La UE involuciona 100 años

La UE involuciona 100 años

Más de uno que lea estas líneas habrá leído o escuchado que el principal problema que aqueja a la Unión Europea es la irrupción de los movimientos políticos de extrema derecha caracterizados por su euroescepticismo o su deseo de destruir Europa. Más de uno habrá dado credibiemlidad a este convencionalismo de la corrección política. Sin embargo, le sugiero que
ponga en cuarentena dicho aforismo, reflexione a partir de los últimos acontecimientos acaecidos tras las elecciones europeas del pasado 26 de mayo y juzgue usted mismo.

El resultado de dichos comicios dejó al Partido Popular Europeo tocado, a los socialistas envalentonados al ver que su principal rival había caído más que ellos, y a unos liberales crecidos por un Macron que salió derrotado en su propia casa pero que aún así sumó unos eurodiputados que los liberales antes no tenían. Ante esa fotografía el único escenario que los líderes de dichas familias políticas se plantean es un acuerdo a tres bandas para repartirse el botín. Tal como lo digo. Los puestos de la presidencia de la Comisión Europea; del Parlamento Europeo; de la dirección de la acción exterior; del Banco Central Europeo; del Consejo  Europeo, etc., son anhelados por populares, socialistas y liberales que se los disputan en unas negociaciones opacas, secretas y a espaldas de la ciudadanía en lo que constituye el mayor paso atrás de la diplomacia europea desde la Conferencia de París de 1919.

El próximo 28 de junio se conmemora el primer centenario de la firma del Tratado de Versalles que puso punto y final al gobierno mundial que se había citado en París durante los meses anteriores para poner paz en el continente europeo. En la capital francesa se dio por sentado que las negociaciones se conducirían bajo la mirada atenta del público. El papel preponderante de la opinión pública, la propagación de la democracia, las rápidas comunicaciones y los periodistas afanosos fomentaron un sentido común muy necesario en las relaciones internacionales. ¿Qué enseñanzas de aquel período nos quedan en la Unión Europea de hoy día? ¿Cuánta gente es consciente o conocedora de lo que se traen entre manos los líderes europeos?

El actual espíritu de mercachifle implementado, entre otros, por Pedro Sánchez, ungido por los ‘globalistas’ como uno de sus grandes activos, tiene como objetivo desactivar el control democrático de las instituciones europeas. Los dirigentes han recaído en los modales del viejo convencionalismo propio del siglo XIX para llevar a cabo unas negociaciones que han estado caracterizadas por una inverosímil ausencia de crítica generalizada precisamente por las formas empleadas. La ciudadanía europea no es consciente de que se le está privando su legítimo derecho a decidir sobre quién quiere que lidere los designios políticos de una Unión Europea que se acartona tras el teatro de unas elecciones que no se sabe muy bien para qué sirven.

Preocupa que la diplomacia europea se haya hecho más política, más personal, más secreta y más oculta incluso de lo que fue a finales del siglo XIX. Sólo falta que Sánchez y resto de líderes políticos europeos den cuerda a los gramófonos para reproducir la “Rapsodia húngara” de Franz Liszt como los alemanes hicieron cien años atrás para evitar que los franceses
escucharan sus conversaciones en París. La UE cada vez guarda más similitud con aquella frase que el líder francés Clemenceau pronunciara hace un siglo para referirse a la Sociedad de Naciones, predecesora de la actual Naciones Unidas: “Me gusta la Sociedad de Naciones, pero no creo en ella”.

 

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