El accidente del avión del Chapecoense se debió a una sucesión de errores fatales
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La expedición del Chapecoense tuvo que variar su plan de viaje después de que la Agencia de Aviación Civil (ANAC) de Brasil desautorizase la partida de un Airbus, la aeronave original, para cumplir el trayecto directo hasta Medellín, por lo que la delegación trazó una alternativa. Ese avión llevó al pasaje hasta Santa Cruz de la Sierra, donde se fletó una aeronave de la compañía chárter Lamia.
Horas después partían desde ese aeropuerto en un vuelo que debía durar unas cuatro horas. El avión -un RJ85- era de fabricación británica, en los años 90, y está diseñado para cubrir distancias de corto rango. Al mando estaba el capitán Miguel Quiroga, dueño al mismo tiempo de la compañía. Esta misma nave había transportado a la selección argentina 18 días antes desde Belo Horizonte hasta Buenos Aires.
La distancia del viaje del Chapecoense era de 2.265 kilómetros, mucho más larga de lo habitual para este tipo de avión: es prácticamente el tope de su autonomía de vuelo.
Además, a la misma hora a la que este avión debía aterrizar otro avión envió una nota de emergencia para aterrizar en Rionegro. Un Airbus 320, igual al que los brasileños habían denegado el permiso, recibió prioridad para aterrizar al notificar una fuga de combustible. Era un avión de la compañía Vive Colombia que llegaba desde Panamá.
El RJ85 de Lamia, que llegaba con el combustible justo, quedó en estado de espera, dando vueltas en el aire a la espera de la orden de aterrizar o trasladarse a un aeródromo cercano. Algunos especialistas que siguen las investigaciones sugieren que el piloto debió informar de inmediato a la torre de control de su situación, esto es, “solicitar vectores” para pedir la ruta más rápida hacia otro aeropuerto.
Los controladores nunca recibieron esa declaración de emergencia. Sin combustible ya se generaron los problemas eléctricos, apagándose los generadores. Por esa razón el avión no habría explotado al desplomarse en el cerro de El Gordo.