De estrella a estar prácticamente arruinado: el cocinero español que casi lo pierde todo
Karlos Arguiñano atravesó una crisis económica que le dejó huella
El cocinero no se molesta en esconder sus problemas del pasado
Aguiñano logró remontar y en estos momentos tiene una economía saneada
Cuando desvelamos el nombre del protagonista de hoy habrá muchos que se queden sin palabras: Karlos Arguiñano. Tal y como hemos explicado en otras ocasiones, el comunicador se ha consolidado como uno de los rostros más famosos de la televisión y su cocina, tan accesible como entrañable, se ha colado en los hogares de millones de espectadores. Sin embargo, pocos imaginan que, antes de convertirse en un referente de la gastronomía mediática, atravesó una de las etapas más oscuras de su vida. Lejos del confort actual, hubo un tiempo en el que el popular cocinero tuvo que enfrentarse a la angustia diaria de una deuda asfixiante, con el temor constante de perderlo todo, incluso la posibilidad de garantizar el bienestar de su hija recién nacida.
Durante la segunda mitad de los años 80, el negocio que había levantado con tanta ilusión en Zarautz empezó a desmoronarse. Las cuentas no cuadraban y el futuro del restaurante pendía de un hilo. En esa época, el panorama no podía ser más desalentador. La falta de liquidez empujó a Arguiñano a tomar decisiones drásticas, como acumular toda su deuda con un solo proveedor. No se trataba de una estrategia empresarial sofisticada, sino de una forma de intentar sobrevivir en medio de la tormenta. Aquel proveedor era un pescadero de San Sebastián, con quien llegó a acumular un débito de 30 millones de pesetas, una cifra que en aquel entonces habría servido para adquirir varias viviendas.
El cocinero no era ajeno al riesgo que suponía confiar tanto en una sola persona, pero decidió hacerlo porque, según reconoció más adelante, entendía que aquel proveedor gozaba de cierta estabilidad económica.
En momento que lo cambió todo
El año 1987 marcó un punto de inflexión personal para Arguiñano. El nacimiento de su hija Amaia fue un motivo de felicidad, pero también una fuente de preocupación en medio del caos económico. La posibilidad de que su hija pudiera sufrir las consecuencias de su ruina lo atormentaba. No era una preocupación superficial ni lejana: era una angustia diaria que se hacía más profunda conforme pasaban los días sin una solución clara.
En ese momento de desesperación, decidió pedir ayuda. Se dirigió a un colega y amigo que gozaba de éxito profesional y estabilidad financiera: Juan Mari Arzak. No le pidió dinero, sino algo más simbólico pero igualmente poderoso. Le propuso que fuera el padrino de su hija, con la esperanza de que, si algún día él no podía sostenerla, su amigo pudiera tenderle una mano. El gesto, que hablaba de humildad y desamparo, fue acogido con generosidad. Aceptó. Con esa decisión, Karlos Arguiñano trató de construir una red mínima de seguridad para su familia.
El giro crucial en su trayectoria llegó en 1990, cuando la televisión autonómica vasca (ETB) le ofreció un espacio. Aquel primer programa, sencillo pero eficaz, fue el inicio de una nueva era para él. La respuesta del público fue inmediata, y su estilo cercano, didáctico y simpático conectó con la audiencia como pocos cocineros habían logrado antes. En tan sólo dos años, su popularidad traspasó fronteras autonómicas y dio el salto a la televisión nacional de la mano de TVE.
Los 250 millones de Karlos Arguiñano
Fue entonces cuando, por primera vez en años, pudo pensar a largo plazo. La televisión le dio visibilidad y le abrió las puertas del crédito bancario. Solicitó un préstamo de 250 millones de pesetas, una cantidad impensable para alguien que había estado a punto de perderlo todo. Con ese dinero, compró un hotel en la costa guipuzcoana, saldó la deuda con su pescadero y destinó una parte a gastos inmediatos.
Gracias a aquella oportunidad, pudo sentar las bases de un verdadero emporio. No fue solo cuestión de suerte, sino de visión. Invirtió con inteligencia, amplió sus negocios y diversificó su actividad. La televisión fue el trampolín, pero la constancia y el trabajo duro fueron el motor que sostuvo el ascenso.
La marca personal de Karlos Arguiñano
Con el paso del tiempo, Arguiñano consolidó su imagen y pudo solucionar todos sus problemas. Su marca se expandió más allá del plató: abrió una escuela de cocina, invirtió en una bodega, impulsó un equipo de motos y lideró un grupo empresarial que factura millones cada año. En la actualidad, sus compañías generan ingresos superiores a los tres millones de euros anuales, una cifra que contrasta con la dramática situación que vivió tan solo unas décadas antes.
A pesar del éxito, Arguiñano no ha olvidado lo mucho que le debe a la televisión. En varias ocasiones ha reconocido su papel decisivo en su resurgir profesional. Sin aquel programa inicial, difícilmente habría podido emprender los negocios que hoy forman su patrimonio.
La historia de Karlos Arguiñano es la prueba de que incluso en los momentos más oscuros, puede haber un giro inesperado. En su caso, el apoyo de un amigo, el impulso de la televisión y una decisión financiera arriesgada marcaron la diferencia entre el fracaso y el renacimiento. Pasó de estar atrapado en una deuda que le quitaba el sueño a convertirse en un icono de la gastronomía y un empresario con múltiples facetas.
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