que te importaban y giros coherentes, lleva ya cuatro temporadas en la que ha perdido el rumbo y en las que todo lo que ocurre es tan fortuito como falso. Eso sí, es la única ficción de Netflix en conseguir 8 temporadas (la próxima será la última) eso es un logro del que enorgullecerse. Siempre.
Mierda de la buena hasta que dejó de serlo
La primera temporada de Élite era como comerse una hamburguesa jugosa y grasienta que sabes que no es muy sana pero qué rica que está y cuánto te sacia. Las dos siguientes tandas aflojaron un poco (sobre todo la segunda) pero seguían dandole a su público lo que quería. Luego, a partir de la cuarta entrega, la cosa se torció.
Ningún placer debería ser culpable, así que los que consuman Élite no han de sentir vergüenza alguna. Aplaudamos los productos de evasión, son igual de necesarios que cualquier otro tipo de arte. El problema es cuando se pierde el foco y la visión. La serie creada por Carlos Montero y Darío Madrona (dos genios de la producción mainstream) arrancó con notable. Sí, era un conjunto de tópicos de instituto americano pero enganchaba por cómo estaba contado, por sus referencias y por unos personajes (y actores) carismáticos. Había evolución dramática, tensión, sorpresas y, lo más importante, coherencia.
Si alguien le exige realismo a una serie como ‘Élite’ es que no ha entendido nada. Ese es un mundo que no existe. Una fantasía erótico festiva que no pretendía ser más que lo que era. Pero entretener, eso que se infravalora tanto, es algo muy difícil de conseguir. La ficción no ha de ser veraz pero sí creíble. Da igual que cuente una invasión zombie, una guerra entre magos, o la miseria de las clases trabajadoras, lo importante es que tenga coherencia, que existan personajes con los que empatizar, que estos tengan sus procesos y su evolución. Todo esto se pierde cuando en la historia pasan las cosas porque sí, cuando un personaje decide algo ahora y a los cinco minutos lo contrario sin venir a cuento- en Élite esto se traduce en pasar de cama en cama sin ton ni son-. Ninguna serie debería ser criticada desde la moral pero sí desde sus mecanismos narrativos y Élite hace mucho que los perdió. Hemos pasado de la hamburguesa rica a comida china pudriéndose en la nevera durante días.
Y llegamos a la séptima temporada con hastío. Ni el fichaje estrella de Maribel Verdú hace flotar el barco (y eso que su trama y su rol son de lo más interesante del conjunto). Otras novedades como el regreso de Omar (interpretado por Omar Ayuso, uno de los eslabones más débiles del elenco original) se hacen innecesarias y provocan pereza. Ya da igual quién muere o quién mata. ¿Por qué? Porque los personajes no interesan. Son robots sexuales que fingen tener 27 años cuando rozan la treintena.
Otro punto interesante es un mal muy común en la ficción española. Aquí no solemos retratar bien las altas esferas. Rebajamos a los ricos y a su mundo a topicazos. Hay ejemplos como Los favoritos de Midas o, la más reciente, Un cuento perfecto (ambas en Netflix) en las que se ofrece una visión muy primaria y tosca de la alta sociedad. En el caso concreto de Élite la cosa empeora por una falta de medios escandalosa. Los niños de bien, aquí, siempre van a la misma discoteca y al mismo restaurante, por ejemplo. Nos venden bisutería barata como si fuese lujo y eso canta demasiado. Da igual si uno se lía con uno o con mil, si tiene que hacer un exámen después de hacer una orgía , meterse mil drogas y descubrir a un asesino en serie, lo importante es que me lo crea, que no parezca una locura. Élite, ahora mismo, es marciana.
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